EN EL MANANTIAL

EN EL MANANTIAL
ESTUDIO DEL PINTOR

domingo, 27 de diciembre de 2020

LA TEOLOGÍA DE LA PARADOJA (Tomás Halik)


LA TEOLOGÍA DE LA PARADOJA

“Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Mt 19, 25-26).

“Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 11,10)

El arte de acompañar a la gente en el camino espiritual es un arte ‘mayéutico’, “de comadrona”, así llamaba Sócrates a su ‘cura de almas’, a su método de hacer que el alumno llegue personalmente a la verdad ayudado por las preguntas del acompañante, inspirándose para acuñar el término en el oficio de partera de su madre; es preciso ayudar a la persona concreta, sin ninguna manipulación, para que en su situación singular encuentre su camino, madurando hasta dar a luz una solución sobre la que sea capaz de asumir la responsabilidad. “La Ley es clara”, pero la vida es compleja y ambigua; a veces la verdadera respuesta es el valor y la paciencia de ‘perseverar en la pregunta’.

Sobre el tema de los acontecimientos pascuales cada cristiano ha escuchado muchísimas reflexiones y homilías, pero ¿se ha convertido realmente la Pascua en la auténtica clave que nos abre la comprensión de nuestra vida y de la situación actual de la Iglesia? Solemos evocar bajo el concepto de ‘cruz’ más bien nuestras dificultades personales, como la vejez o la enfermedad; sin embargo, la idea de que ‘también en nosotros, en la Iglesia, en nuestra fe, en nuestras seguridades tiene que “morir” mucho, que ser crucificado, para abrirle espacio al Resucitado’ es para muchos de nosotros los cristianos, me temo, completamente lejana.

Si confesamos “la fe pascual, en cuyo centro está la paradoja de la victoria por medio de la absurda derrota”, ¿por qué tenemos tanto miedo a las propias derrotas, incluyendo la demostrable debilidad del cristianismo en el mundo actual? ¿No nos habla Dios a través de estos hechos, de modo similar a como habló mediante el relato que rememoramos al leer el Evangelio pascual?

Sí, cierta forma de religión, a la que nos habíamos habituado, está muriendo, es verdad. Las épocas de crisis y las épocas de renovación son parte de la historia de las religiones y de la historia del cristianismo; sólo está realmente muerta una religión que no atraviesa cambios, que se ha salido de ese ritmo de la vida.

Los Evangelios comienzan a ser ‘evangelio’, buena noticia (euangelion), anuncio liberador de la salvación, ‘con el anuncio de la resurrección’: de aquello que hasta entonces hasta a los mismos discípulos les parecía increíble. No es de extrañar: es, desde luego, “imposible”, al menos en el sentido de que algo así no reside ni en las posibilidades de la capacidad humana ni en el entendimiento del ser humano, de que es algo radicalmente distinto a todo lo que conocemos por experiencia nosotros o cualquier persona. Y es que la resurrección de Jesús no es, en el sentido bíblico y teológico, la “vivificación de un cadáver”: resucitación, vuelta al estado original, a este mundo y a esta vida que terminará de nuevo con la muerte; a los autores neotestamentarios, y en especial a Pablo, les importa que no confundamos estas cosas. La “resurrección de Cristo” no es ningún otro ‘milagro’ de la serie de prodigios a los que ya está acostumbrado cada lector de la Biblia; con este concepto (si lo prefieren, imagen, metáfora..., pues cada discurso sobre Dios depende de imágenes y metáforas) quiere decirse ‘mucho más’. Por eso este anuncio -el evangelio de la Resurrección- exige de nosotros una respuesta mucho más radical que simplemente el formarnos una determinada opinión sobre lo que pasó con el cadáver de Jesús; es necesario ante todo hacer algo con nuestra propia vida: también nosotros hemos de experimentar una profunda transformación, en palabra de Pablo “morir con Cristo y resucitar de nuevo de entre los muertos”. La fe en la resurrección incluye el valor de “cargar con la cruz” y la decisión de “vivir en una vida nueva”; sólo entonces, si el acontecimiento del que habla el relato pascual transforma nuestra existencia, se convierte para nosotros en ‘evangelio’, en palabra “llena de vida y fuerza”.

Es posible leer el relato de la Pascua de dos modos absolutamente diferentes. Bien como ‘drama en dos actos’, en cuyo primer acto un hombre justo e inocente es condenado y ejecutado, siendo en el siguiente, el segundo, resucitado y aceptado por Dios. O como un drama en un acto, en el que ambas versiones del relato se desarrollan simultáneamente.

Esa primera lectura significa que la “resurrección” es un ‘final feliz’ y entonces todo el relato es un típico mito o un cuento optimista que acaba bien. Semejante relato puedo escucharlo y pensar que más o menos así habrá sido (algo que la gente confunde con la “fe”), o juzgar que no debió ser así, que aquello no pasó de esa manera… o no pasó en absoluto (y esto lo confunden con la “falta de fe”).
Sin embargo, sólo la segunda lectura, la “paralela”, es lectura ‘con los ojos de la fe’. Fe significa aquí por supuesto dos cosas: por una parte, la ‘comprensión de que se trata de una paradoja’ (de que esa segunda capa del relato, la “resurrección”, es la ‘reinterpretación’ de la primera, no su feliz desenlace posterior), y, por otra parte, ‘la decisión de unir este relato con el relato de la propia vida’. Esto significa “entrar en el relato”: y a su luz entender de nuevo y vivir de forma nueva la propia vida, ser capaz de cargar con su carácter paradójico, no tener miedo de las paradojas que trae la vida.

En esta segunda forma de lectura del mensaje del relato pascual no hay “optimismo” (‘opinión’ de que todo acabará bien, de algún modo), sino ‘esperanza’: capacidad de “reinterpretar” hasta lo que no termina bien (pues toda la vida humana puede ser vista como una “enfermedad incurable, que termina necesariamente con la muerte”), para poder aceptar la realidad y su carga y perseverar en esa situación, aguantar, y, si es posible, ser, además, útil a los demás.

En nuestra proclamación del anuncio de la resurrección “no puede quedar silenciado el grito del Crucificado”, pues, si no, en lugar de la teología cristiana de la resurrección ofrecemos un banal “mito de la victoria”.

La fe en la Resurrección no debe trivializar lo trágico de la vida humana, no nos posibilita zafarnos de la carga del misterio (incluido el misterio del sufrimiento y de la muerte), no tomar en serio a los que luchan con dificultad por mantener la esperanza, a los que soportan “la fatiga y el calor del día” de los desiertos exteriores e interiores de nuestro mundo.

…///…

Uno de los amigos fieles y discípulos de Sigmund Freud, el teólogo protestante Oskar Pfister, respondió a su maestro a la pregunta de si, como cristiano creyente, podía ser tolerante con respecto a su ateísmo: “Si considero que usted es mucho mejor que su falta de fe y yo mucho peor de lo que mi fe exige, juzgo que la diferencia entre nosotros al fin y al cabo no es tan grande, y no veo motivo por el que no pudiéramos tolerarnos”.

(Tomáš Halík)

 



 

sábado, 19 de diciembre de 2020

APRENDER DE LOS NIÑOS

APRENDER DE LOS NIÑOS

Jesús llamó a los discípulos y los envió con una tarea concreta. Les dio instrucciones precisas sobre el modo en que debían presentarse, así como objetivos concretos y criterios para decisiones y procedimientos. Les proporcionó una espiritualidad activa. Tras los primeros pasos en esa vida comprometida, Jesús comenzó a mostrarles que sus actividades no tenían mucho sentido y que no darían los frutos esperados sino entraban en una relación personal más profunda con Dios.

Así es como hay que entender, por ejemplo, sus encuentros con los niños. Jesús recrimina a los discípulos porque no permiten que los niños se acerquen a él. Comenta entonces que ellos ya están en el Reino de Dios, mientras que los discípulos solo podrán llegar allí con un gran esfuerzo:

«Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,13-14; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)».

Es más: Jesús menciona a los niños incluso como modelo para otros, también para los discípulos:

«En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él (Lc 18,17)».

Con mayor claridad aún se expresa Jesús cuando los discípulos le preguntan quién es el mayor en el reino de Dios. Entonces coloca a los niños en el centro y como criterio para los discípulos. Estos, a pesar de que ya han recibido una misión, tienen que convertirse primeramente y llegar a ser como los niños; de otro modo no podrán llegar a la vida eterna.

«En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,1-13)» 

Jesús refuerza otras veces más esta afirmación. Primeramente cuando coloca la pequeñez como criterio de grandeza en el reino de los cielos.

«El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,4)».

Después se identifica totalmente con esos niños:

«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí (Mt 18,5)».

Y, finalmente, los pone en relación directa con Dios, su Padre:

«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles está viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10)».

Esta actitud de vida es ciertamente distinta que la planteada en la espiritualidad activa. ¿Qué es, pues, lo que Jesús quiere decir con esta cambio? ¿Qué se propone con él? ¿Qué significa este contraste respecto de las exigencias puestas con ocasión de la misión de los discípulos?

Este contraste con la espiritualidad activa va aún más allá. En lugar de colocar tareas, Jesús habla de un detenerse y descansar. Él había anunciado a los discípulos persecuciones; pero ahora, en lugar de eso quiere que descansen. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11, 28-30)».

Con ocasión de su misión, Jesús dio a los discípulos instrucciones prudentes y sabias para el camino; pero ahora dice que su Padre ha ocultado todo esto a los entendidos y sabios.

«En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 18, 25-26)».

Con todo esto, ¿quiere Jesús expresar mensajes paradójicos? ¿Qué oculta el Padre del cielo a los apóstoles que haya revelado ya a los niños?

(FRANZ JALICS) 


 

martes, 1 de diciembre de 2020

JESUCRISTO COMO CHIVO EXPIATORIO

JESÚS COMO CHIVO EXPIATORIO   

Lo que ha sucedido a lo largo de la historia humana ha sido lo siguiente: siempre hemos tenido necesidad de encontrar algún modo de abordar la ansiedad y el mal humanos e invariablemente hemos recurrido a alguna "tecnología" distinta del perdón.

Por lo general afrontamos la ansiedad y el mal humanos con ayuda de sistemas sacrificiales, y eso continúa siendo así en nuestros días. Algo tiene que ser sacrificado. Es necesario derramar sangre. Alguien ha de morir. Alguien debe ser culpabilizado, acusado, atacado, torturado y encarcelado -o tiene que estar en vigor la pena capital-, porque sencillamente no sabemos cómo hacer frente al mal sin recurrir a sistemas sacrificiales. Ello crea siempre religiones de exclusión y violencia, pues pensamos que es tarea nuestra destruir el elemento maligno. Recuerda: el comunismo y el fascismo pensaban -y piensan- lo mismo, cada cual conforme a su lógica.

Desde el punto de vista histórico, al menos hemos avanzado del sacrificio humano al sacrificio de animales y a diversos modos de aparente autosacrificio. Por desgracia, no era por lo común el yo-ego lo que sacrificábamos, sino casi siempre el yo-cuerpo en su lugar. En el perdón es precisamente mi yo-ego lo que tiene que morir: mi necesidad de llevar razón, de mandar, de ser superior. Muy pocas personas están dispuestas a llegar a ello, pero justo eso es lo que Jesús acentúa y enseña. ¡Me dicen que el perdón está implícito al menos en dos terceras partes de su enseñanza!

