domingo, 27 de diciembre de 2020
sábado, 19 de diciembre de 2020
APRENDER DE LOS NIÑOS
APRENDER DE LOS NIÑOS
Jesús llamó a los discípulos y los envió
con una tarea concreta. Les dio instrucciones precisas sobre el modo en que
debían presentarse, así como objetivos concretos y criterios para decisiones y
procedimientos. Les proporcionó una espiritualidad activa. Tras los primeros
pasos en esa vida comprometida, Jesús comenzó a mostrarles que sus
actividades no tenían mucho sentido y que no darían los frutos esperados sino
entraban en una relación personal más profunda con Dios.
Así es como hay que entender, por ejemplo, sus encuentros con los niños. Jesús recrimina a los discípulos porque no permiten que los niños se acerquen a él. Comenta entonces que ellos ya están en el Reino de Dios, mientras que los discípulos solo podrán llegar allí con un gran esfuerzo:
«Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,13-14; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)».
Es más: Jesús menciona a los niños incluso como modelo para otros, también para los discípulos:
«En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él (Lc 18,17)».
Con mayor claridad aún se expresa Jesús cuando los discípulos le preguntan quién es el mayor en el reino de Dios. Entonces coloca a los niños en el centro y como criterio para los discípulos. Estos, a pesar de que ya han recibido una misión, tienen que convertirse primeramente y llegar a ser como los niños; de otro modo no podrán llegar a la vida eterna.
«En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,1-13)»
Jesús refuerza otras veces más esta afirmación. Primeramente cuando coloca la pequeñez como criterio de grandeza en el reino de los cielos.
«El que se haga pequeño como este niño,
ese es el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,4)».
Después se identifica totalmente con esos
niños:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí (Mt 18,5)».
Y, finalmente, los pone en relación
directa con Dios, su Padre:
«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles está viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10)».
Esta actitud de vida es ciertamente
distinta que la planteada en la espiritualidad activa.
¿Qué es, pues, lo que Jesús quiere decir con esta cambio? ¿Qué se propone con
él? ¿Qué significa este contraste respecto de las exigencias puestas con
ocasión de la misión de los discípulos?
Este contraste con la espiritualidad activa va aún más allá. En lugar de colocar tareas, Jesús habla de un detenerse y descansar. Él había anunciado a los discípulos persecuciones; pero ahora, en lugar de eso quiere que descansen. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11, 28-30)».
Con ocasión de su misión, Jesús dio a los discípulos instrucciones prudentes y sabias para el camino; pero ahora dice que su Padre ha ocultado todo esto a los entendidos y sabios.
«En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 18, 25-26)».
Con todo esto, ¿quiere Jesús expresar
mensajes paradójicos? ¿Qué oculta el Padre del cielo a los apóstoles que haya
revelado ya a los niños?
(FRANZ JALICS)
martes, 1 de diciembre de 2020
JESUCRISTO COMO CHIVO EXPIATORIO
JESÚS
COMO CHIVO EXPIATORIO
Lo que ha sucedido a lo largo de la
historia humana ha sido lo siguiente: siempre hemos tenido necesidad de encontrar
algún modo de abordar la ansiedad y el mal humanos e invariablemente hemos
recurrido a alguna "tecnología" distinta del perdón.
Por lo general afrontamos la ansiedad y el
mal humanos con ayuda de sistemas sacrificiales, y eso
continúa siendo así en nuestros días. Algo tiene que ser sacrificado. Es
necesario derramar sangre. Alguien ha de morir. Alguien debe ser culpabilizado,
acusado, atacado, torturado y encarcelado -o tiene que estar en vigor la pena
capital-, porque sencillamente no sabemos cómo hacer frente al mal sin recurrir
a sistemas sacrificiales. Ello crea siempre religiones de exclusión y
violencia, pues pensamos que es tarea nuestra destruir el elemento maligno.
Recuerda: el comunismo y el fascismo pensaban -y piensan- lo mismo, cada cual
conforme a su lógica.
Desde el punto de vista histórico, al
menos hemos avanzado del sacrificio humano al sacrificio de animales y a
diversos modos de aparente autosacrificio. Por desgracia, no era por lo común
el yo-ego lo que sacrificábamos, sino casi siempre el yo-cuerpo en su lugar. En
el perdón es precisamente mi yo-ego lo que tiene que morir: mi necesidad de
llevar razón, de mandar, de ser superior. Muy pocas personas están dispuestas a
llegar a ello, pero justo eso es lo que Jesús acentúa y enseña. ¡Me dicen que
el perdón está implícito al menos en dos terceras partes de su enseñanza!
“Mientras podamos afrontar el mal con
medios distintos del perdón, nunca experimentaremos el verdadero sentido del
mal y el pecado”. Seguiremos proyectándolo fuera de
nosotros, temiéndolo fuera de nosotros, atacándolo fuera de nosotros, en vez de
"contemplarlo" y "llorar" por él en nuestro interior.
