EL AMOR DE JESUCRISTO...
Él nos llama a un nivel más profundo de
ser, en el que podemos alejarnos de nuestras ilusiones, de nuestras
dependencia, de nuestra hipocresía. Él nos ama exactamente como nosotros somos,
y sin embargo continúa pidiéndonos más de nosotros mismos.
A veces olvidamos esa dimensión exigente
del amor. Amor no es lo mismo que aprobación. Si amamos verdaderamente a
alguien, querremos que sea todo lo que puede y debe ser. Asumimos el riesgo de instarle
a que salga de su superficialidad y entre en su interior. Quienes nos aman verdaderamente
de esta manera nos desafían y nos piden lo mejor de nosotros. Insisten en que seamos
más de lo que hemos sido, nos invitan a contemplar y asumir la posibilidad de crecer,
y nos sostienen cuando nos metemos en terrenos que no nos son familiares. El amor
de Jesús tiene esta cualidad exigente.
En el capítulo 6, del evangelio de san Juan, vemos un ejemplo
perfecto de esto. Jesús se cruza con un tullido, y aunque su corazón se le sale
hacia él, no lo cura en el acto. En lugar de ello le pregunta al hombre si quiere
volver a estar bien, y sólo después de que le diga que sí accede el Señor a sanarlo.
A veces preferimos el confort de nuestra
propia parálisis al riesgo de la salud. Es más fácil continuar viviendo con nuestras
defensas e ilusiones que arrancarlas y afrontar las exigencias de la vida que queda
por delante. Preferimos ser compadecidos que sanados. El Señor no quiere dejarnos
así, pero Él no va a creer por nosotros. Él no nos sanará sin nuestro consentimiento.
Tenemos que decir sí a su amor exigente y dejarnos conducir por Él del pecado a
la gracia, de la muerte a la vida. Sólo entonces experimentaremos, al mirar hacia
atrás, su amor misericordioso. (RR)
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