EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

sábado, 18 de abril de 2015

LAS ALABANZAS A DIOS




LAS ALABANZAS A DIOS
Las oraciones de alabanza al Señor son algo que se ha perdido, casi por completo, en la liturgia actual de la Iglesia. Nos resulta incómodo esta exteriorización de nuestros sentimientos. No casa con nuestra imagen de gente educada y sofisticada. Nos resistimos a ella. Luchamos contra ella. Nos preguntamos: ¿Para qué puede querer Dios nuestras alabanzas?
La respuesta, desde luego, es que Él no las necesita. Alabar a Dios es bueno, no porque Dios lo necesite, sino porque es hermoso hacerlo, y sobre todo porque lo necesitamos nosotros. Las cosas, verdaderamente maravillosas de la vida no son precisamente las que cubren nuestras necesidades, sino los regalos aparentemente sin utilidad. La mayor belleza aparece en los regalos totalmente innecesarios que se hacen los que se aman. En la ofrenda de uno mismo está el amor. En medio del intercambio de regalos surge la belleza.
Los que preguntan si Dios necesita nuestras alabanzas, también pueden preguntarse si Dios necesita nuestra adoración. En todo caso la respuesta es la misma. Dios no necesita que vayamos cada domingo a la iglesia. No se siente más feliz luego de que hayamos estado cuarenta y cinco minutos sentados allí. Nuestra oración no cambia a Dios, ni intenta hacerlo. La adoración, especialmente la adoración de la Eucaristía, se supone que es un intercambio místico y una ocasión para llevar a cabo un intercambio de deseos.
El domingo, nosotros que durante la semana hemos ido abandonando lentamente nuestras vidas en sus manos, vamos a adorarle. Vamos juntos a celebrar la entrega de nuestras vidas. Nos ofrecemos simbólicamente al Señor, abandonando nuestra autosuficiencia al confesar nuestra debilidad, al ofrecerle toda nuestra atención al escuchar su Palabra, con el regalo personal de su presencia en el Eucaristía liberándonos de todas nuestras preocupaciones.
En este mutuo compartir sucede algo muy hermoso, algo maravilloso que es, a la vez, humano y divino. Si esto no sucede, nada ocurre. Si no sucede te sientes triste, defraudado. Las palabras de la liturgia dejan de tener sentido y el acto de adoración no es más que un ritual.
            No hay nada que pueda sustituir este depositar, en manos de Dios, tu vida. Nada puede reemplazar al ofrecimiento de tu presente y tu futuro en sus manos. Por mucho que participes en ceremonias externas de liturgia, esta actitud no podrá sustituir la adoración interna. Puedes intentar atraer al pueblo con banderas, guitarras, procesiones o lo que se te antoje, pero eres un simple si crees en estas tretas por sí mismas. La verdadera adoración es inspirada por la fe, no por los oropeles. (RR)

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