LA
PASIÓN
¿Cómo vivió Jesús ese tiempo en
manos de quienes estaban en su contra? Una
afirmación suya puede darnos la
respuesta: «Se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de
vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo,
porque el Padre está conmigo». (Jn 16,32)
«Jesús había dejado atrás cualquier
previsión y defensa, abandonando su existencia al Padre que lo enviaba y
conducía. Sabía que no necesitaba preocuparse aunque estuviera en medio de la
contradicción, el dolor, el fracaso o la muerte: el Padre estaba "a favor
suyo", y él estaba seguro de que lo recogería al final extremo de la
noche. Esta confianza suya inaugura la existencia creyente, y Jesús ha sido el
primero en recorrerla».
Detrás de él vamos nosotros, apoyados en
su misma tranquila audacia, que nos permite arriesgar nuestra confianza: «Si
Dios está a favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su
propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros; ¿cómo no va
a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él? ¿Quién nos
separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el
hambre, la desnudez, -"un Vaticano lleno de víboras queriendo comerse a
Francisco"-, la espada? Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos
de todas estas pruebas. Y estoy seguro de que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni
otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes de
cualquier clase, ni lo de arriba ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro»
(Rom 8,31-39)
«Ya ves, lo intenté todo,
recorrí todos los caminos,
pero nunca pude encontrar a un amigo
que me amase más que tú.
Bebí en todas las fuentes, saboreé las
uvas,
pero nunca probé vino más dulce que tú.
Leí cientos de códices eruditos:
en
cada letra sólo te veía a ti.
Borré la caligrafía con mis lágrimas,
y la página resplandeciente
se convirtió en tu espejo.
Escuché tu voz en cada soplo de brisa
rumorosa:
la nieve, la hierba,
no eran sino hermosísimos velos
que cubrían tu rostro.
Me sumergí en un océano sin orilla:
las perlas luminosas sólo te reflejaban
a ti.
Luego vino la tempestad:
el jardín de mi corazón
tiritaba helado, esparcidas sus hojas.
Se hizo desierto
y nube yerma,
y silencio.
Y, de repente,
el sol a medianoche: Tú»
(-Rumi)
No hay comentarios:
Publicar un comentario