EN EL MANANTIAL

EN EL MANANTIAL
ESTUDIO DEL PINTOR

sábado, 31 de octubre de 2015

GITÁNJALI - 48 R. TAGORE


GITANJALI - 48

El silencio matinal del mar
se rompió con el trinar de las aves.
Las flores daban muestras de alegría
a lo largo del sendero
y un derroche de oro yacía esparcido
entre los abiertos jirones de las nubes.
Nosotros seguíamos nuestro camino
y no nos fijamos en nada más.
No cantamos alegres canciones, ni jugamos,
ni entramos en la aldea a comprar.
No hablamos una sola palabra, ni sonreímos,
ni nos detuvimos por el sendero.
Apresurábamos más y más nuestro paso
mientras el tiempo corría deprisa.
El sol alcanzó la mitad del cielo.
Las palomas se arrullaban en la sombra.
Volaban y danzaban las hojas secas
en el aire caliente del mediodía.
El pastorcito estaba medio dormido
y soñaba a la sombra de aquel banyam.
Y yo, cansado, me tumbé a la orilla del agua
y estiré mis miembros en la hierba verde.
Mis compañeros se rieron con desprecio.
Llevaban la cabeza alta, aceleraron el paso
y nunca volvieron la vista atrás ni descansaron.
Se esfumaron en la imprecisa lejanía azul.
Cruzaron valles, remontaron colinas,
atravesaron países extraños y lejanos.
¡Honor y gloria a ti, hueste heroica,
en ruta sempiterna!
El desdén y el reproche queme mostraron
incitaban a levantarme.
Pero no merecieron de mí respuesta alguna.
Preferí el canto de los pájaros,
las notas dulces de la flauta,
el juego del sol y la sombra de la pradera
flanqueada de altos bambúes.
Me di a mí mismo por perdido
en lo hondo de una grata humillación.
El perfume de la flor de mango
me embriagaba por completo.
el zumbido de miríadas de abejas
logró que mis ojos se entornaran.
El descanso en aquella oscuridad verde,
tamizada por el sol, se apoderó
poco a poco de mi corazón.
Olvidé por qué había caminado
y entregué mi mente sin esforzarme
a un dédalo de sombras y cantos.
Al final, cuando desperté del sueño
y abrí los ojos, te vi a ti,
de pie, sonriendo, delante de mí.
¡Cuánto había temido yo
que la ruta fuese larga y pesada!
Pensábamos que, de no cruzar
el río lejano antes del anochecer,
todo nuestro esfuerzo habría sido baldío.
Y, sin embargo, descubro ahora
que has sido Tú quien has venido a mí.
(R. Tagore; traductor: M.D Gárriz, SJ; Edit. Mensajero)



GITÁNJALI - 52 R. TAGORE


GITÁNJALI - 52

Pensé que debería pedirte
-más no me atreví-
la guirnalda de rosas
que llevabas al cuello.
Esperé a la mañana.
Cuando te fuiste, busqué,
como una mendiga,
algún pétalo olvidado en el suelo.
Y ¿qué encontré? ¿Qué signo de tu amor?
Ni flores, ni especias,
ni un frasco de perfume,
sino tu temible espada,
brillante como una centella,
formidable como un rayo con sus truenos.
La primera luz de la mañana
entra por la ventana y se extiende por el lecho.
El pájaro matinal trina y pregunta:
-Mujer, ¿qué has ganado?
-Ni flores, ni especias,
ni un frasco de perfume,
sino la espada terrible.
Me siento a meditar maravillada:
¿qué significa este regalo?
No encuentro un sitio para ocultarla,
me avergüenza llevarla conmigo,
pues soy tan endeble que me duele
si la aprieto contra el pecho.
Sin embargo, llevaré en mi corazón este honor,
el peso de este dolor, este regalo tuyo.
Desde ahora no temeré nada en este mundo,
y saldré victoriosa de todas mis luchas.
Me has dejado la muerte como compañera,
y yo le daré la corona de mi vida.
Tu espada estará conmigo
para romper toda atadura
y no temeré nada en este mundo.
Desde ahora renuncio a cualquier otro adorno
Señor de mi corazón, no habrá más esperas
ni lloriqueos por los rincones,
ni falsa timidez, ni mimos.
Me has dado tu espada como atavío.

(R. Tagore; traductor: M.D Gárriz, SJ; Edit. Mensajero)

viernes, 30 de octubre de 2015

...SI ME AMAS NO LLORES...


