EL
QUE HABLA…
«En el principio existía la
Palabra…» (Jn 1,1). Es como si se nos dijera:
“Dios es todo comunicación; el rasgo más característico de su identidad es
precisamente ese: su expectativa de conversación y diálogo con nosotros. Y eso
desde que esperaba con impaciencia la brisa de la tarde para bajar a
encontrarse con nuestros padres en el jardín”.
Dios está constantemente dirigiéndose a
nosotros, “emitiendo señales”: el arco iris, el sábado, la sangre, la luna, la
piedra… Los “signos, prodigios, gestas, maravillas y señales portentosas” con
que los autores bíblicos califican las acciones de Dios para con su pueblo no
parecen tener otro fin que el de convertirse en aviso, signo, guiño, contraseña
o recordatorio de su presencia activa, de su incansable deseo de comunicarse y
entrar en relación. El cielo “narra”, el firmamento “pregona”, el día
“transmite”, la noche “susurra” (Sal 19,2).
Por eso el gran imperativo de Israel es “¡Escucha!”;
y el peor reproche profético es el del embotamiento y la torpeza de ojos, oídos
y corazón (Is 6,10). Están convencidos de que Dios no está nunca “fuera de
cobertura”, sino que quiere seguir tejiendo una historia relacional entre Él y
nosotros, para atraernos a una aventura espiritual que sólo es posible si en el
fondo de nuestro corazón vive el deseo de encuentro que nace del amor.
(Dolores Aleixandre)
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