LA CUEVA DE LA NUBE BLANCA
ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA
lunes, 25 de enero de 2021
RENEGIRARD: INTRODUCCIÓN.- (A) (1)
domingo, 3 de enero de 2021
EL PECADO Y LA GRACIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL
EL PECADO Y LA GRACIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL
(Visión
Franciscana del ser humano)
Alejandro
de Villalmonte
Sólo
el amor es digno de fe
Jaime
Rey Escapa
Alejandro de Villalmonte, mi amigo, hermano y profesor, fue
quien me puso en contacto con la teología del beato Juan Duns Escoto. A él, a
Enrique Rivera de Ventosa y a Bernardino de Armellada nunca podré agradecerles
del todo haberme acompañado en la apasionante tarea de aprender a pensar y a
vivir según las intuiciones, siempre actuales, del saber franciscano.
El franciscanismo es un estilo de vida sustentado en una 'forma
mentis' profunda y original, un estupendo camino para hacer vida aquello en
lo que se cree. Lejos del racionalismo y de fundamentalismos, el pensamiento
franciscano llena de sentido aquello que creemos; es decir, lo hace razonable y
practicable en la vida cotidiana. Impulsa al abandono de las creencias vacías,
increíbles o, peor aún, nocivas para la salud mental y nos encara con la tarea
irrenunciable de dar razón de nuestra fe, del conjunto de verdades que
sostienen nuestra vida y le dan sentido, algo imposible si el fundamento de
todo no es el amor.
Así entiendo yo la larga y fecunda trayectoria teológica de
Alejandro de Villalmonte, quien siempre ha ayudado a los suyos a mirar
críticamente aquello que creen. Pensando en él, me viene a la cabeza un
simpático texto de Giovanni Papini, perteneciente a su obra “Carta del Papa
Celestino VI a los hombres”, en la que describe de este modo la figura del
teólogo: “Vosotros habéis parado el reloj de la historia en el siglo
decimocuarto y continuáis distribuyendo una sopa sempiterna a los dóciles
alumnos del sacerdocio, sin cuidaros de los cristianos que se hallan fuera de
las puertas claustrales... Desde hace siglos, los teólogos sois sólo
compiladores de sinopsis, manipuladores de manuales, registradores de lugares
comunes, tediosos comentaristas, glosadores, apostilladores, exhumadores y
remasticadores de antiguos textos venerados. Probos, diligentes, sapientes
repetidores, pero nada más que repetidores”.
Si Papini hubiera conocido y leído a Villalmonte no habría
escrito este texto. Tres pinceladas definen la vocación teológica de nuestro
hermano Alejandro: buscador incansable de la verdad, espíritu libre e
intelectual audaz. Su mente inquieta, preocupada siempre por ahondar en el
misterio del ser humano, nunca se ha dejado amedrentar ante nada ni ante nadie.
Amigo incondicional de la Verdad que nos hace libres, sin perder de vista la
fidelidad creativa que no se cansa de proponer nuevas vías de conocimiento de
lo humano y de lo divino.
Y ¿por qué este libro en nuestra colección? Ya hemos
indicado que Villalmonte es uno de los máximos exponentes de la teología
franciscana actual. La Escuela Superior de Estudios Franciscanos, también a
través de su labor editorial, tiene como objetivo la divulgación del
pensamiento franciscano, especialmente de aquellos temas que pueden iluminar el
diálogo con nuestra cultura actual. Se trata no sólo de hacer arqueología de
nuestra rica tradición, sino de establecer un diálogo crítico, positivo, capaz
de colaborar, aportar e influir en la elaboración de los nuevos retos de la
cultura actual.
La cultura es el lugar donde se fragua el sentido, para la
vida social y para la existencia personal, de cada uno de los individuos. En
los tiempos actuales es complicado producir sentido. La creación de
moldes culturales es una cuestión compleja. Elevar la cultura significa elevar
el valor de lo humano, aprendiendo a discernir, y posteriormente a combatir,
todo aquello que cumpla la función contraria: la deshumanización. Cuando el ser
humano está encerrado en sí mismo, en su propia autosuficiencia, es imposible
encontrar sentido a la existencia. El sentido está fuera de nosotros, en los
encuentros, en los otros, en la intersubjetividad, en la propia capacidad de
autotrascendencia. El ser humano es por naturaleza un ser abierto, a los otros
y al Otro. Desgraciadamente, no son pocos los que promueven la idea de que el
único sentido posible es el sinsentido, la consecuencia lógica posterior es el
vaciamiento de todo el contenido ético de los valores, quedándonos sin
referencias existenciales.