“Mientras podamos afrontar el mal con medios distintos del perdón, nunca experimentaremos el verdadero sentido del mal y el pecado”. Seguiremos proyectándolo fuera de nosotros, temiéndolo fuera de nosotros, atacándolo fuera de nosotros, en vez de "contemplarlo" y "llorar" por él en nuestro interior.

Cuanto más tiempo pases contemplándolo, tanto más te percatarás de tu propia complicidad ‘en’ el pecado de los demás y de que te beneficias ‘de’ él, aun cuando sólo se trate de la satisfacción de sentirte superior desde el punto de vista moral. El perdón es probablemente la única acción humana que exige tres nuevas miradas al mismo tiempo: debo ver a Dios en los otros, debo acceder a Dios en mí mismo y debo ver a Dios de un modo nuevo, como algo más que un "Guardián", que un "Conminador". Es un mundo completamente nuevo en tres niveles a la vez.

Somos la única religión que adora como Dios al chivo expiatorio. En la medida en que adoramos al chivo expiatorio, deberíamos aprender a dejar progresivamente de convertir a otros en chivos expiatorios, porque también podríamos estar equivocados de medio a medio, al igual que la "Iglesia" y el Estado, el sumo sacerdote y el rey, Jerusalén y Roma, los niveles superiores de discernimiento en general se equivocaron de medio a medio en lo concerniente a la muerte de Jesús. «¡Él era lo que la mayoría de nosotros llamaríamos el ser humano más perfecto que jamás ha vivido!» Si el poder mismo puede equivocarse hasta tal punto, ten cuidado de a quien decides odiar, matar y ejecutar. Si hemos de juzgar por la historia, el poder y la autoridad no son, por sí mismos, buenos guías. A muchos, por no decir a la mayoría, la autoridad les libera de la ansiedad y a menudo de la responsabilidad de desarrollar una conciencia madura.

Gran parte de la historia ha estado determinada por personas poderosas que nos han dicho a quienes teníamos que temer y odiar. Millones y millones de soldados han dado la única vida que tenían por haberse creído las mentiras de Gengis Khan, Napoleón, Stalin, Pol Pot o Hitler -hoy los nacionalismos, con su lengua como “diosa elevada a los altares” por los ‘señores-as feudales’ de la postmodernidad, que hablan de ella como una ‘madre’, porque es tan fácil manipular emocionalmente a las masas, sobre todo para que hagan lo que al poder de turno le apetece-, por nombrar tan solo unos cuantos. ¡Si no hubiesen creído a los "señores de la época" y hubiesen mirado a la víctima a la que se enseñó a temer y odiar en la Palestina del siglo I! Jesús nos ofreció lo que algunos (James Alison) llaman la "inteligencia de la víctima", una inteligencia singular que nace de lo inferior, lo lateral y lo marginal de la historia. Ese es el escondite de Dios, parecen decirnos las Escrituras.

Jesús quita el pecado del mundo desenmascarándolo antes de nada como distinto de lo que imaginábamos y mostrándonos que nuestra pauta de asesinar, atacar y culpabilizar sin saber lo que hacemos constituye, en efecto, la principal ilusión vana de la historia, la principal mentira de ésta. Luego, comparte con nosotros un gran amor participativo, que nos posibilita deponer por completo el odio. Después de Jesús, la partida ha terminado, al menos para aquellos que han mirado el tiempo suficiente.

Todos hemos tenido que encarar la embarazosa verdad de que ‘nosotros mismos’ somos nuestro principal problema. Nuestra mayor tentación estriba en intentar cambiar a otras personas en vez de cambiar nosotros. ¡Jesús accedió a ser transformado ‘él mismo’ y así transformó a otros!

He aquí lo que las tres imágenes transformadoras, que convergen en la imagen del hombre-Dios crucificado, pueden obrar en el alma:

1.- El chivo expiatorio: la espeluznante revelación de la esencial mentira humana que subyace en la mayor parte del miedo, el odio y la violencia. Mientras proyectemos nuestro mal a cualquier otro lugar, no podremos sanarlo aquí... ‘ni’ allí.

2.- El cordero pascual: la sorprendente revelación de que no tenemos que desprendernos tanto de las llamadas cosas malas cuanto de lo que aparentemente es bueno y nos hace sentir fuertes, seguros y superiores. Este es el "cordero" que debe ser sacrificado, un bien aparente.

3.- El "atravesado" al que debemos contemplar:

     a) Acceso a -y perdón de- nuestra propia humanidad en cuanto herida y, sin embargo, al mismo tiempo resucitada.

     b) Reformulación de la imagen de Dios: de Dictador omnipotente a Amante participativo.

     c) Comprensión efectiva tanto del mecanismo del chivo-expiatorio como del cordero pascual.

     d) Liberación de inmensas reservas de compasión, solidaridad y perdón de nosotros mismos, de los demás, de la historia e incluso de Dios.

(Fr. R. R. & cía., OFM)

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

CÁNTICO DEL HERMANO SOL (DE LAS CRIATURAS) SAN FRANCISCO DE ASÍS

CÁNTICO DEL HERMANO SOL

ALABANZAS DE LAS CRIATURAS 

                    Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

                    A ti solo, Altísimo, corresponden,   
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

                    Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,        
especialmente el señor hermano sol,            
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

                    Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

                    Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, 
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

                    Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,         
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,          
por el cual a tus criaturas das sustento.

                    Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

                    Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,          
por el cual alumbras la noche,          
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

                    Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,           
la cual nos sustenta y gobierna,        
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

                    Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,           
y soportan enfermedad y tribulación.

                    Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, 
porque por ti, Altísimo, coronados serán.

                    Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,           
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

                    ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!:     
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,           
porque la muerte segunda no les hará mal.

                    Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad.





