...ENCONTRADO EN UNA PAPELERA, Y RETOCADO...

...SI ME AMAS, NO LLORES...

Lo que llevamos en el corazón no muere nunca.
La muerte no es nada.
Solamente he pasado al otro lado.
Seguimos siendo los mismos. Yo soy yo. Tú eres tú.
Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.
Dame el nombre que siempre me has dado, porque yo seguiré llamándote por el tuyo.
Háblame como lo has hecho siempre, porque lo seguiré haciendo del mismo modo...
¿Es posible que no me escuches?
No uses un tono solemne ni triste.
Continúa riéndote de lo que nos hacía reír juntos.
Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo.
Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre,
sin énfasis de ninguna clase, sin huella de sombra.
La vida significa siempre lo que siempre ha significado.
es lo que siempre ha sido.
El hilo no se ha cortado, ¿no lo sientes?
¿Por qué iba yo a estar fuera de tu pensamiento?
¿Simplemente porque estoy fuera de tu vista?
No estoy lejos. Estoy mucho más cerca de lo que crees...
Estoy justo a otro lado del camino.
¿Ves? Todo está bien.
Si me amas, no llores.
¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieras desde ahí oír el canto de los ángeles
y verme en medio de ellos!
¡Si pudieras contemplar con tus ojos los horizontes
y campos eternos, los nuevos senderos por los que ando!
¡Si un instante pudieras contemplar como yo la Belleza
delante de la cual toda belleza palidece!
Tú me has visto y me has amado
en el país de las realidades mudables,
-donde creíamos saber...¡y sentíamos!-...
¿no podrías volver a verme ni seguir amándome
en el país de las realidades inmutables?..
-donde sencillamente somos-... ¿sencillamente?...
Créeme. Cuando la muerte venga a romper los lazos,
como ha roto los míos...,
cuando un día, que sólo Dios conoce,
vengas al Cielo, donde te he precedido..,
-¡y que tantas veces recibimos en la tierra!-...
ese día volverás a ver a aquél que te amaba y sigue amándote;
volverás a encontrar su corazón y las ternuras purificadas.

Enjuga tus lágrimas y no llores, si me amas...

jueves, 29 de octubre de 2015

SAN JUAN DE LA CRUZ


(San Juan de la Cruz)

Entréme donde no supe:
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
1. Yo no supe dónde estaba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
2. De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida, vía recta;
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.
3. Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo.
toda ciencia trascendiendo.
4. El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le parece,
y Su ciencia tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
5. Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía,
que es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía:
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
6. Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer;
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
7. Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que la puedan emprender;
quien se supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.
8. Y, si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo. 

EL MAR DE ISE...

DE LÁMPARAS Y ENIGMAS... TRAMPOLINES....
"En el mar de Ise,
a mil pies de profundidad,
se encuentra una piedra preciosa.
Sácala sin mojarte las manos".

martes, 27 de octubre de 2015

SANTA TERESA DE JESÚS

SANTA TERESA DE JESÚS

            A Dios le gusta camuflarse en lo que no es Dios. No hay mejor modo de hallar lo sagrado que buscarlo en lo profano. Hace falta una vida entera para comprender esta ley, y ni siquiera cuando creemos haberla comprendido la hemos comprendido del todo.
            Santa Teresa de Jesús nos da en este poema toda una lección de itinerario para ese encuentro...

Vuestra soy, para vos nací:
¿qué mandáis hacer de mi?

Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
Bondad buena al alma mía;
Dios, Alteza, un Ser, Bondad:
la gran vileza mirad,
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mi?

Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes.
vuestra, porque me esperastes,
vuestra pues no me perdí,
¿qué mandáis hacer de mi?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
veisme aquí, mi dulce amor,
amor dulce veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

            Estas tres primeras estrofas sirven a la autora para presentarse como pecadora..., en la siguiente se ofrece totalmente...

Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma;
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición.
Dulce esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí,
¿qué mandáis hacer de mi?

            Ofrecimiento-Abandono:
            A parir de aquí comienza a desarrollar la Indiferencia-Espiritual, estar a lo que "Dios quiera"; para ser capaz incluso de "ver a Dios en lo que no-es-Dios, o en lo que nosotros pensamos que no es Dios.

Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme inferno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Si queréis dadme oración;
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad:
sólo hallo paz aquí,
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme pues sabiduría,
o, por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía.
Dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí y allí,
¿qué mandáis hacer de mi?

Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar,
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando;
decid dónde, cómo y cuándo,
decid dulce amor decid:
¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa,
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mi?

Sea José puesto en cadena,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo pena,
o ya David encumbrado.
Sea Jonás anegado,
O libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mi?

Haga fruto o no lo haga,
esté callando o hablando,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid.
¿qué mandáis hacer de mi?
Vuestra soy, para vos nací:
¿qué mandáis hacer de mi


lunes, 26 de octubre de 2015

RETORNO

...ALLÍ DONDE YA NO SE HACEN DISTINCIONES RETORNAN LOS DIOSES ANTIGUOS...

viernes, 23 de octubre de 2015

"HAY MÁS DICHA EN DAR QUE EN RECIBIR"


"HAY MÁS DICHA EN DAR QUE EN RECIBIR" dice san Pablo que dijo Cristo Jesús...

¿¿¿GENEROSO O DEPENDIENTE???... (Eneagrama Nº 2)...

            Hay personas que se pasan la vida pensando más en los demás que en sí mismos. Personas extremadamente empáticas y solidarias, cuya vocación consiste en ayudar a otros. De hecho, muchos profesionalizan esta pulsión innata con la que nacieron, convirtiéndose en médicos, enfermeros, psicólogos, asistentes sociales o voluntarios al servicio de alguna causa humanitaria. En muchos casos, incluso dedican sus vacaciones a enrolarse en alguna ONG, atendiendo a los más pobres y desfavorecidos.
            En su ámbito familiar y social, por ejemplo, suelen convertirse en la persona de referencia a la que el resto de amigos acuden cuando padecen algún contratiempo, problema o penuria. Son los primeros en ir al hospital cuando alguien que conocen acaba de ser operado, sufre una enfermedad o ha tenido un accidente. O en echar una mano cuando alguien se cambia de piso y necesita ayuda con la mudanza.
            Todos ellos suelen tener como referentes a la madre Teresa de Calcuta o a Vicente Ferrer. Inspirados por su ejemplo, consideran que lo más importante en la vida es ser “buenas personas”. De ahí que por encima de todo se comprometan con la generosidad, el altruismo y el servicio a los demás. Sin embargo, este comportamiento aparentemente impecable puede albergar un lado oscuro. Tarde o temprano llega un punto en que su compulsión por ayudar les termina pasando factura. No hay amor suficiente para llenar el vacío de una persona que no se ama a sí misma” (Irene Orce).
            Cuenta una historia que un joven fue a visitar a su anciano profesor. Y entre lágrimas le confesó: “He venido a verte porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas ni para levantarme por las mañanas. Todo el mundo dice que no sirvo para nada. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”. El profesor, sin mirarlo a la cara, le respondió: “Lo siento, chaval, pero ahora no puedo atenderte. Primero debo resolver un problema que llevo días posponiendo. Si tú me ayudas, tal vez luego yo pueda ayudarte a ti”.
            El joven, cabizbajo, asintió con la cabeza. “Por supuesto, profesor, dime qué puedo hacer por ti”. El anciano se sacó un anillo que llevaba puesto y se lo entregó al joven. “Estoy en deuda con una persona y no tengo suficiente dinero para pagarle”, le explicó. “Ahora ve al mercado y véndelo. Eso sí, no lo entregues por menos de una moneda de oro”.
            Una vez en la plaza mayor, el chaval empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Pero al pedir una moneda de oro por él, algunos se reían y otros se alejaban sin mirarlo. Derrotado, el chaval regresó a casa del anciano. Y nada más verle compartió con él su frustración: “Lo siento, pero es imposible conseguir lo que me has pedido. Como mucho me daban dos monedas de bronce”. El profesor, sonriente, le contestó: “No te preocupes. Me acabas de dar una idea. Antes de ponerle un nuevo precio, primero necesitamos saber el valor real del anillo. Anda, ve al joyero y pregúntale cuánto cuesta. Y no importa cuánto te ofrezca. No lo vendas. Vuelve de nuevo con el anillo”.