Hay que buscar un trasfondo interpretativo de la realidad,
lo que tradicionalmente se ha llamado metafísica y hoy muchos llaman 'imaginario
teológico': el conjunto de experiencias, narraciones, símbolos, encuentros
que exigen interdiscipliariedad, las conexiones que la teología establece con
la psicología, el arte, la economía, la política, la literatura, etc. Todos
estos elementos entretejidos crean un receptáculo que posibilita el sentido de
nuestro mundo simbólico-conceptual, y de nuestro modo de actuar, tanto
individual como colectivo, ayudándonos a superar el pensamiento débil y
fragmentado, tan característico de nuestra cultura postmoderna.
Tradicionalmente, en el imaginario propuesto por la
teología oficial, la línea conductora o el eje trasversal de todos los
contenidos de nuestra fe ha sido el pecado. La relación entre Dios y el ser
humano está contaminada por el pecado; Cristo es querido por Dios en razón del
pecado del ser humano; la comunidad eclesial es un grupo de pecadores que
buscan en Cristo la redención del pecado; los sacramentos son realidades
sensibles para eliminar de nosotros el pecado; el mundo, junto a la carne (corporalidad-sexualidad)
y el diablo son los enemigos del alma, que vive en un horizonte lleno de
inseguridad, amenazas, miedo y pecado... Alejandro de Villalmonte reacciona
contra este imaginario teológico triste, pesimista y sombrío, incapaz de articular
el ansiado diálogo con la cultura actual. Nuestro querido teólogo, apoyándose
en la tradición franciscana, especialmente en Escoto, ha hecho bandera de su
quehacer teológico, cambiando el escenario, proponiendo el imaginario teológico
franciscano -¡no como otros!-.
La enseñanza escotista franciscana sobre el primado de
Cristo, primacía que no hay que ver como un espléndido y glorioso aislamiento,
se sustenta en la concepción de Dios como Ágape: amor
liberal. Escoto elabora como consecuencia una específica
concepción del ser humano y de la gracia, como fuerza que eleva y deifica,
antes que medicinal y sanadora. La exaltación de Cristo conduce a
eliminar de la historia de la salvación la teología de Adán y la parafernalia
que lleva consigo. Cristo no puede ser rebajado a un mero reparador de los
males causados por el mítico pecado de Adán. El mensaje de Jesús no ha de ser
presentado desde la negatividad del pecado, sino desde la positividad de la
gracia.
La gracia disipa el miedo que origina muchos de nuestros
males, el miedo que convierte a Dios en un tapagujeros, en asilo de nuestra
ignorancia. Un dios 'creado' a la medida de nuestras necesidades,
demasiado pequeño y demasiado celoso, que alimenta los complejos de culpa, que
no nos deja crecer, un dios que tiene miedo de nuestra autonomía. Ese no es el
Dios de Jesús.
El mal o el pecado no pueden convertirse en el hilo
conductor de la historia, ni en el eje de la naturaleza humana. Villalmonte
hace del amor la fuente de la vida y el motor de nuestra existencia, en una
antropología capaz de dar cuenta de lo bueno del ser humano, de su capacidad de
creer y crear, de su capacidad de amar gratuita y solidariamente, de su
conciencia de ser imagen y semejanza de Dios. Se trata de una reflexión
teológica arriesgada, nada ingenua, responsable, que no presenta a Dios como el
hacedor de una criatura defectuosa. El pecado, el mal, el mito adámico no
pueden ni deben colorear la existencia humana.
