EN EL MANANTIAL

EN EL MANANTIAL
ESTUDIO DEL PINTOR

sábado, 22 de agosto de 2020

CARISMÁTICOS

 

CARISMÁTICOS  (“ESPIRITUALIDAD A LA CARTA”)

 

Dentro de lo que podríamos denominar “espiritualidad a la carta” -la necedad está convencida de poder comprarlo todo, que viene a ser más o menos lo mismo que ignorarlo todo- se producen actualmente dos movimientos influyentes de nuestro tiempo; en el seno de la Iglesia, el ‘movimiento carismático’; fuera de la Iglesia, lo que se ha denominado ‘New Age’.

Dentro del movimiento carismático se propaga a menudo una teología de la ‘resurrección’ y de la ‘gloria’, pero mucho menos se quiere oír hablar de la teología de la ‘cruz’, no se quiere dirigir la mirada continuamente a ese Cristo muerto en la cruz, el de la pasión. Se busca a menudo una redención que evite “pasar” por el sufrimiento y la muerte.

En cierta ocasión, tras predicar a unos carismáticos acerca del significado de la muerte de Jesús en la Cruz, recuerdo como los rostros de mi auditorio se volvían cada vez más largos e insatisfechos. Al final se acercó a mí una mujer y me increpó: “¿y usted pretende ser un franciscano?, ¡entonces debería ser feliz y predicar la alegría!, ¡pero usted habla horas y horas de la cruz!, ¡avergüéncese!”. Con sermones sobre la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte a duras penas se podrá conseguir algo en estos círculos.

Para ellos, mayor cantidad es siempre mejor. Si hay que oficiar la liturgia frente a carismáticos, se puede tener la experiencia de que la comunidad quiera cantar catorce cantos de entrada y otros tantos después de la comunión. Los textos de las canciones que se repiten continuamente en tales oficios, reflejan también una parcial “teología de la gloria”. Por regla general, el tratamiento que hacen servir para Dios y Cristo son los que se refieren a su magnificencia: el Señor, el rey, el todopoderoso, el resucitado, el glorioso, el supremo. ¡Cuánto más, mejor! Son incapaces de comprender que esas cuentas no cuadran. Piensa que, si ‘un’ “alabad al Señor” es bueno, ‘cuarenta y cinco’ “alabad al Señor” serán mejor. Todo esto lo estoy diciendo con un gran respeto a los dones que se reconocen en el movimiento carismático. Sin embargo, si este movimiento no descubre y asume sus propios lados sombríos, irá por un camino que solo puede llevar: “hacia una superficialidad cada vez mayor”.

Esto conlleva, por ejemplo, que la mayoría de los “carismáticos” eludan las cuestiones sociales (por lo demás esto ya se daba de forma similar en la comunidad de Corinto, tan carismáticamente orientada, y que Pablo, precisamente por este motivo, atacó tan tenazmente (cfr. 1 Cor 11,17-34). En lo referente a estos temas de la justicia y la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte, su actitud parece ser la siguiente: “no queremos tener que martirizarnos con esos sucios asuntos. Nosotros queremos ser brincos de alegría, tocar palmas y cantar a Jesús, el Señor”. Mi pregunta a estos grupos es la siguiente: ¿Qué ‘quiere decir’ la frase de que Jesús es el Señor?, ¿qué ‘consecuencias prácticas’ tiene eso para los problemas del mundo? 