            Tras un par de minutos examinando el anillo, el joyero le dijo que era “una pieza única” y que se lo compraba por “50 monedas de oro”. El joven corrió emocionado a casa del anciano y compartió con él lo que el joyero le había dicho. “Estupendo, ahora siéntate un momento y escucha con atención”, le pidió el profesor. Le miró a los ojos y añadió: “Tú eres como este anillo, una joya preciosa que solo puede ser valorada por un especialista. ¿Pensabas que cualquiera podía descubrir su verdadero valor?”. Y mientras el anciano volvía a colocarse el anillo, concluyó: “Todos somos como esta joya: valiosos y únicos. Y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos digan cuál es nuestro auténtico valor”.
            Dentro de este “club de buenas personas” hay quienes dan desde la abundancia y quienes, por el contrario, lo hacen desde la escasez. Es decir, quienes dan por el placer de dar y quienes, por el contrario, lo hacen con la esperanza de recibir. Centrémonos en estos últimos, indagando acerca de lo que mueve realmente sus acciones.
            Muchos de estos ayudadores se fuerzan a hacer el bien, siguiendo los dictados de una vocecilla que les recuerda que ocuparse de sí mismos, de sus propias necesidades, es “un acto egoísta”. No en vano están convencidos de que, para ser felices, la gente les ha de querer. Y de que, para que la gente les quiera y piense bien de ellos, han de ser buenas personas. Movidos por este tipo de creencias, suelen ofrecer compulsivamente su ayuda, atrayendo a su vida a personas necesitadas e incapaces de valerse por sí mismas.
            Al posicionarse como "salvadores", consideran que los demás no podrían sobrevivir ni prosperar sin su ayuda. De ahí que tiendan a interferir en los asuntos de sus conocidos, ofreciéndoles consejos aun cuando nadie les haya preguntado. Sin ser conscientes de ello, pecan de soberbia, posicionándose por encima de quienes ayudan, creyendo que saben mejor que ellos lo que necesitan. Paradójicamente, su orgullo les impide reconocer sus propias necesidades y pedir auxilio cuando lo requieren.
            Detrás de su personalidad inclinada a agradar siempre, bondadosa y servicial se esconde una dolorosa herida: "la falta de amor hacia sí mismos". Un sentimiento que buscan desesperadamente entre quienes ayudan, volviéndose individuos muy dependientes emocionalmente. Esta es la razón por la que con el tiempo aflora su oscuridad en forma de reproches, sintiéndose dolidos y tristes por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de los servicios prestados. En algunos casos extremos terminan estallando agresivamente, echando en cara todo lo que han hecho por los demás. También utilizan el chantaje emocional, el victimismo o la manipulación para hacer sentir culpables a quienes han ayudado, esperando así obtener el amor que creen que merecen y necesitan para sentirse bien consigo mismos.
            Si das para recibir, es cuestión de tiempo que acabes echando en cara lo que has dado por no recibir lo que esperabas” (Erich Fromm).
            El punto de inflexión de estos ayudadores compulsivos comienza el día que deciden adentrarse en un terreno tan desconocido como aterrador: "la soledad y la introspección", poniendo su empatía al servicio de sus propias necesidades. Solo así superan su adicción y dependencia por el amor del prójimo, volviéndose mucho más autosuficientes emocionalmente. Solo así logran poner límites a su ayuda –sabiendo decir “no”–, sin sentirse culpables o egoístas por priorizarse a sí mismos cuando más lo necesiten.
            Antes de volver a ayudar a alguien, puede ser interesante que se pregunten lo que les mueve a hacerlo, comprendiendo el patrón inconsciente que se oculta detrás de sus buenas intenciones. De este modo, dejarán de acumular sentimientos negativos hacia aquellos que no les devuelven los favores prestados. A su vez, también pueden recordarse que cada persona es capaz de asumir su propio destino, aprendiendo a resolver sus problemas por sí misma.
            En este sentido, es fundamental que comprendan que nadie hace plenamente feliz a nadie, puesto que la felicidad se encuentra en el interior de cada ser humano -si bien es cierto que no hay que olvidar regar a los que están al rededor, con mesura-. Lo cierto es que este bienestar interno es el motor del verdadero amor, desde el que las personas dan lo mejor de sí mismas sin esperar nada a cambio. En vez de comportarse como buenos samaritanos, su gran aprendizaje consiste en ser personas felices. Es entonces cuando comprenden que "DAR ES LA VERDADERA RECOMPENSA".