 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

LA SOMBRA DEL YO, EL PECADO

LA SOMBRA DEL YO, EL PECADO    

Uno deviene completo y santo cuando es capaz de aceptar la sombra de su yo o, por decirlo en un lenguaje moral, cuando es capaz de admitir su pecado. ‘Esencialmente, pasamos de la inconsciencia a la consciencia a través de una lucha deliberada con la sombra de nuestro yo’. El propio Jesús solo empieza a hablar después de haberse "retirado al desierto, movido por el Espíritu, para ser tentado por el diablo" (Mt 4,1). ¡El hecho de que los demonios siempre sepan quién es Jesús (cf. por ejemplo, Mc 1,24) obedece a que él ya se ha confrontado con ellos! Únicamente entonces "despertamos". No falla: las personas inconscientes nunca han luchado con su propia miseria y desgarradura y son falsamente "inocentes" (otra forma de decir ‘incólumes’: sin roturas).

La mayor parte de la gran literatura universal, incluyendo la poesía y el teatro, evidencia de forma persuasiva este punto. ‘El problema no es tanto pecar cuanto la falta de disposición a admitir que hemos pecado’ o al menos como hace Jesús, a confrontarnos honestamente con las tinieblas y con nuestra capacidad de obrar el mal. Para decirlo sencillamente, no es accidental ni carece de importancia que Jesús fuera "tentado". Quienes deberían preocuparnos son aquellos que pretenden estar por encima de todo ello.

Estos son quienes destruyen la historia y las relaciones, y Jesús los llama "sepulcros blanqueados" y "guías ciegos" (Mt 23,24.27). Dios parece estar bastante avezado en utilizar los pecados de las personas para obrar el bien, mas ¡no puede servirse de quienes se resisten a ver su lado oscuro! Jesús nunca se disgusta con los pecadores, sino sólo con quienes piensan que no lo son. Mucho más problemáticas son, para él, las personas que se creen justas, porque estas sólo están, en el mejor de los casos, a mitad de camino.

En 2Sm 7, David quiere construir a Yahvé una casa para probarle que es un buen chico. A través de Natán, Yahvé le dice a David: "No quiero que me construyas una casa. ‘Yo’ te la construiré a ‘ti’. Te daré paz con todos tus enemigos. Yahvé te hará grande. Yahvé te construirá una casa y, cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus antepasados, protegeré eternamente a tus descendientes".

Este pasaje puede ser llamado el "gran giro", y yo añadiría: el giro necesario. Todos empezamos pensando que vamos a hacer algo por Dios y, al final de nuestra vida, nos damos cuenta de que Dios lo ha hecho todo por nosotros. Comenzamos por la disposición a suscribir una alianza bilateral con Dios y terminamos percatándonos de que esa alianza es, en su mayor parte, unilateral. ¡La gracia ha rellenado todos los huecos!

En ese punto de inflexión oímos a David pronunciar una bella oración en respuesta a Dios, una oración que yo llamo la «oración del "pero ¿quién soy yo"?». (Esta es la oración que todos pronunciamos cuando se nos concede la gracia. Es la oración de María en la Anunciación, así como la ininterrumpida oración nocturna de san Francisco en la cueva). "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas hecho llegar hasta aquí?" (2Sm 7,18ss), dice David.

Permitirse uno a sí mismo ser amado por Dios es ser amado por Dios. Permitirse uno a sí mismo ser elegido es ser elegido. Permitirse uno a sí mismo ser bendecido es ser bendecido. Es difícil aceptar ser aceptado, en especial por Dios. Se requiere una cierta clase de humildad para rendirse a ello y más aún para perseverar en creerlo. Cualquier persona utilizada por Dios sabe que esto es verdad: Dios elige y luego utiliza a quien él quiere, y la capacidad de estas personas de ser utilizadas por Dios deriva de su disposición a permitirse a sí mismas ser elegidas en primer lugar. ¡Qué gran paradoja!

El amor de Dios es constante e irrevocable; la parte que a nosotros nos toca es estar abiertos a él y dejarnos transformar. No hay absolutamente nada que podamos hacer para mover a Dios a amarnos más de lo que ya nos ama; y tampoco hay absolutamente nada que podamos hacer para moverlo a amarnos menos. ¡Es nuestro sino! La única diferencia es la que existe entre quienes consienten en ello y quienes no, pero tanto unos como otros son amados de forma objetiva y por igual. Quien se percata de ello sencillamente lo disfruta y extrae vida siempre nueva de esa toma de conciencia.

Aunque esa ha sido la historia de toda mi vida, yo todavía no me lo creo plenamente, porque se me antoja demasiado bueno, algo que desborda mis más audaces esperanzas: tal vez sea un intento de darme ánimos a mí mismo, tal vez pensamiento desiderativo, tal vez "gracia barata", tal vez deficiente teología. Pero luego leo los relatos de los santos bíblicos y conozco santos en prisiones y hospitales, y sus vidas me dicen que eso es cierto. Son siempre pecadores en rehabilitación y saben que Dios no los ama porque sean buenos, sino porque Él es bueno.

(Fr. R. R. & cía., OFM)

 

sábado, 22 de agosto de 2020

CARISMÁTICOS

 

CARISMÁTICOS  (“ESPIRITUALIDAD A LA CARTA”)

 

Dentro de lo que podríamos denominar “espiritualidad a la carta” -la necedad está convencida de poder comprarlo todo, que viene a ser más o menos lo mismo que ignorarlo todo- se producen actualmente dos movimientos influyentes de nuestro tiempo; en el seno de la Iglesia, el ‘movimiento carismático’; fuera de la Iglesia, lo que se ha denominado ‘New Age’.

Dentro del movimiento carismático se propaga a menudo una teología de la ‘resurrección’ y de la ‘gloria’, pero mucho menos se quiere oír hablar de la teología de la ‘cruz’, no se quiere dirigir la mirada continuamente a ese Cristo muerto en la cruz, el de la pasión. Se busca a menudo una redención que evite “pasar” por el sufrimiento y la muerte.