En los movimientos carismáticos se ha extendido un método determinado que trata la cuestión de cómo hay que convivir con el sufrimiento y el dolor. Se trata de la variante cristianizada del “pensamiento positivo” (este principio parte de la premisa de que nuestro pensamiento influye esencialmente sobre nuestro estado de ánimo, cosa que es cierta, pero todo en su dosis adecuada. Teniendo conscientemente “pensamientos positivos” tengo la posibilidad de llegar a ser feliz, estar satisfecho y conseguir el éxito. Toda una ola de libros que son deudores de este principio han inundado en los últimos años el mercado del libro. Pero, hay una ley no escrita en ninguna parte que afirma que todos los ‘idealismos’ terminan chocando contra la realidad, destrozados, pues Hitler estaba convencido de la conquista de Europa, como lo estuvo Napoleón, en sus mentes, pero, es una lástima que exista una realidad más allá de nuestro cráneo -de la que éste cree poder evadirse, este es el pecado idealista-, que no siempre está dispuesta a darnos la razón): nos aconseja este “pensamiento positivo” que los creyentes no deben guardar duelo por sus pérdidas o por el dolor, sino que deben “dar gracias a Dios”, también en los momentos difíciles, incluso cuando no comprendan su manera de actuar -como aquel cura que en el entierro de un muchacho de quince años trataba de consolar a la afligida madre con el argumento de que no tendría ocasión de convertirse en un drogadicto ni un maleante, desde luego, algunos deben hacérselo mirar con más detenimiento del que ellos creen-. Puesto que Dios ha permitido tal o tal cosa, ya habrá de tener un sentido; sus pensamientos son más elevados que nuestros pensamientos. Por ello la queja y el duelo son considerados, en los grupos carismáticos más extremistas, como expresión de la incredulidad, y tienen que ser reprimidos o asumidos “en la obediencia”. La teología de la gloria, que sobre todo tiene muchos partidarios en los EEUU y en los países escandinavos, llega en parte tan lejos que promete a los cristianos que ellos, como hijos de Dios que son, tienen la ‘prerrogativa’ de ser ricos, felices y exitosos en este mundo -¡y si hay que exterminar a todos los indígenas, pues se les extermina, el éxito está de nuestra parte!-. El método de la continua alabanza conduce a la “oración del éxito” (algunos hablan de la “oración dinámica” y prometen: “¡La fuerza universal de Dios está a su alcance!”. Un “ángel del bienestar y de la salvación” está a nuestra disposición si rezamos siguiendo este método. Aún más: “¡Después de la oración llega indefectiblemente la luz!”). En ella se recomienda imaginarse, a ser posible vivamente, aquello que se desea (“visualizarlo”) y a continuación captarlo “en la fe”: -¡esta vez ya no se extermina a los indígenas, se les obliga a sembrar opio en lugar de arroz, por las nobles intenciones del imperio, si eso provoca las mayores hambrunas conocidas en el país durante años, poco importa, “dios” salva a la ‘reina’!-.

En verdad en la Biblia encontramos aquí y allá personas que en la práctica de la oración se atienen a las promesas de Dios (“lo positivo”); sin embargo, esto jamás va a querer decir que la pena, el dolor y la tentación sean reprimidos. En los salmos podemos escuchar a personas que muestran su dolor ante Dios en tono quejumbroso: luchan con él; incluso se atreven a retar a Dios y a acusarle. Jesús luchó y padeció hasta el final con el dolor de la muerte en Getsemaní y en la cruz, y no lo hizo más llevadero con cantos alegres de alabanza y con el recurso del pensamiento positivo. Él rechazó la esponja con hiel y vinagre, un remedio usual entonces para combatir el dolor. No deberíamos apresurarnos a “visualizar positivamente” sin aprender a asumir primero el dolor.

La “pastoral cognitiva” tan apreciada por los carismáticos persigue una meta similar. Se renuncia a examinar a fondo las causas de un problema (por ejemplo a investigar en la infancia de una persona), sino que se parte de la premisa de que es posible crear una condición nueva mediante un cambio de forma de pensar. En vez de pensar continuamente “soy un fracasado”, se deben adquirir nuevas costumbres en la manera de pensar, por ejemplo, diciéndose una y otra vez la frase: “Jesucristo me ama”. Del mismo modo que este método puede ayudar como medida auxiliar, también puede resultar peligroso si es el único principio terapéutico, y no se supera realmente el pasado. Entonces se corre el peligro de que se trata de un lavado de cerebro religioso que convierte a la persona tratada en una marioneta de la verdad “correcta” del Evangelio. En este caso el Evangelio se convierte en una ideología optimista que domina el cerebro del ser humano mientras las capas más bajas siguen “privadas del bautismo”. Esta forma de asesoría pastoral es un auténtico veneno, pues refuerza una tendencia que de todas formas ya es demasiado dominante (no debemos caer en la tentación de ensalzar el control de los pensamientos como el único o el más importante método de la convivencia con uno mismo, es muy importante la confrontación con lo que pensamos para nuestro crecimiento personal).

Observaciones similares se pueden constatar en amplios círculos del movimiento New Age. Multitud de libros y de cursillos prometen -a un alto precio- armonía, iluminación y felicidad en la vida. Un cristianismo que de cara al exterior da una sensación de tristeza y de falta de alegría ha contribuido en cualquier caso a que las personas que buscan un sentido a su vida sean susceptibles a las caras promesas de felicidad y armonía del mercado pseudo-religioso de la psique. La “era de Acuario”, -en la que se supone que estamos- cuya irrupción fue celebrada en los círculos New Age, está aparentemente marcada por una bondad y armonía completa -sin virus cantamañanas que nos amarguen la existencia y nos lleven por el camino de sus mandatos-.

