GITANJALI - 48
El
silencio matinal del mar
se
rompió con el trinar de las aves.
Las
flores daban muestras de alegría
a
lo largo del sendero
y
un derroche de oro yacía esparcido
entre
los abiertos jirones de las nubes.
Nosotros
seguíamos nuestro camino
y
no nos fijamos en nada más.
No
cantamos alegres canciones, ni jugamos,
ni
entramos en la aldea a comprar.
No
hablamos una sola palabra, ni sonreímos,
ni
nos detuvimos por el sendero.
Apresurábamos
más y más nuestro paso
mientras
el tiempo corría deprisa.
El
sol alcanzó la mitad del cielo.
Las
palomas se arrullaban en la sombra.
Volaban
y danzaban las hojas secas
en
el aire caliente del mediodía.
El
pastorcito estaba medio dormido
y
soñaba a la sombra de aquel banyam.
Y
yo, cansado, me tumbé a la orilla del agua
y
estiré mis miembros en la hierba verde.
Mis
compañeros se rieron con desprecio.
Llevaban
la cabeza alta, aceleraron el paso
y
nunca volvieron la vista atrás ni descansaron.
Se
esfumaron en la imprecisa lejanía azul.
Cruzaron
valles, remontaron colinas,
atravesaron
países extraños y lejanos.
¡Honor
y gloria a ti, hueste heroica,
en
ruta sempiterna!
El
desdén y el reproche queme mostraron
incitaban
a levantarme.
Pero
no merecieron de mí respuesta alguna.
Preferí
el canto de los pájaros,
las
notas dulces de la flauta,
el
juego del sol y la sombra de la pradera
flanqueada
de altos bambúes.
Me
di a mí mismo por perdido
en
lo hondo de una grata humillación.
El
perfume de la flor de mango
me
embriagaba por completo.
el
zumbido de miríadas de abejas
logró
que mis ojos se entornaran.
El
descanso en aquella oscuridad verde,
tamizada
por el sol, se apoderó
poco
a poco de mi corazón.
Olvidé
por qué había caminado
y
entregué mi mente sin esforzarme
a
un dédalo de sombras y cantos.
Al
final, cuando desperté del sueño
y
abrí los ojos, te vi a ti,
de
pie, sonriendo, delante de mí.
¡Cuánto
había temido yo
que
la ruta fuese larga y pesada!
Pensábamos
que, de no cruzar
el
río lejano antes del anochecer,
todo
nuestro esfuerzo habría sido baldío.
Y,
sin embargo, descubro ahora
que
has sido Tú quien has venido a mí.
(R.
Tagore; traductor: M.D Gárriz, SJ; Edit. Mensajero)