Cap. I: Del cuerpo del
Señor
1Dice el Señor
Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie va al Padre sino por mí. 2Si me
conocierais a mí, ciertamente conoceríais también a mi
Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Le
dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 4Le
dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me
habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi
Padre (Jn 14,6-9). 5El Padre habita en una luz
inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn
4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Por
eso no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu
es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada (Jn 6,64).
7Pero ni el Hijo, en lo que es igual al Padre, es visto
por nadie de otra manera que el Padre, de otra manera que el Espíritu
Santo. 8De donde todos los que vieron al Señor Jesús
según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la
divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. 9Así
también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por
las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en
forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la
divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de
nuestro Señor Jesucristo, se condenan, 10como lo
atestigua el mismo Altísimo, que dice: Esto es mi cuerpo y mi
sangre del nuevo testamento, [que será derramada por
muchos] (cf. Mc 14,22.24); 11y: Quien come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn
6,55). 12De donde el espíritu del Señor, que habita en
sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor.
13Todos los otros que no participan del mismo espíritu y
se atreven a recibirlo, comen y beben su condenación (cf. 1
Cor 11,29).
14De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero. 22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
14De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero. 22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
VERSIÓN DE DIOS
(Pedro Casaldáliga)
En la oquedad de
nuestro barro breve
el mar sin nombre de
su luz no cabe.
Ninguna lengua a su
Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a
Dios. Nadie lo sabe.
Mayor que todo dios,
nuestra sed busca,
se hace menor que el
libro y la utopía,
y, cuando el Templo
en su esplendor lo ofusca,
rompe, infantil, el
vientre de María.
El Unigénito venido
a menos
transpone la
distancia en un vagido;
calla la Gloria y el
Amor explana;
Sus manos y sus pies
de tierra llenos,
rostro de carne y
sol del Escondido
¡versión de Dios
en pequeñez humana!
El
signo del Pan que da la vida
«En
verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del
Hombre y bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré
en el último día» (Jn 6,54-55).
Jesús
sabe muy bien que esto les incomoda a algunos de sus seguidores.
Pero, ¿qué hace Él? ¿Trata de explicarles el misterio? ¿Les
ofrece una interpretación teológica? No, dice simplemente:
«El
Espíritu es el que da vida; la carne de nada aprovecha. Las palabras
que yo os he dicho, son Espíritu y Vida» (Jn 6,63).
En
otras palabras, Jesús pide a sus seguidores simplemente que lo
reciban en sus palabras. Solamente si aceptan el misterio de lo que
Él les dice podrán experimentar la realidad de la que les está
hablando
Jesús
podría haber dicho igualmente: "¡Mirad, no hay manera de
que vayáis a ser capaces de comprender este misterio! Limitaos a
aceptarlo porque yo os lo pido. Quiero que creáis que al daros este
pan y este vino me estoy dando a mí mismo. Si lo hacéis así, me
encontrareis realmente presente en la Eucaristía, tanto si podéis
explicarlo como si no".
Nadie
puede jamás explicar un misterio plenamente. ¿Quién puede hoy
explicar completamente el misterio humano de enamorarse? ¿Por qué
pensamos entonces que tenemos que ser capaces de explicar un misterio
divino?
Comprender
cómo Cristo se nos hace presente en la Eucaristía no es nuestro
problema. Es problema de Dios. Pero nosotros no hemos de resolver el
problema de Dios. Sólo hemos de aceptar su promesa de estar presente
para nosotros al partir el pan y al compartir el vino. Una vez que lo
hacemos así, una vez que decimos que sí a su promesa de
auto-entrega, nos abrimos a nosotros mismos a la posibilidad de
experimentar la promesa divina.
¡Nos
cuesta tanto tratar con el misterio! Tenemos una predisposición
filosófica en contra de aceptar nada a menos que podamos explicarlo.
No queremos aceptar que debe haber misterios que no comprendemos, que
debe haber problemas que no podemos resolver.
Dios,
sin embargo, no es un problema para resolver, sino un misterio para
ser vivido, una realidad que hay que experimentar. Y un
misterio no es un rompecabezas en el que haya que separar las piezas
y volverlas a juntar, sino una verdad tan grande que sólo
podemos tocar a la vez una parte de ella. Tenemos que
ponernos a encontrarla pasito a pasito, conociendo de ella algunos
aspectos a través de nuestra implicación en el misterio, sin
esperar que vayamos a comprender nunca todo el dibujo. No se
puede nunca asir un misterio; sólo podemos dejarnos asir por él.
Esa
clase de renuncia, esa clase de entrega es necesaria si hemos de
recibir el don de la presencia de Jesús en la Eucaristía. Porque
nosotros no podemos hacer que Jesús se nos haga presente. Nosotros
no podemos manipular al Señor. Sólo podemos decir que sí, que
estamos dispuestos, si Dios nos lo garantiza. Como dijo Jesús a sus
discípulos: "Nadie puede aceptarme, nadie puede venir a
mí, si el Padre no se lo concede" (Jn 6,65).
(La Biblia y su espiritualidad; R.Rohr, SalTerrae)