Podemos trazar una línea que va desde los hijos del hipismo de los años sesenta, que hicieron trasbordo a un mundo de fantasía en vista de la guerra y de un absurdo mundo laboral, directamente hasta el narcisismo de la posmodernidad. El celebrado descubrimiento del individualismo acabó finalmente en el caso de los “exploradores del sentido” en el egocentrismo individual y en el ejercicio continuo de mirarse el ombligo con fines terapéuticos.

Síntoma de esta tendencia es el presente consumismo espiritual. Después de que la sociedad occidental haya explotado materialmente la tierra, nos apropiamos ahora del legado espiritual de oriente, en la mayoría de los casos sin haber pagado el precio de “una vía interior seria que nos invite a emprender la vía dura y pedregosa de la conversión”.

Pero, Oriente ya hace tiempo que nos tomó la medida, y se apropió del legado material de occidente, pagó su precio, y también ha pagado el nuestro, no tiene prisa, cobrar es cuestión de tiempo…/.

domingo, 9 de agosto de 2020

EL RÍO DE LA VIDA

 

EL RÍO DE LA VIDA…

 

“Nuestra vida son los ríos que van a dar en la mar”, decía el poeta Jorge Manrique, y es en momentos como este, cuando nos es dado percibir que también es posible la paz y la alegría en la “noche oscura”, cuando descubrimos, si no tenemos demasiada prisa, que podemos ver al río transcurrir entre dos orillas, entre la “Lógica” y la “Nada”, lo que unos llaman “Lógica” y otros “Nada”…                                                                                                                  

 Sobre el río hay un puente. Los lógicos -que aseguran tener los pies en la tierra- afirman que no saben si une las dos orillas. El puente arranca o llega a su orilla, pero el otro extremo del puente, así como la otra orilla, la “Nada”, no es algo que pueda verse con los ojos de la cara, o quizá sí, pero no se quiera, o no se esté preparado, por la mala educación.

Los lógicos afirman que puesto que todo tiende al “No-Ser”, lo más lógico es que no exista nada, tal como afirman que sucede en la otra orilla del río, que les da la razón, pero en cuya existencia, por cierto, no creen, pese a contemplar el río y vivir gracias a él, en él.

Pusieron un guardián en el puente, al “Soberbio Espíritu de la Razón”, según dijeron para cerrar el paso; pero también eso ha resultado inútil, porque se les ha hecho “cuántico” y más que razonable se muestra un poco loco, por decirlo sin herir a nadie.

Nadie podría pasar a la otra orilla sin derrotar antes al “cuántico” guardián; pero el problema es que aunque se supone que está, no se le termina de ver.

Ya no les basta con tener razón, porque también ésta se ha hecho “cuántica”, y según el humor que tenga y en dónde esté funciona de una manera o de otra; también ella, como el guardián, parece un poco loca.

Quizá, se temen lo peor, tengan que terminar aceptando que son la otra orilla, la que dicen no ver, y que deberían abandonar antes de que se derrumbe el puente…, si bien es cierto que solo tenemos necesidad del río.

Trataron, por lo tanto, de asegurar el puente con unas “cuerdas”, y éstas, por mor de la física cuántica se les transformaron en una teoría que ha hecho del universo un lugar tan elegante que solo parece estar al alcance de Dios.

Siempre que nos oponemos a lo que no entendemos estamos rechazando el riesgo creador del Reino: “Vino a los suyos y los suyos no la acogieron...

…Porque me has visto, has creído; dichosos los que creerán sin haber visto”.

Con demasiada facilidad se nos olvida que “a la hora de la muerte, cuando nos encontremos cara a cara con Dios, seremos juzgados de amor: sobre cuánto hemos amado. No sobre cuánto hemos realizado, sino sobre cuánto amor hemos puesto en lo que hemos hecho”.

Cuando nos pregunten: ¿has vivido, has amado? Sin decir nada, lo mejor será “abrir nuestro corazón lleno de nombres y mostrar nuestras manos vacías”, que no retuvieron nada, que todo lo entregaron…

El río, la corriente de la vida, la podemos contemplar desde la orilla de la desesperanza, de la amargura, del miedo, incluso del odio a Dios -porque creemos que nos sobran los motivos, a veces con esa razón tan nuestra-, con lo que no conseguiremos sino amargarnos la propia existencia; o por el contrario “aceptando en paz lo inevitable”, pasando a la otra orilla, donde nos será dado descubrir, pese a todo, la alegría, la confianza, el amor, la esperanza, la fidelidad a Dios…, porque así es la corriente de la vida, y no es cierto que nos vayan a pagar lo mismo, por eso es mejor comenzar ya desde aquí-ahora a vivir como resucitados, así nos daremos cuenta, como decía mi abuela Guadalupe, de que ¡nadie se muere nunca!...