En cierta ocasión, tras predicar a unos carismáticos acerca del significado de la muerte de Jesús en la Cruz, recuerdo como los rostros de mi auditorio se volvían cada vez más largos e insatisfechos. Al final se acercó a mí una mujer y me increpó: “¿y usted pretende ser un franciscano?, ¡entonces debería ser feliz y predicar la alegría!, ¡pero usted habla horas y horas de la cruz!, ¡avergüéncese!”. Con sermones sobre la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte a duras penas se podrá conseguir algo en estos círculos.

Para ellos, mayor cantidad es siempre mejor. Si hay que oficiar la liturgia frente a carismáticos, se puede tener la experiencia de que la comunidad quiera cantar catorce cantos de entrada y otros tantos después de la comunión. Los textos de las canciones que se repiten continuamente en tales oficios, reflejan también una parcial “teología de la gloria”. Por regla general, el tratamiento que hacen servir para Dios y Cristo son los que se refieren a su magnificencia: el Señor, el rey, el todopoderoso, el resucitado, el glorioso, el supremo. ¡Cuánto más, mejor! Son incapaces de comprender que esas cuentas no cuadran. Piensa que, si ‘un’ “alabad al Señor” es bueno, ‘cuarenta y cinco’ “alabad al Señor” serán mejor. Todo esto lo estoy diciendo con un gran respeto a los dones que se reconocen en el movimiento carismático. Sin embargo, si este movimiento no descubre y asume sus propios lados sombríos, irá por un camino que solo puede llevar: “hacia una superficialidad cada vez mayor”.

Esto conlleva, por ejemplo, que la mayoría de los “carismáticos” eludan las cuestiones sociales (por lo demás esto ya se daba de forma similar en la comunidad de Corinto, tan carismáticamente orientada, y que Pablo, precisamente por este motivo, atacó tan tenazmente (cfr. 1 Cor 11,17-34). En lo referente a estos temas de la justicia y la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte, su actitud parece ser la siguiente: “no queremos tener que martirizarnos con esos sucios asuntos. Nosotros queremos ser brincos de alegría, tocar palmas y cantar a Jesús, el Señor”. Mi pregunta a estos grupos es la siguiente: ¿Qué ‘quiere decir’ la frase de que Jesús es el Señor?, ¿qué ‘consecuencias prácticas’ tiene eso para los problemas del mundo? 

En los movimientos carismáticos se ha extendido un método determinado que trata la cuestión de cómo hay que convivir con el sufrimiento y el dolor. Se trata de la variante cristianizada del “pensamiento positivo” (este principio parte de la premisa de que nuestro pensamiento influye esencialmente sobre nuestro estado de ánimo, cosa que es cierta, pero todo en su dosis adecuada. Teniendo conscientemente “pensamientos positivos” tengo la posibilidad de llegar a ser feliz, estar satisfecho y conseguir el éxito. Toda una ola de libros que son deudores de este principio han inundado en los últimos años el mercado del libro. Pero, hay una ley no escrita en ninguna parte que afirma que todos los ‘idealismos’ terminan chocando contra la realidad, destrozados, pues Hitler estaba convencido de la conquista de Europa, como lo estuvo Napoleón, en sus mentes, pero, es una lástima que exista una realidad más allá de nuestro cráneo -de la que éste cree poder evadirse, este es el pecado idealista-, que no siempre está dispuesta a darnos la razón): nos aconseja este “pensamiento positivo” que los creyentes no deben guardar duelo por sus pérdidas o por el dolor, sino que deben “dar gracias a Dios”, también en los momentos difíciles, incluso cuando no comprendan su manera de actuar -como aquel cura que en el entierro de un muchacho de quince años trataba de consolar a la afligida madre con el argumento de que no tendría ocasión de convertirse en un drogadicto ni un maleante, desde luego, algunos deben hacérselo mirar con más detenimiento del que ellos creen-. Puesto que Dios ha permitido tal o tal cosa, ya habrá de tener un sentido; sus pensamientos son más elevados que nuestros pensamientos. Por ello la queja y el duelo son considerados, en los grupos carismáticos más extremistas, como expresión de la incredulidad, y tienen que ser reprimidos o asumidos “en la obediencia”. La teología de la gloria, que sobre todo tiene muchos partidarios en los EEUU y en los países escandinavos, llega en parte tan lejos que promete a los cristianos que ellos, como hijos de Dios que son, tienen la ‘prerrogativa’ de ser ricos, felices y exitosos en este mundo -¡y si hay que exterminar a todos los indígenas, pues se les extermina, el éxito está de nuestra parte!-. El método de la continua alabanza conduce a la “oración del éxito” (algunos hablan de la “oración dinámica” y prometen: “¡La fuerza universal de Dios está a su alcance!”. Un “ángel del bienestar y de la salvación” está a nuestra disposición si rezamos siguiendo este método. Aún más: “¡Después de la oración llega indefectiblemente la luz!”). En ella se recomienda imaginarse, a ser posible vivamente, aquello que se desea (“visualizarlo”) y a continuación captarlo “en la fe”: -¡esta vez ya no se extermina a los indígenas, se les obliga a sembrar opio en lugar de arroz, por las nobles intenciones del imperio, si eso provoca las mayores hambrunas conocidas en el país durante años, poco importa, “dios” salva a la ‘reina’!-.

En verdad en la Biblia encontramos aquí y allá personas que en la práctica de la oración se atienen a las promesas de Dios (“lo positivo”); sin embargo, esto jamás va a querer decir que la pena, el dolor y la tentación sean reprimidos. En los salmos podemos escuchar a personas que muestran su dolor ante Dios en tono quejumbroso: luchan con él; incluso se atreven a retar a Dios y a acusarle. Jesús luchó y padeció hasta el final con el dolor de la muerte en Getsemaní y en la cruz, y no lo hizo más llevadero con cantos alegres de alabanza y con el recurso del pensamiento positivo. Él rechazó la esponja con hiel y vinagre, un remedio usual entonces para combatir el dolor. No deberíamos apresurarnos a “visualizar positivamente” sin aprender a asumir primero el dolor.

