Cap.
III: De la perfecta obediencia
1Dice el
Señor en el Evangelio: El que no renuncie a todo lo que
posee, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33); 2y: El
que quiera salvar su vida, la perderá (Lc 9,24). 3Deja
todo lo que posee y pierde su cuerpo el hombre que se ofrece a sí
mismo todo entero a la obediencia en manos de su prelado. 4Y
todo lo que hace y dice que él sepa que no es contra la voluntad del
prelado, mientras sea bueno lo que hace, es verdadera obediencia.
5Y si alguna
vez el súbdito ve cosas mejores y más útiles para su alma que
aquellas que le ordena el prelado, sacrifique voluntariamente sus
cosas a Dios, y aplíquese en cambio a cumplir con obras las cosas
que son del prelado. 6Pues ésta es la obediencia
caritativa (cf. 1 Pe 1,22), porque satisface a Dios y al prójimo.
7Pero si el
prelado le ordena algo que sea contra su alma, aunque no le obedezca,
sin embargo no lo abandone. 8Y si a causa de eso sufriera
la persecución de algunos, ámelos más por Dios. 9Pues
quien sufre la persecución antes que querer separarse de sus
hermanos, verdaderamente permanece en la perfecta obediencia, porque
da su vida (cf. Jn 15,13) por sus hermanos.
10Pues hay
muchos religiosos que, so pretexto de que ven cosas mejores que las
que les ordenan sus prelados, miran atrás (cf. Lc 9,62) y vuelven al
vómito de la propia voluntad (cf. Prov 26,11; 2 Pe 2,22);
11éstos son homicidas y, a causa de sus malos ejemplos,
hacen que se pierdan muchas almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario