EL PERDÓN
Maïtti Girtanner, una joven, miembro de la Resistencia
bajo la ocupación nazi durante la II Guerra mundial, ayudaba a evadidos a pasar
de la zona ocupada a la libre. Durante años engañó a la Gestapo, para quienes
trabajaba como concertista de piano. Cuando la desenmascararon, la encarcelaron
y la entregaron a un joven médico nazi que la utilizó para realizar sobre ella
experimentos médicos que acabaron dañándole las funciones nerviosas vitales, de
lo que Maïtti ya no volvió a recuperarse.
La joven recobró la libertad, pero en un estado
lamentable. Ya no pudo casarse no volver a dedicarse a la música; pudo
sobrevivir, pero entre sufrimientos cotidianos. Su vida estaba arruinada. «Todo
partió -explica Maïtti- de un deseo: poder perdonar. Pero yo no sabía si eso
acabaría ocurriendo. Si, al final, no resultaba posible, le pedía a Dios que lo
hiciese en mi lugar -"como pide san Francisco de Asís en su paráfrasis
sobre el Padrenuestro-. Mi deseo estaba ahí, y yo no había dejado de rezar por
mi torturador durante cuarenta años [...]. Muy pronto me sentí dominada por el
deseo loco, verdaderamente irreprimible de poder perdonar a ese hombre».
Cuando estaba prisionera; Maïtti ya había entablado
diálogo con el médico, quien, pasado el tiempo, se acordó de aquella joven que
animaba a sus compañeros de infortunio y seguramente sería capaz de perdonarlo.
Al cabo de cuarenta años ella recibe una carta de su
verdugo, de nombre Leo, a la sazón padre de familia, que sigue ejerciendo la
medicina en Alemania; sufre de cáncer y se sabe condenado. No quiere morir sin
volver a Maïtti y pedirle perdón. Ésta, ya anciana, acepta encontrarse con Leo,
escucha sus palabras y, tras un doloroso diálogo, ambos se funden en un abrazo.
«Cuando ya era hora de que se marchase, con él aún a la cabecera de mi cama,
sentí un impulso irrefrenable que me alzó de mi almohada, lo que me hizo
bastante daño, y le di un abrazo para confiarlo en las manos de Dios. Y él, en
voz muy baja, me dijo: "¡Perdón!". Era el beso de paz que lo había
traído a mí. En ese mismo instante supe que lo había perdonado».
Maïtti, pues, perdonó y permitió una suerte de
renacimiento o de resurrección en el hombre que, a su regreso, reconoció ante
su familia todo lo que hizo durante la guerra, y distribuyó sus bienes para
reparar en la medida de lo posible las torturas que perpetró. La esposa de Leo
comunicó finalmente a Maïtti en qué disposición murió el perdonado.
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