La “pastoral cognitiva” tan apreciada por los carismáticos persigue una meta similar. Se renuncia a examinar a fondo las causas de un problema (por ejemplo a investigar en la infancia de una persona), sino que se parte de la premisa de que es posible crear una condición nueva mediante un cambio de forma de pensar. En vez de pensar continuamente “soy un fracasado”, se deben adquirir nuevas costumbres en la manera de pensar, por ejemplo, diciéndose una y otra vez la frase: “Jesucristo me ama”. Del mismo modo que este método puede ayudar como medida auxiliar, también puede resultar peligroso si es el único principio terapéutico, y no se supera realmente el pasado. Entonces se corre el peligro de que se trata de un lavado de cerebro religioso que convierte a la persona tratada en una marioneta de la verdad “correcta” del Evangelio. En este caso el Evangelio se convierte en una ideología optimista que domina el cerebro del ser humano mientras las capas más bajas siguen “privadas del bautismo”. Esta forma de asesoría pastoral es un auténtico veneno, pues refuerza una tendencia que de todas formas ya es demasiado dominante (no debemos caer en la tentación de ensalzar el control de los pensamientos como el único o el más importante método de la convivencia con uno mismo, es muy importante la confrontación con lo que pensamos para nuestro crecimiento personal).

Observaciones similares se pueden constatar en amplios círculos del movimiento New Age. Multitud de libros y de cursillos prometen -a un alto precio- armonía, iluminación y felicidad en la vida. Un cristianismo que de cara al exterior da una sensación de tristeza y de falta de alegría ha contribuido en cualquier caso a que las personas que buscan un sentido a su vida sean susceptibles a las caras promesas de felicidad y armonía del mercado pseudo-religioso de la psique. La “era de Acuario”, -en la que se supone que estamos- cuya irrupción fue celebrada en los círculos New Age, está aparentemente marcada por una bondad y armonía completa -sin virus cantamañanas que nos amarguen la existencia y nos lleven por el camino de sus mandatos-.

Podemos trazar una línea que va desde los hijos del hipismo de los años sesenta, que hicieron trasbordo a un mundo de fantasía en vista de la guerra y de un absurdo mundo laboral, directamente hasta el narcisismo de la posmodernidad. El celebrado descubrimiento del individualismo acabó finalmente en el caso de los “exploradores del sentido” en el egocentrismo individual y en el ejercicio continuo de mirarse el ombligo con fines terapéuticos.

Síntoma de esta tendencia es el presente consumismo espiritual. Después de que la sociedad occidental haya explotado materialmente la tierra, nos apropiamos ahora del legado espiritual de oriente, en la mayoría de los casos sin haber pagado el precio de “una vía interior seria que nos invite a emprender la vía dura y pedregosa de la conversión”.

Pero, Oriente ya hace tiempo que nos tomó la medida, y se apropió del legado material de occidente, pagó su precio, y también ha pagado el nuestro, no tiene prisa, cobrar es cuestión de tiempo…/.

domingo, 9 de agosto de 2020

EL RÍO DE LA VIDA

 

EL RÍO DE LA VIDA…

 

“Nuestra vida son los ríos que van a dar en la mar”, decía el poeta Jorge Manrique, y es en momentos como este, cuando nos es dado percibir que también es posible la paz y la alegría en la “noche oscura”, cuando descubrimos, si no tenemos demasiada prisa, que podemos ver al río transcurrir entre dos orillas, entre la “Lógica” y la “Nada”, lo que unos llaman “Lógica” y otros “Nada”…                                                                                                                  

 Sobre el río hay un puente. Los lógicos -que aseguran tener los pies en la tierra- afirman que no saben si une las dos orillas. El puente arranca o llega a su orilla, pero el otro extremo del puente, así como la otra orilla, la “Nada”, no es algo que pueda verse con los ojos de la cara, o quizá sí, pero no se quiera, o no se esté preparado, por la mala educación.

Los lógicos afirman que puesto que todo tiende al “No-Ser”, lo más lógico es que no exista nada, tal como afirman que sucede en la otra orilla del río, que les da la razón, pero en cuya existencia, por cierto, no creen, pese a contemplar el río y vivir gracias a él, en él.

Pusieron un guardián en el puente, al “Soberbio Espíritu de la Razón”, según dijeron para cerrar el paso; pero también eso ha resultado inútil, porque se les ha hecho “cuántico” y más que razonable se muestra un poco loco, por decirlo sin herir a nadie.

Nadie podría pasar a la otra orilla sin derrotar antes al “cuántico” guardián; pero el problema es que aunque se supone que está, no se le termina de ver.

Ya no les basta con tener razón, porque también ésta se ha hecho “cuántica”, y según el humor que tenga y en dónde esté funciona de una manera o de otra; también ella, como el guardián, parece un poco loca.

Quizá, se temen lo peor, tengan que terminar aceptando que son la otra orilla, la que dicen no ver, y que deberían abandonar antes de que se derrumbe el puente…, si bien es cierto que solo tenemos necesidad del río.

Trataron, por lo tanto, de asegurar el puente con unas “cuerdas”, y éstas, por mor de la física cuántica se les transformaron en una teoría que ha hecho del universo un lugar tan elegante que solo parece estar al alcance de Dios.

Siempre que nos oponemos a lo que no entendemos estamos rechazando el riesgo creador del Reino: “Vino a los suyos y los suyos no la acogieron...

…Porque me has visto, has creído; dichosos los que creerán sin haber visto”.

Con demasiada facilidad se nos olvida que “a la hora de la muerte, cuando nos encontremos cara a cara con Dios, seremos juzgados de amor: sobre cuánto hemos amado. No sobre cuánto hemos realizado, sino sobre cuánto amor hemos puesto en lo que hemos hecho”.

Cuando nos pregunten: ¿has vivido, has amado? Sin decir nada, lo mejor será “abrir nuestro corazón lleno de nombres y mostrar nuestras manos vacías”, que no retuvieron nada, que todo lo entregaron…

El río, la corriente de la vida, la podemos contemplar desde la orilla de la desesperanza, de la amargura, del miedo, incluso del odio a Dios -porque creemos que nos sobran los motivos, a veces con esa razón tan nuestra-, con lo que no conseguiremos sino amargarnos la propia existencia; o por el contrario “aceptando en paz lo inevitable”, pasando a la otra orilla, donde nos será dado descubrir, pese a todo, la alegría, la confianza, el amor, la esperanza, la fidelidad a Dios…, porque así es la corriente de la vida, y no es cierto que nos vayan a pagar lo mismo, por eso es mejor comenzar ya desde aquí-ahora a vivir como resucitados, así nos daremos cuenta, como decía mi abuela Guadalupe, de que ¡nadie se muere nunca!...

 

 

domingo, 12 de julio de 2020

LA VISITACIÓN, Lc 1, 39-45


LA VISITACIÓN
Evangelio según san Lucas 1,39-45
En aquellos días se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó lleva de espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¡de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

jueves, 30 de abril de 2020

VIOLACIÓN Y ABORTO




VIOLACIÓN Y ABORTO

«¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho. Sin comparecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Isaías 49,15)».

Abortos en España en 2019 (casi 96.000; unos 20 por violación -ya uno es un verdadero drama-; las cifras son escandalosas).

«Toda violación conlleva un triple asesinato: el biológico, por la cosificación que se hace de la persona; el mental, porque en medio de todo ese terrible drama aparecen los entendidos aconsejando el asesinato como terapia; y el espiritual que conlleva la destrucción del alma.
Hay que ser un verdadero hijo de la más ciega ignorancia para aconsejar que la mejor terapia para superar una violación es convertir a la madre en asesina. De ese modo, no solo se mancilla el cuerpo biológico, se consigue también pudrir la mente y, ya metidos en esa espiral de violencia en la que la mujer se siente presa, espiritualmente consumirá y destrozará su alma. Gran triunfo para los violadores y los terapeutas, hijos de la muerte.
Si verdaderamente somos hijos de la luz, hijos del día, no podemos sino preguntarnos: ¿Podemos crear bien del mal? O, ¿no tenemos frente al mal otra posibilidad que convertirnos en lo peor? Cristo-Jesús es el Maestro: no respondió al mal con lo peor, absorbió el mal y lo transformó en bien.
Creo que lo que Jesús nos enseña es que, ‘si invertimos nuestra energía en elegir el bien, en vez de fomentar la energía negativa y en gran parte ilusoria de rechazar lo malo, superaremos el mal de un modo mucho mejor y no devendremos malos nosotros mismos’. Eso es exactamente lo que él hace en la cruz, y eso es lo que debe infundirnos valentía para creer que ello forma parte del núcleo de su mensaje. Es fundamental que no se nos olvide nunca que "la mejor crítica de lo malo es poner en práctica algo mejor".
Más que de ninguna otra forma, así es como Jesús reformó las leyes de la religión y socavó la base de toda conducta violenta, excluyente y punitiva. Se convirtió en la víctima perdonadora, a fin de que nosotros dejáramos de ocasionar víctimas. Se convirtió en el falsamente acusado, para que así ponderáramos con cuidado a quién acusamos.
La ejecución de Jesús es un juicio sobre cuán ciegos podemos llegar a ser todos cuando disfrutamos de las ventajas y los privilegios del poder, sobre la vida de otros más débiles. El ‘poder malo’ -que siempre conlleva la condena y la muerte-, que ‘siempre’ elimina a sus oponentes, mató a Jesús. En vida de Jesús, ese ‘poder malo’ era ejercido tanto por el imperio romano como por los sumos sacerdotes judíos, pero los nombres se pueden cambiar en cualquier época y cualquier cultura, a veces hasta por los propios.
Si la madre acepta convertirse en poderosa-asesina creyendo que así superará su trauma, caerá en otros mucho peores, porque habrá aceptado convertirse en víctima a todos los niveles, alcanzando la peor versión de sí misma. Reconozco que esta es una de esas situaciones en las “hay que llegar a la curva derrapando”. Hay muchos matrimonios que desean tener hijos y no pueden conseguirlos naturalmente, por eso están encantados de poder adoptar.
La decisión, ante lo que no tiene vuelta atrás, es si preferimos pasar por la vida como un “zombi” -no siendo otra cosa que sepultureros-, o siendo manantial de vida, pese a todo…
Tras atravesar la línea, viene el trabajo de ponerles nombre y hablar con ellos, pues no han muerto, están en el Reino de la Gracia, en Dios, y allí solo se puede amar…, también a su mamá, sobre todo a ella…».