El silencio frente a lo que no sabemos responder no
significa resignación. No es lícita cualquier respuesta. Por ejemplo, el mal
del ser humano (el que soporta y el que origina) no es explicable desde una
teología desde el pecado que coloca toda nuestra responsabilidad fuera de
nosotros, con 'teologúmenos' de poca consistencia racional. No olvidemos
que detrás de cualquier respuesta descansa una idea concreta del ser humano, de
la libertad, del amor, de la dignidad, de los modos de relación, de la
política, en definitiva, de Dios.
“El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del
misterio del mismo Cristo” (GS, 22), modelo antropológico de
referencia. La invitación al seguimiento de Jesús se ofrece como camino que nos
ayuda a profundizar en lo verdaderamente humano. Y esta es nuestra tarea:
aprender a ser personas, al estilo de Jesús, humanizando nuestra cultura,
creando franciscanamente espacios de fraternidad. Este es nuestro camino, este
es el camino que ha recorrido Villalmonte a lo largo de su vida, tanto personal
como intelectualmente.
¡Gracias, Alejandro!
domingo, 27 de diciembre de 2020
sábado, 19 de diciembre de 2020
APRENDER DE LOS NIÑOS
APRENDER DE LOS NIÑOS
Jesús llamó a los discípulos y los envió
con una tarea concreta. Les dio instrucciones precisas sobre el modo en que
debían presentarse, así como objetivos concretos y criterios para decisiones y
procedimientos. Les proporcionó una espiritualidad activa. Tras los primeros
pasos en esa vida comprometida, Jesús comenzó a mostrarles que sus
actividades no tenían mucho sentido y que no darían los frutos esperados sino
entraban en una relación personal más profunda con Dios.
Así es como hay que entender, por ejemplo, sus encuentros con los niños. Jesús recrimina a los discípulos porque no permiten que los niños se acerquen a él. Comenta entonces que ellos ya están en el Reino de Dios, mientras que los discípulos solo podrán llegar allí con un gran esfuerzo:
«Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,13-14; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)».
Es más: Jesús menciona a los niños incluso como modelo para otros, también para los discípulos:
«En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él (Lc 18,17)».
Con mayor claridad aún se expresa Jesús cuando los discípulos le preguntan quién es el mayor en el reino de Dios. Entonces coloca a los niños en el centro y como criterio para los discípulos. Estos, a pesar de que ya han recibido una misión, tienen que convertirse primeramente y llegar a ser como los niños; de otro modo no podrán llegar a la vida eterna.
«En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,1-13)»
Jesús refuerza otras veces más esta afirmación. Primeramente cuando coloca la pequeñez como criterio de grandeza en el reino de los cielos.
«El que se haga pequeño como este niño,
ese es el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,4)».
Después se identifica totalmente con esos
niños:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí (Mt 18,5)».
Y, finalmente, los pone en relación
directa con Dios, su Padre:
«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles está viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10)».
Esta actitud de vida es ciertamente
distinta que la planteada en la espiritualidad activa.
¿Qué es, pues, lo que Jesús quiere decir con esta cambio? ¿Qué se propone con
él? ¿Qué significa este contraste respecto de las exigencias puestas con
ocasión de la misión de los discípulos?
Este contraste con la espiritualidad activa va aún más allá. En lugar de colocar tareas, Jesús habla de un detenerse y descansar. Él había anunciado a los discípulos persecuciones; pero ahora, en lugar de eso quiere que descansen. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11, 28-30)».
Con ocasión de su misión, Jesús dio a los discípulos instrucciones prudentes y sabias para el camino; pero ahora dice que su Padre ha ocultado todo esto a los entendidos y sabios.
«En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 18, 25-26)».
Con todo esto, ¿quiere Jesús expresar
mensajes paradójicos? ¿Qué oculta el Padre del cielo a los apóstoles que haya
revelado ya a los niños?
(FRANZ JALICS)
martes, 1 de diciembre de 2020
JESUCRISTO COMO CHIVO EXPIATORIO
JESÚS
COMO CHIVO EXPIATORIO
Lo que ha sucedido a lo largo de la
historia humana ha sido lo siguiente: siempre hemos tenido necesidad de encontrar
algún modo de abordar la ansiedad y el mal humanos e invariablemente hemos
recurrido a alguna "tecnología" distinta del perdón.
