LA MISERICORDIA
Santa María
Faustina Kowalska expresa con gran belleza, en
una oración compuesta en 1937, cuán lejos llega y qué profundidad alcanza la
sensibilidad para la misericordia, qué significa ésta para un cristiano y de
qué es capaz:
«Ayúdame, oh Señor, a que mis
ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las
apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarle.
Ayúdame, oh Señor, a que mis
oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las necesidades de mi
prójimo y no sea indiferente a sus sufrimientos y quejas.
Ayúdame, oh Señor, a que mi
lengua sea misericordiosa, para que jamás hable negativamente de mi prójimo,
sino que siempre tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis
manos sean misericordiosas y estén llenas de buenas obras, para que sepa hacer
a mi prójimo exclusivamente el bien y cargue sobre mí las tareas más difíciles
y penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis
pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a socorrer a mi
prójimo, venciendo mi propia fatiga y cansancio. El reposo verdadero está en el
servicio al prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mi
corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los sufrimientos de mi
prójimo. A nadie le reusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos que
sé que abusarán de mi bondad. Y yo mismo me encerraré en el misericordioso
Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu
misericordia, oh Señor, repose sobre mí.
Tú mismo me ordenas que me
ejercite en tres peldaños de la
misericordia. Primero, la acción misericordiosa, de todo tipo.
Segundo, la palabra misericordiosa: lo que no soy capaz de llevar a cabo
como acción debe acontecer por medio de palabras. Tercero, la oración: en caso de
que no pueda mostrar misericordia con hechos ni con palabras, siempre puedo
recurrir a la oración. Mi oración llega incluso allí donde yo no puedo hacerme
corporalmente presente.
Oh Jesús mío, transfórmame en
ti, pues tú lo puedes todo».