jueves, 12 de marzo de 2020

EL MAESTRO SUFRIMIENTO


EL MAESTRO SUFRIMIENTO

Con que facilidad nos deja la muerte sin palabras. De pronto no sabemos qué decir. Vivimos muchas veces fluctuando entre la luz de Dios y las tinieblas, olvidando que Dios ama la vida en el fracaso, en lo que nosotros consideramos fracaso, tanto como en el éxito. Nos cuesta creerlo, pero la vida eterna está aquí. La vida eterna es ahora. Pero nos da miedo esta evidencia.
No deja de ser curioso que justamente en aquello que no nos atrevemos a mirar esté Dios esperándonos, para reconfortarnos y quitarnos todos los miedos, para hacernos verdaderamente libres.
La aceptación momentánea de todo tal como es –morir, por ejemplo- vale más que mil años de piedad. A veces, bastaría con que hiciésemos del tiempo nuestro aliado, aunque siempre lo es, incluso cuando creemos tenerlo en contra. Para el cristiano la vida no es un problema que haya que resolver, ni una pregunta que haya que responder. La vida es un misterio, con un fondo difícil de ver, que a veces se manifiesta como abismo, quizá de inimaginable miseria, pero en el que también nos persigue el amor de Dios.
Si nos atreviésemos a despertar nos daríamos cuenta de que la fuente de todo el sufrimiento humano es considerar permanente lo que por esencia es pasajero; y se nos olvida que Dios nos ha propuesto un plan de amor interminable. Que pueda Cristo decir de mí: “Este es mi cuerpo”. Y Él, que es el camino, la verdad y la vida, nos susurra al oído: Deberías aprender a contemplar tus pecados para ver que el arrepentimiento alcanza su plenitud cuando uno consigue agradecer hasta sus propios pecados. Porque hay puertas a las que sólo podemos llamar para agradecer… En Getsemaní Cristo nos enseña a pedir “que se haga tu voluntad, no la mía”.
La oscuridad revela la ardiente belleza de la llama que, abrazada al tronco, lo ilumina y consume. Para conseguir una auténtica felicidad, hay que liberarla de las trampas: la principal es quizá la que afirma que sólo se puede ser feliz en los momentos luminosos de la vida; que en la felicidad nunca caben las lágrimas. Pero es posible una alegría profunda. Hecha de risas y lágrimas, capaz de vivirse en los momentos de euforia y de fiesta, pero también en las horas más oscuras. Es posible un gozo con raíces hondas, que se disfruta en los días radiantes, pero que no se apaga sin más ante la dificultad y la zozobra. Es posible la alegría, también de noche, en la noche oscura. Es posible, en fin, una felicidad liberada de la tiranía de sentirse bien a toda costa.
¿Por qué nos da miedo la muerte? Si al bebé, en la oscuridad del útero materno, se le dijera que fuera hay un mundo de luz, con altas montañas, grandes mares, onduladas llanuras, hermosos jardines en flor, arroyos de aguas frescas y cristalinas, un cielo cuajado de relucientes estrellas y un sol naciente, y tú, frente a todas estas maravillas, sigues encerrado en esta oscuridad. Igual que el nonato no sabe nada de estas maravillas, tampoco nosotros creemos nada de esto, cuando nos enfrentamos a la muerte… por eso tenemos miedo. Alguien podría decir que la muerte no puede ser luz porque es el final de todo, pero… ¿Cómo puede ser el final de algo que no tiene principio? La vida no es algo entre dos vacíos, sino entre dos plenitudes. Así pues, no podemos estar tristes en esta “noche de bodas” de nuestro matrimonio con la eternidad.
Es cierto que a veces parecen caer sobre nosotros un conjunto exagerado de sufrimientos. No lo entendemos, por más vueltas que le demos. Prácticamente todo el que intenta acercarse a Dios de manera realista, instalar la lógica de la fe en su vida, ser verdadero discípulo de Cristo, pasa un día u otro por esta clase de pruebas. No son dolores estándar, sino que están “hechos a la medida” de cada uno. Sin pasar por aquí no creo que se pueda creer en Dios, esperar en Dios, amar a Dios desinteresadamente, sin amarse a sí mismo egoístamente.
En esos momentos no se nos pide ser muy fuertes. No se le pide al trigo ser fuerte cuando se le muele, sino que deje que el molino lo haga harina. Es raro que en esos momentos comprendamos qué utilidad puede tener ese sufrimiento. Sólo tiene la apariencia de una monstruosa contradicción, no reconocemos la cruz en él. Es solamente después cuando llegamos a comprender que por ese sufrimiento “llegamos a ser lo que verdaderamente somos”.
Pero, actualmente, en determinados medios y ambientes, comienza a darse un silencio total con respecto a Dios. Por una extraña sustitución, la creación ocupa el “espacio” del Creador. Este silencio parece no alertarnos. Un peligro mayor se acerca a la Iglesia sin hacer ruido. El peligro de un tiempo, de un mundo en el que Dios ya no será negado ni combatido, sino excluido, donde será impensable -ninguna pobreza humana es semejante a esta-. Un mundo en el que querremos gritar su nombre, pero en el que entonces [nosotros] no podremos lanzar ese grito, porque ya no tendremos sitio donde poner los pies.
Todo ser humano, independientemente de su ideología política, de su religión, es primero, ante todo, nuestro hermano de creación. Este estado de ‘hermano’ ordena para nosotros las reacciones tanto lúcidas como severas que podamos tener cara a él. Pero ni la formación política más eficiente puede destruir a la persona que Dios ha creado. A ella nos tenemos que dirigir, cualesquiera que sean las deformaciones o desviaciones que tenga que haber soportado. Su corazón es un corazón humano, aquel al que Cristo se dirigió y al que quiere hablar a través de nosotros.
Y si creéis que no estáis en orden, que no sois del todo dignos, pese a todo, no olvidéis nunca, nunca, nunca... que las puertas de la misericordia del cielo -o del corazón de Dios, tanto da- no se cerrarán, aunque no haya ni un justo sobre la tierra. Aunque nos cueste creerlo, el DON no nos es arrebatado nunca-jamás…
Por todo, hoy Jesús se acerca a nosotros como antaño se acercó a la casa de Marta y María y nos pregunta: a la vista de la muerte que parece matar toda vida y todo amor, “¿Creéis, crees que yo soy la resurrección y la vida?”
Si creemos, se romperán las ataduras de la muerte y la vida empezará a ser eterna, pues para eso hemos nacido, para el eterno amor de Dios…
(M.D. & cía., OFM)