EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

domingo, 11 de agosto de 2019

SEMILLAS PARA LA ESPERANZA Mt 103,1-23


Del Evangelio según san Mateo 13, 1-23
SEMILLAS PARA LA ESPERANZA
A este momento de la vida de Jesús corresponde la enseñanza de las parábolas sobre las semillas: del sembrador, de la semilla que crece por sí sola, del grano de mostaza... Corresponden a un momento de crisis del ministerio de Jesús. Jesús empieza a hablar de las semillas, como símbolo del porqué de su esperanza, a pesar del realismo, cuando comienza a cundir el desaliento entre los suyos; cuando emergen los desánimos y surgen preguntas como éstas: ¿Por qué la muchedumbre que, en una primera etapa, se agolpaba junto a ti, Señor, ha comenzado a cansarse y ya no te sigue? ¿Por qué el número de fieles discípulos que continuamos a tu lado no aumenta? ¿Por qué el Reino que predicas, y que dices que ya ha comenzado, no crece o, al menos nosotros no lo vemos crecer? ¿Por qué las autoridades religiosas desconfían de Ti y el pueblo no se convierte? ¿Por qué todo parece seguir igual?
Son preguntas similares a las que nosotros hemos formulado tantas veces: ¿por qué la Palabra de Dios -si verdaderamente es Palabra de Dios- no arrolla al mundo, no lo cambia en un abrir y cerrar de ojos? ¿Por qué nuestro apostolado tiene tan poco fruto y hay tanta desproporción entre el esfuerzo que invertimos y lo que cosechamos? ¿Por qué nuestro mensaje no es atractivo? ¿Por qué la gente no corresponde inmediatamente, de tal manera que lo comprenda con prontitud, lo asimile y lo ponga en práctica?
En fin, todas estas preguntas, que, a veces, nos queman, podemos resumirlas en ésta: ¿por qué va así el Reino de Dios y no hay una inmediata correspondencia entre el poder de la Palabra y su realización? Ante estas preguntas que parecían propiciar el desaliento, comienza Jesús a hablar de las semillas para levantar la esperanza.

Parábolas para la esperanza
Las parábolas -que tienen a la semilla como protagonista común- nos dan, cada una con sus matices propios, la respuesta a esta pregunta fundamental. ¿por qué la Palabra de Dios no produce fruto inmediatamente y no transforma al mundo, a los demás, a mí mismo?
1.- La parábola del sembrador -que hoy hemos leído, y con la que se abre "el discurso en parábolas" de Jesús del evangelio de san Mateo- trae este mensaje: la Palabra de Dios no produce frutos automáticamente. Porque el Reino es propuesta de un Dios que es Amor, no imposición. Y, como propuesta amorosa, corre el riesgo de la no aceptación. Y es que el misterio del Reino no puede interpretarse con categorías de eficacia (basta poner los medios para obtener los resultados adecuados); porque es un misterio de diálogo personal; de un Amor que busca una respuesta amorosa y, por tanto, libre. Y, de esta manera, la Palabra de Dios asume el riesgo de que se la coman los pájaros (es la semilla al borde del camino; es decir, la palabra escuchada pero no entendida, que no llega al corazón y se queda en la epidermis) o del secarse sin raíces entre las piedras (que cae en un corazón inconstante y, tras el primer entusiasmo, se disuelve ante las dificultades o de quedar ahogada por las espinas (por los afanes de la vida y la seducción de las riquezas).
En conclusión: la Palabra no produce automáticamente fruto sino humildemente, y, aunque es divina, se adapta a las condiciones del terreno o, mejor, acepta las respuestas que da el terreno, y que muchas veces son negativas. Pero cuando la tierra es buena y fértil, produce un fruto abundante que puede llegar hasta un treinta, un sesenta o incluso un ciento por uno.
Así Jesús les explica a los apóstoles por qué Él predica y su palabra no es eficaz. En realidad, la Palabra no es ineficaz; lo que falla muchas veces es la acogida. Esta parábola pretende ser la justificación de Jesús ante los suyos, que quieren un éxito más grande, casi automático.
2.- Con la parábola de la semilla que crece por sí sola quiere decir a los apóstoles que la Palabra da fruto a su tiempo. Hay que tener confianza, porque la Palabra sembrada va adelante por sí misma. Hay, pues, que sembrarla con valentía, no permanecer inactivos con el pretexto de que el terreno no sirve y que hay que esperar mejores condiciones; no hay que creer que somos los dueños de la Palabra.
La primera parábola da una enseñanza de realismo -mucha porción de semilla se pierde y hay que contar con ello-, y ésta enseña, una confianza absoluta en que la Palabra, por sí misma, dará fruto. Sólo hay que sembrarla con audacia, paciencia y perseverancia.
3.- La parábola del grano de mostaza se dirige a unos discípulos preocupados porque el grupo de seguidores sigue siendo pequeño, no se desarrolla; discípulos inquietos porque mucha gente no toma en serio al Maestro.
Jesús les dice: "No tengáis prisa. El Reino de Dios comienza con poco, dejad que las cosas se desarrollen al ritmo de la "paciencia de Dios". De las pequeñas semillas, de esos comienzos casi imperceptibles, brotará el Reino hasta llegar a su plenitud". De este modo Jesús pide a los discípulos un cheque en blanco: "Tened confianza absoluta en Mí. ¡Seguidme! Vosotros percibís que las cosas no marchan como os habíais imaginado; creíais tener un Maestro que atraía multitudes. Esto no es así. Y no depende de mí. Depende del hecho de que el Reino tiene la estructura de una propuesta de persona a persona; pero el Reino es poder de Dios y, por tanto, se desarrolla y crece. De lo poco Dios producirá lo mucho; de lo poquísimo, se lograrán cosas inmensas".
Así, Jesús educa a los suyos para que cierren los ojos a lo que parece realidad porque se ve y los abran a lo que realmente existe. Y lo que realmente existe es la realidad misteriosa del reino de Dios, que está fermentando silenciosamente, sin que nos demos cuenta, y dará fruto a su tiempo. "¡El que tenga ojos para ver, que vea; el que tenga oídos para oír, que oiga!", repetirá Jesús. esto nos lo dice también a nosotros. Con sus parábolas de las semillas, Jesús nos enseña 1) a abrir los ojos para ver lo invisible; 2) a sembrar.

Ojos para ver
Jesús nos invita a "vivir de fe". Y esto significa no vivir en la superficie sino taladrarla hasta llegar allí donde crecen las semillas del Reino y donde se puede oír su clamor. Con las parábolas de las semillas, Jesús nos enseña a mirar más hondo, para descubrir lo que es "invisible a los ojos": que el mundo está habitado por la presencia viva, amorosa, crítica e interpelante de un Dios de infinita y amorosa paciencia.

Sembrar
Decía Jesús, con sus parábolas sobre las semillas, que hay que sembrar con audacia y perseverancia, sin esperar a que existan mejores condiciones para la siembra. Lo nuestro, por lo tanto, es sembrar. Y sembrar con generosidad. San Pablo, que tanto habló también de las semillas, nos recuerda: "El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; y el siembra generosamente, generosamente cosechará" (2 Cor 9,6).
Sembremos la "Palabra que crece sola" y las obras del Espíritu que habita en nosotros (Rom 8,11). Porque cuando sembramos la Palabra y los "frutos del Espíritu"  (Ga 5,22): amor, alegría, paz, paciencia, bondad, fidelidad…, el Reino crece.
Si tuviéramos esos "ojos de fe" que no se quedan en la superficie, sino que llegan hasta el Misterio Acogedor que habita nuestro mundo y nuestra historia, veríamos y oiríamos el despertar de las semillas del Reino. Porque en este mundo nuestro, tan áspero y tan osco, que parece tan dejado de la mano de Dios, las semillas del Reino se van abriendo. En él, hay semillas de amor, de fidelidad, de paciencia, de gozo, de mansedumbre..., a pesar de todos los eriales y de todos los desolados desiertos que las circundan. Si miramos a nuestro alrededor -y también a lo largo y ancho de nuestra vida-, apreciaremos que hemos conocido y conocemos a muchas personas que, con entrega paciente, su bondad abierta, su afabilidad contagiosa, su lucha por la justicia y la paz... están sembrando las semillas del Reino.
Actuemos también nosotros así. Salgamos a sembrar. "En el movimiento de Jesús no necesitamos cosechadores. Lo nuestro no es cosechar éxitos, conquistar la calle, dominar la sociedad, llenar las iglesias, imponer nuestra fe religiosa. Lo que nos hace falta son sembradores. Seguidores de Jesús que siembren por donde pasan palabras de esperanza y gestos de compasión. Ésta es la conversión que hemos de promover hoy entre nosotros: ir pasando de la obsesión por cosechar a la paciente labor de sembrar. Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador".
Pero, al salir a sembrar, recordemos la enseñanza de Jesús sobre las semillas. Él nos dijo:
1.- Que las semillas crecen de noche, mientras el hombre duerme. Y es Dios quien las hace fructificar. Pongamos nosotros las semillas sin desanimarnos -aunque no las veamos crecer al ritmo que quisiéramos- y dejemos que sea Él quien las haga florecer.
2.- Que las semillas deben pudrirse -morir- para dar fruto, vida. Toda semilla tiene cierto sabor a cruz. Las semillas del Reino que podamos sembrar también darán a nuestras vidas un cierto talante de sacrificio y de cruz. Pero así, nuestras vidas crucificadas -para dar vida, hay que dar de la propia vida- estarán al servicio del crecimiento del Reino.
3.- Que las semillas son diminutas, casi sin importancia. Son como el grano de mostaza. También el amor, la fidelidad, la mansedumbre o la paz que pongamos en el mundo nos pueden parecer pequeños y sin valía. Sin embargo, el grano de mostaza crece y crece hasta fructificar en un arbusto gigante. También las pequeñas semillas del Reino que podamos sembrar en nuestro mundo crecerán hasta que Dios sea todo en todos, comunión total.

Nosotros, que sabemos, con fe pascual, que la entrega de la vida de Jesús, su muerte, fue la semilla primeriza de una gran cosecha, iniciada irreversiblemente en su Resurrección, sembremos con esperanza. Apoyados en Jesús -Él es nuestra esperanza (1Tim 1,1)-, invirtamos en el amor, esta siembra nunca se pierde.

(No recuerdo el nombre del autor@)

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