EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

domingo, 3 de enero de 2021

EL PECADO Y LA GRACIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL

EL PECADO Y LA GRACIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL

(Visión Franciscana del ser humano)

Alejandro de Villalmonte

 

Sólo el amor es digno de fe

Jaime Rey Escapa

 

Alejandro de Villalmonte, mi amigo, hermano y profesor, fue quien me puso en contacto con la teología del beato Juan Duns Escoto. A él, a Enrique Rivera de Ventosa y a Bernardino de Armellada nunca podré agradecerles del todo haberme acompañado en la apasionante tarea de aprender a pensar y a vivir según las intuiciones, siempre actuales, del saber franciscano.

El franciscanismo es un estilo de vida sustentado en una 'forma mentis' profunda y original, un estupendo camino para hacer vida aquello en lo que se cree. Lejos del racionalismo y de fundamentalismos, el pensamiento franciscano llena de sentido aquello que creemos; es decir, lo hace razonable y practicable en la vida cotidiana. Impulsa al abandono de las creencias vacías, increíbles o, peor aún, nocivas para la salud mental y nos encara con la tarea irrenunciable de dar razón de nuestra fe, del conjunto de verdades que sostienen nuestra vida y le dan sentido, algo imposible si el fundamento de todo no es el amor.

Así entiendo yo la larga y fecunda trayectoria teológica de Alejandro de Villalmonte, quien siempre ha ayudado a los suyos a mirar críticamente aquello que creen. Pensando en él, me viene a la cabeza un simpático texto de Giovanni Papini, perteneciente a su obra “Carta del Papa Celestino VI a los hombres”, en la que describe de este modo la figura del teólogo: “Vosotros habéis parado el reloj de la historia en el siglo decimocuarto y continuáis distribuyendo una sopa sempiterna a los dóciles alumnos del sacerdocio, sin cuidaros de los cristianos que se hallan fuera de las puertas claustrales... Desde hace siglos, los teólogos sois sólo compiladores de sinopsis, manipuladores de manuales, registradores de lugares comunes, tediosos comentaristas, glosadores, apostilladores, exhumadores y remasticadores de antiguos textos venerados. Probos, diligentes, sapientes repetidores, pero nada más que repetidores”.

Si Papini hubiera conocido y leído a Villalmonte no habría escrito este texto. Tres pinceladas definen la vocación teológica de nuestro hermano Alejandro: buscador incansable de la verdad, espíritu libre e intelectual audaz. Su mente inquieta, preocupada siempre por ahondar en el misterio del ser humano, nunca se ha dejado amedrentar ante nada ni ante nadie. Amigo incondicional de la Verdad que nos hace libres, sin perder de vista la fidelidad creativa que no se cansa de proponer nuevas vías de conocimiento de lo humano y de lo divino.

Y ¿por qué este libro en nuestra colección? Ya hemos indicado que Villalmonte es uno de los máximos exponentes de la teología franciscana actual. La Escuela Superior de Estudios Franciscanos, también a través de su labor editorial, tiene como objetivo la divulgación del pensamiento franciscano, especialmente de aquellos temas que pueden iluminar el diálogo con nuestra cultura actual. Se trata no sólo de hacer arqueología de nuestra rica tradición, sino de establecer un diálogo crítico, positivo, capaz de colaborar, aportar e influir en la elaboración de los nuevos retos de la cultura actual.

La cultura es el lugar donde se fragua el sentido, para la vida social y para la existencia personal, de cada uno de los individuos. En los tiempos actuales es complicado producir sentido. La creación de moldes culturales es una cuestión compleja. Elevar la cultura significa elevar el valor de lo humano, aprendiendo a discernir, y posteriormente a combatir, todo aquello que cumpla la función contraria: la deshumanización. Cuando el ser humano está encerrado en sí mismo, en su propia autosuficiencia, es imposible encontrar sentido a la existencia. El sentido está fuera de nosotros, en los encuentros, en los otros, en la intersubjetividad, en la propia capacidad de autotrascendencia. El ser humano es por naturaleza un ser abierto, a los otros y al Otro. Desgraciadamente, no son pocos los que promueven la idea de que el único sentido posible es el sinsentido, la consecuencia lógica posterior es el vaciamiento de todo el contenido ético de los valores, quedándonos sin referencias existenciales.

Hay que buscar un trasfondo interpretativo de la realidad, lo que tradicionalmente se ha llamado metafísica y hoy muchos llaman 'imaginario teológico': el conjunto de experiencias, narraciones, símbolos, encuentros que exigen interdiscipliariedad, las conexiones que la teología establece con la psicología, el arte, la economía, la política, la literatura, etc. Todos estos elementos entretejidos crean un receptáculo que posibilita el sentido de nuestro mundo simbólico-conceptual, y de nuestro modo de actuar, tanto individual como colectivo, ayudándonos a superar el pensamiento débil y fragmentado, tan característico de nuestra cultura postmoderna.

Tradicionalmente, en el imaginario propuesto por la teología oficial, la línea conductora o el eje trasversal de todos los contenidos de nuestra fe ha sido el pecado. La relación entre Dios y el ser humano está contaminada por el pecado; Cristo es querido por Dios en razón del pecado del ser humano; la comunidad eclesial es un grupo de pecadores que buscan en Cristo la redención del pecado; los sacramentos son realidades sensibles para eliminar de nosotros el pecado; el mundo, junto a la carne (corporalidad-sexualidad) y el diablo son los enemigos del alma, que vive en un horizonte lleno de inseguridad, amenazas, miedo y pecado... Alejandro de Villalmonte reacciona contra este imaginario teológico triste, pesimista y sombrío, incapaz de articular el ansiado diálogo con la cultura actual. Nuestro querido teólogo, apoyándose en la tradición franciscana, especialmente en Escoto, ha hecho bandera de su quehacer teológico, cambiando el escenario, proponiendo el imaginario teológico franciscano -¡no como otros!-.

La enseñanza escotista franciscana sobre el primado de Cristo, primacía que no hay que ver como un espléndido y glorioso aislamiento, se sustenta en la concepción de Dios como Ágape: amor liberal. Escoto elabora como consecuencia una específica concepción del ser humano y de la gracia, como fuerza que eleva y deifica, antes que medicinal y sanadora. La exaltación de Cristo conduce a eliminar de la historia de la salvación la teología de Adán y la parafernalia que lleva consigo. Cristo no puede ser rebajado a un mero reparador de los males causados por el mítico pecado de Adán. El mensaje de Jesús no ha de ser presentado desde la negatividad del pecado, sino desde la positividad de la gracia.

La gracia disipa el miedo que origina muchos de nuestros males, el miedo que convierte a Dios en un tapagujeros, en asilo de nuestra ignorancia. Un dios 'creado' a la medida de nuestras necesidades, demasiado pequeño y demasiado celoso, que alimenta los complejos de culpa, que no nos deja crecer, un dios que tiene miedo de nuestra autonomía. Ese no es el Dios de Jesús.

El mal o el pecado no pueden convertirse en el hilo conductor de la historia, ni en el eje de la naturaleza humana. Villalmonte hace del amor la fuente de la vida y el motor de nuestra existencia, en una antropología capaz de dar cuenta de lo bueno del ser humano, de su capacidad de creer y crear, de su capacidad de amar gratuita y solidariamente, de su conciencia de ser imagen y semejanza de Dios. Se trata de una reflexión teológica arriesgada, nada ingenua, responsable, que no presenta a Dios como el hacedor de una criatura defectuosa. El pecado, el mal, el mito adámico no pueden ni deben colorear la existencia humana.

El silencio frente a lo que no sabemos responder no significa resignación. No es lícita cualquier respuesta. Por ejemplo, el mal del ser humano (el que soporta y el que origina) no es explicable desde una teología desde el pecado que coloca toda nuestra responsabilidad fuera de nosotros, con 'teologúmenos' de poca consistencia racional. No olvidemos que detrás de cualquier respuesta descansa una idea concreta del ser humano, de la libertad, del amor, de la dignidad, de los modos de relación, de la política, en definitiva, de Dios.

“El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del misterio del mismo Cristo” (GS, 22), modelo antropológico de referencia. La invitación al seguimiento de Jesús se ofrece como camino que nos ayuda a profundizar en lo verdaderamente humano. Y esta es nuestra tarea: aprender a ser personas, al estilo de Jesús, humanizando nuestra cultura, creando franciscanamente espacios de fraternidad. Este es nuestro camino, este es el camino que ha recorrido Villalmonte a lo largo de su vida, tanto personal como intelectualmente.

¡Gracias, Alejandro!