...¿TE
LADRAN LOS PERROS?... 2019
El camino hacia mi
tesoro -¡lo que estoy llamado a ser!- también pasa por el diálogo con los
perros furiosos, es decir, el diálogo con mis pasiones, mis pulsiones, mis
problemas, miedos y heridas, con todo lo que ladra dentro de mí y amenaza con
tragarse mis energías.
Una espiritualidad
desde arriba empezaría por encerrar los perros en una torre y se haría
construir al lado un bonito chalet de ideas. Pero siempre habría que vivir allí
preocupados ante la posibilidad de que un día los perros pudieran escaparse y
devorar al primero que se encontraran por delante. Habría que vivir además en
angustia permanente ante la posibilidad de emboscadas de las diversas
concupiscencias, ante las tentaciones, constante espiritual en la vida de las
personas piadosas. Y, sobre todo, quedaría uno aislado de la vida. “Todo lo que
se reprime o se aparca queda restado de la vitalidad”. Los furiosos perros
ladradores están plenos de vitalidad. Si los encerramos quedamos privados de su
energía, necesaria para llegar a Dios y al encuentro de nosotros mismos. La
torre, en la que nos encontramos con los perros, es un símbolo de maduración
humana; la torre hunde sus cimientos en la tierra y se eleva al cielo. Es
redonda, símbolo de la totalidad. Si por un elevado idealismo encerramos y
atamos los perros ladradores, nos condenamos a vivir en tensión permanente por
miedo a que un día se suelten y salgan. Muchas veces huimos de nosotros mismos,
nos da pánico mirarnos al interior por miedo a ver allí un peligroso perro.
Pero cuanto más encadenemos los perros más furiosos se vuelven. Se trata, por
tanto, de armarse de valor y penetrar en la torre y allí, en paz, dialogar
confiadamente con ellos (no por miedo de pensamientos anulados por actos: al
fin y al cabo los esfínteres pueden ser liberadores de heces o de tensiones, y
moralizar la biología no suele llevar precisamente al paraíso. A nadie amenaza
más el orgullo que al que cree encontrarse en un estado de perfección,
disponiendo de los medios más idóneos para recibir a Dios. Y si sucumbe a él,
entonces es peor que el asesino en serie que no ha tenido las oportunidades del
monje. Se prostituye espiritualmente, lo cual es infinitamente peor que hacerlo
corporalmente. Debe, pues, ser consciente de que, entre los que se arrastran
por el fango, hay quienes son, o llegarán a ser, mejores que él, y cuya
santidad brillará en este mundo o en el otro: “He visto almas impuras que se
arrojaban hasta el paroxismo en el ‘eros’ físico. La experiencia misma de ese
‘eros’ los llevó al cambio… Por eso, Cristo, hablando de la casta prostituta,
no dice que ella había tenido miedo, sino que había amado mucho, y que había
podido fácilmente superar el amor con el amor). Pronto nos descubrirán el
secreto del tesoro que guardan. Ese tesoro puede ser un nuevo impulso de vida,
un nuevo estilo de autenticidad personal, la nueva manera de ser yo mismo hasta
completar la imagen que Dios se ha formado de mí.
Trigo y cizaña
Liberados por Dios, no estamos bajo el
dominio de los príncipes de este mundo. No se alza ningún juicio contra un
mundo que fuese ‘fuente’ de mal. El
mundo todo lo más es ambivalente. Él solo tiene que ser liberado, si se puede
hablar así. Ni siquiera su cizaña puede ser arrancada (Mt 13,24-30): bien
porque no lo sea más que a los ojos de nuestra impaciencia sin discernimiento;
bien porque, incluso separada del trigo, no deja de guardar en ella misma un
principio válido que permanece y cuya economía ignoramos (¿con qué derecho
antropocéntrico determinamos que una hierba es una mala hierba? ¿en qué cabeza
cabe salir al campo a ilegalizar plantas?); bien porque incluso la cizaña más
cualificada como mala hierba pueda, ser convertida de arriba abajo, como un
Saulo en un Pablo, precisamente porque su naturaleza básica no está corrompida.
(El Cosmos. Adolphe
Gesché)
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