Cap. XXVIII:
Hay que esconder el bien para que no se pierda
1Bienaventurado el
siervo que atesora en el cielo (cf.
Mt 6,20) los bienes que el Señor le muestra, y no ansía manifestarlos a los
hombres con la mira puesta en la recompensa, 2porque el Altísimo en
persona manifestará sus obras a todos aquellos a quienes le plazca. 3Bienaventurado
el siervo que guarda en su corazón
los secretos del Señor (cf. Lc 2,19.51).
Si recordamos,
también bajando del monte Tabor, tras la Transfiguración, Jesús
pide a Pedro, Santiago y Juan que mantengan en secreto esa
experiencia. Jesús sabe de la pasta que estamos hechos y lo
aficionados que somos a la “teología del taburete”: en cuanto
vemos uno, nos subimos a él con tal de estar un palmo más alto que
los demás. Con tal de ser los primeros seríamos capaces de
apuntarnos aunque fuese a “un dolor de muelas”, y no hay más que
vernos cuando se nos premia aunque sea con “una medalla de
salchichón” (“de aquellas barras de salchichón de tienda de
pueblo, con sus medallas doradas, donde terminaron todas las mulas
viejas y burros de Castilla, en su viaje a Valencia, pues de allí
volvían luego los salchichones, a muy buen precio, por cierto”),
como corremos buscando un fotógrafo, aunque Dios ha querido que ya
llevemos todos el fotógrafo incorporado. Damos pena con algunas de
nuestras imágenes. Por eso Jesús les pide silencio a sus apóstoles,
porque sabe que hay experiencias que debemos dejar en silencio al
menos un año, o tres, incluso toda la vida; porque si así nos
ponemos con una medalla de salchichón, imaginaos a dónde podríamos
llegar si pudiésemos decir “que venimos de hablar con Dios”
(¡no habría pedestal lo suficientemente alto!)... y como Francisco
es uno de los mejores especialistas en Cristo, es eso mismo lo que
aquí nos pide, que no perdamos el 'oremus' por la fama, que no es más
que un castillo vacío, lleno de puertas y ventanas, por las que
sopla el viento haciendo mucho ruido, sobre una isla en mitad del mar
donde no vive nadie, sencillamente porque allí es imposible la
vida.../.
…EL VERDADERO TESORO…
En
un principio podría incluso parecer que estamos hablando de la vida de un
cadáver, pero, tenemos que acostumbrarnos a soltar cuanto nos impida ser
nosotros mismos -sin olvidar por ello que, a veces, nada nos define tanto como
la herida-. “¿Y quién eres tú? Le preguntaba la oruga a Alicia…”. Si nos
atrevemos a detenernos y mirar con atención nos daremos cuenta de que todos los
males que nos afligen tienen una sola causa: “elevar lo relativo a rango de
absoluto, que sólo pertenece a Dios”. Debemos educarnos en el
desprendimiento, gozar sin afán de posesión, hollar todos los caminos,
atravesar todos los mares, convirtiendo toda meta alcanzada en una línea de
salida…
Al
respecto, nos dice el Tao Te King, nº X:
¿Sabrías modelar tu alma
para que abrace el Uno
sin dispersarse?
¿Sabrías armonizar tu
fuerza
y ser flexible como un
recién nacido?
¿Sabrías purificar tu
visión interior
para que quede libre de
manchas?
¿Sabrías amar a los
hombres
y gobernar el estado
sin acumular
conocimientos?
Cuando las puertas del
Cielo
se abren y se cierran,
¿sabrías ser como una
gallina?
¿Sabrías penetrarlo todo
con tu claridad y pureza
interior
sin recurrir a la
acción?
Producir y nutrir,
crear sin poseer,
obrar sin retener,
multiplicar sin someter,
ésa es la misteriosa
Vida.
(Tao Te King, Lao Tsé, traducción de R. Wilhelm)
Y en el Evangelio según san Mateo 6,19-21.- «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que
corroen, y ladrones que socaban y roban. Amontonaos más bien tesoros en el
cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que socaven y roben. Porque donde esté
tu tesoro, allí estará también tu corazón».
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