Cuanto más tiempo pases contemplándolo,
tanto más te percatarás de tu propia complicidad ‘en’ el pecado de los demás y de que te beneficias ‘de’ él, aun cuando sólo se trate de la
satisfacción de sentirte superior desde el punto de vista moral. El perdón es
probablemente la única acción humana que exige tres nuevas miradas al mismo
tiempo: debo ver a Dios en los otros, debo acceder a Dios en mí mismo y debo
ver a Dios de un modo nuevo, como algo más que un "Guardián", que un
"Conminador". Es un mundo completamente nuevo en tres niveles
a la vez.
Somos la única religión que adora como
Dios al chivo expiatorio. En la medida en que adoramos al chivo expiatorio, deberíamos
aprender a dejar progresivamente de convertir a otros en chivos expiatorios,
porque también podríamos estar equivocados de medio a medio, al igual que la
"Iglesia" y el Estado, el sumo sacerdote y el rey, Jerusalén y Roma,
los niveles superiores de discernimiento en general se equivocaron de medio a
medio en lo concerniente a la muerte de Jesús. «¡Él era lo que la mayoría de
nosotros llamaríamos el ser humano más perfecto que jamás ha vivido!»
Si el poder mismo puede equivocarse hasta tal punto, ten cuidado de a quien
decides odiar, matar y ejecutar. Si hemos de juzgar por la historia, el poder y
la autoridad no son, por sí mismos, buenos guías. A muchos, por no decir a la
mayoría, la autoridad les libera de la ansiedad y a menudo de la responsabilidad
de desarrollar una conciencia madura.
Gran parte de la historia ha estado
determinada por personas poderosas que nos han dicho a quienes teníamos que
temer y odiar. Millones y millones de soldados han dado la única vida que
tenían por haberse creído las mentiras de Gengis Khan, Napoleón, Stalin, Pol
Pot o Hitler -hoy los nacionalismos, con su lengua como “diosa elevada a los
altares” por los ‘señores-as feudales’ de la postmodernidad, que hablan de ella
como una ‘madre’, porque es tan fácil manipular emocionalmente a las masas,
sobre todo para que hagan lo que al poder de turno le apetece-, por nombrar tan
solo unos cuantos. ¡Si no hubiesen creído a los "señores de la época"
y hubiesen mirado a la víctima a la que se enseñó a temer y odiar en la
Palestina del siglo I! Jesús nos ofreció lo que algunos (James Alison) llaman
la "inteligencia
de la víctima", una inteligencia singular que nace de lo inferior,
lo lateral y lo marginal de la historia. Ese es el escondite de Dios, parecen
decirnos las Escrituras.
Jesús quita el pecado del mundo
desenmascarándolo antes de nada como distinto de lo que imaginábamos y
mostrándonos que nuestra pauta de asesinar, atacar y culpabilizar sin saber lo
que hacemos constituye, en efecto, la principal ilusión vana de la historia, la
principal mentira de ésta. Luego, comparte con nosotros un gran amor
participativo, que nos posibilita deponer por completo el odio. Después de
Jesús, la partida ha terminado, al menos para aquellos que han mirado el tiempo
suficiente.
Todos hemos tenido que encarar la
embarazosa verdad de que ‘nosotros mismos’
somos nuestro principal problema. Nuestra mayor tentación estriba en intentar
cambiar a otras personas en vez de cambiar nosotros. ¡Jesús accedió a ser
transformado ‘él mismo’ y así
transformó a otros!
He aquí lo que las tres imágenes
transformadoras, que convergen en la imagen del hombre-Dios crucificado, pueden
obrar en el alma:
1.- El chivo expiatorio: la espeluznante
revelación de la esencial mentira humana que subyace en la mayor parte del
miedo, el odio y la violencia. Mientras proyectemos nuestro mal a cualquier
otro lugar, no podremos sanarlo aquí... ‘ni’
allí.
2.- El cordero pascual: la sorprendente
revelación de que no tenemos que desprendernos tanto de las llamadas cosas
malas cuanto de lo que aparentemente es bueno y nos hace sentir fuertes,
seguros y superiores. Este es el "cordero" que debe ser sacrificado,
un bien aparente.
3.- El "atravesado" al que
debemos contemplar:
a) Acceso a -y perdón de- nuestra propia humanidad en cuanto herida y,
sin embargo, al mismo tiempo resucitada.
b) Reformulación de la imagen de Dios: de Dictador omnipotente a Amante
participativo.
c) Comprensión efectiva tanto del mecanismo del chivo-expiatorio como
del cordero pascual.
d) Liberación de inmensas reservas de compasión, solidaridad y perdón de
nosotros mismos, de los demás, de la historia e incluso de Dios.
(Fr. R. R. & cía., OFM)