Cap.
XI: Que nadie se altere por el pecado de otro
1Al siervo de
Dios nada debe desagradarle, excepto el pecado. 2Y de
cualquier modo que una persona peque, si por esto el siervo de Dios
se turba y se encoleriza, y no por caridad, atesora para sí una
culpa (cf. Rom 2,5). 3El siervo de Dios que no se
encoleriza ni se conturba por cosa alguna, vive rectamente sin
propio. 4Y bienaventurado aquel que no retiene nada para
sí, devolviendo al César lo que es del César, y a Dios lo que
es de Dios (Mt 22,21).
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