Por lo general afrontamos la ansiedad y el
mal humanos con ayuda de sistemas sacrificiales, y eso
continúa siendo así en nuestros días. Algo tiene que ser sacrificado. Es
necesario derramar sangre. Alguien ha de morir. Alguien debe ser culpabilizado,
acusado, atacado, torturado y encarcelado -o tiene que estar en vigor la pena
capital-, porque sencillamente no sabemos cómo hacer frente al mal sin recurrir
a sistemas sacrificiales. Ello crea siempre religiones de exclusión y
violencia, pues pensamos que es tarea nuestra destruir el elemento maligno.
Recuerda: el comunismo y el fascismo pensaban -y piensan- lo mismo, cada cual
conforme a su lógica.
Desde el punto de vista histórico, al
menos hemos avanzado del sacrificio humano al sacrificio de animales y a
diversos modos de aparente autosacrificio. Por desgracia, no era por lo común
el yo-ego lo que sacrificábamos, sino casi siempre el yo-cuerpo en su lugar. En
el perdón es precisamente mi yo-ego lo que tiene que morir: mi necesidad de
llevar razón, de mandar, de ser superior. Muy pocas personas están dispuestas a
llegar a ello, pero justo eso es lo que Jesús acentúa y enseña. ¡Me dicen que
el perdón está implícito al menos en dos terceras partes de su enseñanza!
“Mientras podamos afrontar el mal con
medios distintos del perdón, nunca experimentaremos el verdadero sentido del
mal y el pecado”. Seguiremos proyectándolo fuera de
nosotros, temiéndolo fuera de nosotros, atacándolo fuera de nosotros, en vez de
"contemplarlo" y "llorar" por él en nuestro interior.
Cuanto más tiempo pases contemplándolo,
tanto más te percatarás de tu propia complicidad ‘en’ el pecado de los demás y de que te beneficias ‘de’ él, aun cuando sólo se trate de la
satisfacción de sentirte superior desde el punto de vista moral. El perdón es
probablemente la única acción humana que exige tres nuevas miradas al mismo
tiempo: debo ver a Dios en los otros, debo acceder a Dios en mí mismo y debo
ver a Dios de un modo nuevo, como algo más que un "Guardián", que un
"Conminador". Es un mundo completamente nuevo en tres niveles
a la vez.
Somos la única religión que adora como
Dios al chivo expiatorio. En la medida en que adoramos al chivo expiatorio, deberíamos
aprender a dejar progresivamente de convertir a otros en chivos expiatorios,
porque también podríamos estar equivocados de medio a medio, al igual que la
"Iglesia" y el Estado, el sumo sacerdote y el rey, Jerusalén y Roma,
los niveles superiores de discernimiento en general se equivocaron de medio a
medio en lo concerniente a la muerte de Jesús. «¡Él era lo que la mayoría de
nosotros llamaríamos el ser humano más perfecto que jamás ha vivido!»
Si el poder mismo puede equivocarse hasta tal punto, ten cuidado de a quien
decides odiar, matar y ejecutar. Si hemos de juzgar por la historia, el poder y
la autoridad no son, por sí mismos, buenos guías. A muchos, por no decir a la
mayoría, la autoridad les libera de la ansiedad y a menudo de la responsabilidad
de desarrollar una conciencia madura.
Gran parte de la historia ha estado
determinada por personas poderosas que nos han dicho a quienes teníamos que
temer y odiar. Millones y millones de soldados han dado la única vida que
tenían por haberse creído las mentiras de Gengis Khan, Napoleón, Stalin, Pol
Pot o Hitler -hoy los nacionalismos, con su lengua como “diosa elevada a los
altares” por los ‘señores-as feudales’ de la postmodernidad, que hablan de ella
como una ‘madre’, porque es tan fácil manipular emocionalmente a las masas,
sobre todo para que hagan lo que al poder de turno le apetece-, por nombrar tan
solo unos cuantos. ¡Si no hubiesen creído a los "señores de la época"
y hubiesen mirado a la víctima a la que se enseñó a temer y odiar en la
Palestina del siglo I! Jesús nos ofreció lo que algunos (James Alison) llaman
la "inteligencia
de la víctima", una inteligencia singular que nace de lo inferior,
lo lateral y lo marginal de la historia. Ese es el escondite de Dios, parecen
decirnos las Escrituras.
