¿QUIÉN
ES PRIMERO?...
Y entonces dejamos de
ser fieles a Dios para, sólo, servirnos a nosotros mismos. Nos convertimos en
un fin en nosotros mismos.
Nada, en este mundo, es
un fin en sí mismo; ni aún la Iglesia. Sólo Dios es el fin. Cualquier otra cosa
es, sólo, un medio para llegar a ese fin. Sólo Dios es capaz de salvarnos. Nada
más puede salvarnos. Ni la ley; ni la Biblia, ni el Papa, ni los sacramentos,
ni aún la propia Iglesia. La Iglesia es un regalo que nos hace Dios y, a través
del cual, podremos oír la Palabra y alcanzar la salvación. Cuando nosotros
convertimos los medios en fines, estamos olvidando esta verdad. Pensamos que
ante todo colocamos a Dios pero realmente lo que hacemos es anteponernos,
nosotros, a Dios.
Jesús comprendió esto
perfectamente. Si la Iglesia es el Nuevo Israel, como decimos de vez en cuando,
debemos recordar que Jesús creció en el Viejo Israel, el primer Pueblo de Dios
y, ni aún Jesús, nunca puso en primer lugar a Israel. En primer lugar siempre
puso a Dios. Siempre predicó sobre Yhwh; el amor del Padre y la fidelidad a ese
amor. No predicó sobre Israel. No obstante nunca hizo de menos a Israel. Amó a
Israel. De la misma manera nosotros nunca debemos anteponer la Iglesia a Dios.
Debemos buscar primero el Reino de Dios y su Justicia. No obstante no debemos
combatir a la Iglesia, a menos que ella se esté autoproclamando
"ídolo". Debemos amar a la Iglesia. Dios ama a la Iglesia hoy, tal y
como, en su tiempo, amó a Israel.
Y si nosotros amamos a
la Iglesia, debemos amarla tal como es, porque así es como la ama Dios. No
debemos amarla como si fuera la de hace 50 años. Esa Iglesia ya ha
desaparecido. Tampoco debemos amar a la Iglesia como si fuera la de dentro de
50 años. Esa Iglesia aún no existe. La única Iglesia que existe es la Iglesia
de hoy, y el único amor verdadero a la Iglesia debe ser para la gente que la
compone ahora.
Esto no quiere decir
que aceptemos la institución a ciegas. Ése es, precisamente, el error que
cometió Israel. Debemos tener bien presente que nuestras instituciones,
nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestros credos e, incluso, nuestros
sacramentos, no son un fin en sí mismos. Muchas veces cuando la gente hace o
dice cosas, de un modo distinto de aquel como nosotros las hacemos, la
criticamos. Los judíos desprecian a los samaritanos, pero el Señor dijo que,
incluso, los samaritanos son buenos.
La verdad que nos
revelan las Escrituras no es una verdad "institucionalizada". La
verdad que transmiten las Escrituras es una verdad "personalizada";
la verdad de una relación entre personas. Es una relación de amor, en la cual
participamos, no solamente con las Personas Divinas (Padre, Hijo y Espíritu
Santo) sino también, con cada una de las personas con las que nos encontramos.
En esta relación de amor participa la verdad. Es la verdad sobre Dios y la
verdad sobre nosotros mismos. En esta relación de amor se nos salva de depender
totalmente de nuestras instituciones y de todo aquello que no es Dios. En esta
verdad se nos hace libres. (RR)