lunes, 19 de octubre de 2015

EL CIEGO BARTIMEO



JESÚS Y EL CIEGO BARTIMEO

Jesús le pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?". Parece una pregunta extraña, dirigida a un ciego. Pero no es una pregunta superflua; pues no todos los enfermos desean sanar.
«Los médicos saben perfectamente que no todos los pacientes colaboran y, consiguientemente, su curación resulta difícil. Y a nivel psicológico, esta misma experiencia es aún  más habitual. Todo terapeuta es consciente de que el hombre, en ocasiones, ofrece a la curación una resistencia tan fuerte o más que el deseo de sanar. El enfermo puede sacar tal provecho de sus problemas que, de un modo inconsciente, prefiere a veces no ser curado. En ocasiones, también nosotros, en el plano espiritual, decimos que queremos curarnos pero no es un deseo auténtico (porque hemos hecho un pacto con nuestra mediocridad y nos sentimos cómodos en ella). Y así, muchas veces nos movemos en un "querría" sanar, pero no en un "quiero" decidido que está dispuesto a pagar el precio de la curación, que afectaría a mi vida y le haría cambiar. Por eso es por lo que Jesús formula la pregunta, con el fin de calibrar la sinceridad del deseo de Bartimeo. ¿Qué quiere que haga Jesús por él? ¿Cuál es el verdadero deseo de su corazón? La respuesta de Bartimeo no tiene ambigüedad -"Maestro, que vea otra vez"-; está dispuesto a pagar el precio de su curación» (P. van Bremen).
Preguntémonos si sinceramente queremos sanar; si deseamos desprendernos de nuestras cegueras (de las que tantas veces somos cómplices) para seguirle con limpia autenticidad. Si estamos dispuestos a pagar el precio de nuestra curación.

viernes, 9 de octubre de 2015

EL PERDÓN



EL PERDÓN
Maïtti Girtanner, una joven, miembro de la Resistencia bajo la ocupación nazi durante la II Guerra mundial, ayudaba a evadidos a pasar de la zona ocupada a la libre. Durante años engañó a la Gestapo, para quienes trabajaba como concertista de piano. Cuando la desenmascararon, la encarcelaron y la entregaron a un joven médico nazi que la utilizó para realizar sobre ella experimentos médicos que acabaron dañándole las funciones nerviosas vitales, de lo que Maïtti  ya no volvió a recuperarse.
La joven recobró la libertad, pero en un estado lamentable. Ya no pudo casarse no volver a dedicarse a la música; pudo sobrevivir, pero entre sufrimientos cotidianos. Su vida estaba arruinada. «Todo partió -explica Maïtti- de un deseo: poder perdonar. Pero yo no sabía si eso acabaría ocurriendo. Si, al final, no resultaba posible, le pedía a Dios que lo hiciese en mi lugar -"como pide san Francisco de Asís en su paráfrasis sobre el Padrenuestro-. Mi deseo estaba ahí, y yo no había dejado de rezar por mi torturador durante cuarenta años [...]. Muy pronto me sentí dominada por el deseo loco, verdaderamente irreprimible de poder perdonar a ese hombre».
Cuando estaba prisionera; Maïtti ya había entablado diálogo con el médico, quien, pasado el tiempo, se acordó de aquella joven que animaba a sus compañeros de infortunio y seguramente sería capaz de perdonarlo.
Al cabo de cuarenta años ella recibe una carta de su verdugo, de nombre Leo, a la sazón padre de familia, que sigue ejerciendo la medicina en Alemania; sufre de cáncer y se sabe condenado. No quiere morir sin volver a Maïtti y pedirle perdón. Ésta, ya anciana, acepta encontrarse con Leo, escucha sus palabras y, tras un doloroso diálogo, ambos se funden en un abrazo. «Cuando ya era hora de que se marchase, con él aún a la cabecera de mi cama, sentí un impulso irrefrenable que me alzó de mi almohada, lo que me hizo bastante daño, y le di un abrazo para confiarlo en las manos de Dios. Y él, en voz muy baja, me dijo: "¡Perdón!". Era el beso de paz que lo había traído a mí. En ese mismo instante supe que lo había perdonado».
Maïtti, pues, perdonó y permitió una suerte de renacimiento o de resurrección en el hombre que, a su regreso, reconoció ante su familia todo lo que hizo durante la guerra, y distribuyó sus bienes para reparar en la medida de lo posible las torturas que perpetró. La esposa de Leo comunicó finalmente a Maïtti en qué disposición murió el perdonado.