Jesús quita el pecado del mundo
desenmascarándolo antes de nada como distinto de lo que imaginábamos y
mostrándonos que nuestra pauta de asesinar, atacar y culpabilizar sin saber lo
que hacemos constituye, en efecto, la principal ilusión vana de la historia, la
principal mentira de ésta. Luego, comparte con nosotros un gran amor
participativo, que nos posibilita deponer por completo el odio. Después de
Jesús, la partida ha terminado, al menos para aquellos que han mirado el tiempo
suficiente.
Todos hemos tenido que encarar la
embarazosa verdad de que ‘nosotros mismos’
somos nuestro principal problema. Nuestra mayor tentación estriba en intentar
cambiar a otras personas en vez de cambiar nosotros. ¡Jesús accedió a ser
transformado ‘él mismo’ y así
transformó a otros!
He aquí lo que las tres imágenes
transformadoras, que convergen en la imagen del hombre-Dios crucificado, pueden
obrar en el alma:
1.- El chivo expiatorio: la espeluznante
revelación de la esencial mentira humana que subyace en la mayor parte del
miedo, el odio y la violencia. Mientras proyectemos nuestro mal a cualquier
otro lugar, no podremos sanarlo aquí... ‘ni’
allí.
2.- El cordero pascual: la sorprendente
revelación de que no tenemos que desprendernos tanto de las llamadas cosas
malas cuanto de lo que aparentemente es bueno y nos hace sentir fuertes,
seguros y superiores. Este es el "cordero" que debe ser sacrificado,
un bien aparente.
3.- El "atravesado" al que
debemos contemplar:
a) Acceso a -y perdón de- nuestra propia humanidad en cuanto herida y,
sin embargo, al mismo tiempo resucitada.
b) Reformulación de la imagen de Dios: de Dictador omnipotente a Amante
participativo.
c) Comprensión efectiva tanto del mecanismo del chivo-expiatorio como
del cordero pascual.
d) Liberación de inmensas reservas de compasión, solidaridad y perdón de
nosotros mismos, de los demás, de la historia e incluso de Dios.
(Fr. R. R. & cía., OFM)
sábado, 26 de septiembre de 2020
CÁNTICO DEL HERMANO SOL (DE LAS CRIATURAS) SAN FRANCISCO DE ASÍS
CÁNTICO DEL
HERMANO SOL
ALABANZAS DE LAS CRIATURAS
Altísimo, omnipotente,
buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo,
corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Loado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y
radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Loado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
Loado seas, mi Señor,
por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
Loado seas, mi Señor,
por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
Loado seas, mi Señor,
por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
Loado seas, mi Señor,
por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.
Loado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados
aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.
Loado seas, mi Señor,
por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
¡Ay de aquellos que
mueran en pecado mortal!:
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.
Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad.
miércoles, 16 de septiembre de 2020
LA SOMBRA DEL YO, EL PECADO
LA
SOMBRA DEL YO, EL PECADO
Uno deviene completo y santo cuando es
capaz de aceptar la sombra de su yo o, por decirlo en un lenguaje moral, cuando
es capaz de admitir su pecado. ‘Esencialmente, pasamos de la inconsciencia
a la consciencia a través de una lucha deliberada con la sombra de nuestro yo’.
El propio Jesús solo empieza a hablar después de haberse "retirado
al desierto, movido por el Espíritu, para ser tentado por el diablo" (Mt
4,1). ¡El hecho de que los demonios siempre sepan quién es Jesús (cf. por
ejemplo, Mc 1,24) obedece a que él ya se ha confrontado con ellos! Únicamente
entonces "despertamos". No falla: las personas inconscientes nunca
han luchado con su propia miseria y desgarradura y son falsamente
"inocentes" (otra forma de decir ‘incólumes’:
sin roturas).
