GITÁNJALI - 52
Pensé
que debería pedirte
-más
no me atreví-
la
guirnalda de rosas
que
llevabas al cuello.
Esperé
a la mañana.
Cuando
te fuiste, busqué,
como
una mendiga,
algún
pétalo olvidado en el suelo.
Y
¿qué encontré? ¿Qué signo de tu amor?
Ni
flores, ni especias,
ni
un frasco de perfume,
sino
tu temible espada,
brillante
como una centella,
formidable
como un rayo con sus truenos.
La
primera luz de la mañana
entra
por la ventana y se extiende por el lecho.
El
pájaro matinal trina y pregunta:
-Mujer,
¿qué has ganado?
-Ni
flores, ni especias,
ni
un frasco de perfume,
sino
la espada terrible.
Me
siento a meditar maravillada:
¿qué
significa este regalo?
No
encuentro un sitio para ocultarla,
me
avergüenza llevarla conmigo,
pues
soy tan endeble que me duele
si
la aprieto contra el pecho.
Sin
embargo, llevaré en mi corazón este honor,
el
peso de este dolor, este regalo tuyo.
Desde
ahora no temeré nada en este mundo,
y
saldré victoriosa de todas mis luchas.
Me
has dejado la muerte como compañera,
y
yo le daré la corona de mi vida.
Tu
espada estará conmigo
para
romper toda atadura
y
no temeré nada en este mundo.
Desde
ahora renuncio a cualquier otro adorno
Señor
de mi corazón, no habrá más esperas
ni
lloriqueos por los rincones,
ni
falsa timidez, ni mimos.
Me
has dado tu espada como atavío.
(R.
Tagore; traductor: M.D Gárriz, SJ; Edit. Mensajero)
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