Cap.
XXIV: Del verdadero amor
Bienaventurado el siervo
que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede
recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle.
Cap.
XXV: De nuevo sobre lo mismo
Bienaventurado el siervo
que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como
cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda
decir con caridad delante de él.
Al sol del
Santísimo, meditaba un hermano de lo fácil que era estar a
solas con el Señor: ¡Qué bien se está aquí a solas contigo,
Señor, tan en paz y con tanto sosiego! Pero, con tus hijos e hijas,
Señor, ¡qué difícil resulta a veces la convivencia, cuanto ni más
amarles! ¡Qué poco me costaría permanecer para siempre aquí, al
amparo de tu calor!
Eso mismo pidió Pedro
en el Tabor, y tampoco se le concedió. Algunas experiencias nos son
concedidas para que podamos ir a transformar, en lo posible, al mundo
y los hermanos, y, sobre todo a nosotros mismos, no para que se nos
ponga el ombligo del tamaño de un sombrero mejicano al amparo del
cual ”dormir y descansar, del duro trabajo de no hacer nada”.
“No hacer nada, para
que nada quede sin hacer”: en esto consiste uno de los más duros
trabajos. Quizá al principio se necesite algo de soledad, pero
después será indiferente que estemos rodeados de hermanos por todas
partes...
Ante el don de Dios
tengo que ser como una teja ante la lluvia: saber proteger y permitir
que el agua corra sobre mí hasta llegar a otros..., porque es el
único modo de saciar verdaderamente la sed: dando de beber a
otros.../.