La mayor parte de la gran
literatura universal, incluyendo la poesía y el teatro, evidencia de forma
persuasiva este punto. ‘El problema no es tanto pecar cuanto la
falta de disposición a admitir que hemos pecado’ o al menos como hace Jesús, a confrontarnos honestamente con las
tinieblas y con nuestra capacidad de obrar el mal. Para decirlo sencillamente,
no es accidental ni carece de importancia que Jesús fuera "tentado".
Quienes deberían preocuparnos son aquellos que pretenden estar por encima de
todo ello.
Estos son quienes destruyen la historia y
las relaciones, y Jesús los llama "sepulcros blanqueados" y
"guías ciegos" (Mt 23,24.27). Dios parece estar bastante avezado en
utilizar los pecados de las personas para obrar el bien, mas ¡no puede servirse
de quienes se resisten a ver su lado oscuro! Jesús nunca se disgusta con los
pecadores, sino sólo con quienes piensan que no lo son. Mucho más problemáticas
son, para él, las personas que se creen justas, porque estas sólo están, en el
mejor de los casos, a mitad de camino.
En 2Sm 7, David quiere construir a Yahvé
una casa para probarle que es un buen chico. A través de Natán, Yahvé le dice a
David: "No quiero que me construyas una casa. ‘Yo’ te la construiré a ‘ti’.
Te daré paz con todos tus enemigos. Yahvé te hará grande. Yahvé te construirá
una casa y, cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus
antepasados, protegeré eternamente a tus descendientes".
Este pasaje puede ser llamado el
"gran giro", y yo añadiría: el giro necesario. Todos
empezamos pensando que vamos a hacer algo por Dios y, al final de nuestra vida,
nos damos cuenta de que Dios lo ha hecho todo por nosotros. Comenzamos por la
disposición a suscribir una alianza bilateral con Dios y terminamos
percatándonos de que esa alianza es, en su mayor parte, unilateral. ¡La gracia
ha rellenado todos los huecos!
En ese punto de inflexión oímos a David
pronunciar una bella oración en respuesta a Dios, una oración que yo llamo la «oración
del "pero ¿quién soy yo"?». (Esta es la oración que todos
pronunciamos cuando se nos concede la gracia. Es la oración de María en la
Anunciación, así como la ininterrumpida oración nocturna de san Francisco en la
cueva). "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas
hecho llegar hasta aquí?" (2Sm 7,18ss), dice David.
Permitirse uno a sí mismo ser amado
por Dios es ser amado por Dios. Permitirse uno a sí mismo ser
elegido es ser elegido. Permitirse uno a sí mismo ser bendecido es ser
bendecido. Es difícil aceptar ser aceptado, en especial por Dios. Se
requiere una cierta clase de humildad para rendirse a ello y más aún para
perseverar en creerlo. Cualquier persona utilizada por Dios sabe que esto es
verdad: Dios elige y luego utiliza a quien él quiere, y la capacidad de estas
personas de ser utilizadas por Dios deriva de su disposición a permitirse a sí
mismas ser elegidas en primer lugar. ¡Qué gran paradoja!
El amor de Dios es constante e
irrevocable; la parte que a nosotros nos toca es estar abiertos a él y dejarnos
transformar. No hay absolutamente nada que podamos hacer para mover a Dios a
amarnos más de lo que ya nos ama; y tampoco hay absolutamente nada que podamos
hacer para moverlo a amarnos menos. ¡Es nuestro sino! La única diferencia es la
que existe entre quienes consienten en ello y quienes no, pero tanto unos como
otros son amados de forma objetiva y por igual. Quien se percata de ello
sencillamente lo disfruta y extrae vida siempre nueva de esa toma de
conciencia.
Aunque esa ha sido la historia de toda mi
vida, yo todavía no me lo creo plenamente, porque se me antoja demasiado bueno,
algo que desborda mis más audaces esperanzas: tal vez sea un intento de darme
ánimos a mí mismo, tal vez pensamiento desiderativo, tal vez "gracia
barata", tal vez deficiente teología. Pero luego leo los relatos de los
santos bíblicos y conozco santos en prisiones y hospitales, y sus vidas me
dicen que eso es cierto. Son siempre pecadores en rehabilitación y
saben que Dios no los ama porque sean buenos, sino porque Él es bueno.
(Fr. R. R. & cía., OFM)