6º DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO Lc 6, 17. 20-26 ciclo - C
A
la vista de estas Bienaventuranzas (Btzas) seguro que no faltarán los radicales
que cojan el rábano por las hojas y digan que a Jesús le gusta la pobreza y que
la gente llore y sea injustamente tratada, o que nosotros no tengamos que
luchar contra la pobreza y el hambre y las injusticias y el dolor de este
mundo. No son felices los pobres por ser pobres, o por pasar hambre o sufrir
injusticias. La pobreza no es el ideal de la vida. Jesús, precisamente,
multiplicó panes y convirtió el agua en vino y se dedicó a curar y a defender a
los más marginados de la sociedad.
Lo
que significan estas Btzas es que no debemos poner nuestro corazón en los
bienes materiales y en los éxitos sociales. Jesús llama felices a los que están
vaciados de sí mismos y abiertos a Dios, y lamenta la suerte de los
autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando. Pobre es el que se
abandona totalmente en las manos de Dios, por eso son sus preferidos, de ese
Dios que derriba a los potentados de sus tronos y ensalza a los humildes, que
despide vacíos a los que se creen ricos y llena de bienes a los pobres, como
cantó María en su Magnificat. Son felices porque, a pesar de lo que tengan que
sufrir, están abiertos a Dios y no pierden la paz ni el sentido de la vida,
porque no han puesto su felicidad en las riquezas ni en el prestigio humano.
Es
el mismo mensaje del profeta Jeremías: Maldito
quien confíe en el hombre; bendito quien confía en el Señor. Aquí “maldito-insensato” es el confía en sus
propias fuerzas y actúa según los criterios del mundo, “apartando su corazón del Señor”. Este será estéril como “un cardo en la estepa”. Mientras que es
“bendito-sensato” quien pone su
confianza y sus criterios de conducta en el Señor: este si será “un árbol plantado junto al agua, que no
dejará de dar fruto”.
El salmo insiste en la misma
doble dirección: “dichoso el hombre que
ha puesto su confianza en el Señor”, el que “no sigue el consejo de los impíos, sino que su gozo es la ley del
Señor... Será como un árbol plantado al borde de la acequia... No así los
impíos, no así: serán paja que arrebata el viento”.
Para
comprender verdaderamente estas Btzas Pablo, en su carta a los Corintios, nos
aconseja que es buena sabiduría mirar a Cristo, en su misterio pascual, y mirar
también a nuestro futuro, que de alguna manera empezó el día de nuestro
bautismo, incorporados como fuimos a Cristo, y terminará al final, compartiendo
su destino ya en la definitiva y verdadera vida. Esta mirada hacia nuestro
futuro influirá en nuestro estilo de vida y nos hará buscar los valores que
valgan al final, no los que nos halaguen durante el camino.
Las
Btzas son la experiencia de Jesús de Nazaret en su vida oculta, viviendo como
uno de tantos, como un cualquiera, como un don nadie. Y esta es su experiencia
de cara a la felicidad, esa que todos buscamos, de un modo u otro..., otra cosa
es que atinemos, que acertemos –“todos
queremos ser felices y creemos estar llamados a ello”-... eso son la Btzas.
Sin embargo, Jesús de Nazaret, las pone en aquello que nosotros creemos que es
lo contrario a la consecución de esa felicidad a la que aspira todo ser humano.
Todos tenemos de un modo o de otro nuestras “Privadas
Btzas” ..., y a la vista de lo que pasa y de cómo va el mundo tenemos que
reconocer y afirmar –“que no tenemos
excesivo acierto es esa búsqueda de la felicidad”-.
En Lucas las Btzas suenan a buena
noticia y también a amenaza.
Es como si el Señor nos advirtiera que no caminar por el sendero que nos
propone nos lleva a la perdición. Detrás de este sermón de Jesús está el
programa de vida para los que quieren seguirle. Las Btzas son una propuesta y a
la vez un indicativo para el camino. Al confiar en él dejamos de confiar
ingenuamente en nuestro poder, en todo lo que nos hace creer que estamos
seguros y protegidos, y que, ofuscando nuestro corazón, nos separa de los demás
convirtiéndonos en tierra maldita, es decir, en desiertos donde los demás no
puede encontrar vida.
La alegría
del evangelio va de la mano de la esperanza, es una alegría difícil, una
alegría extraña a los caminos del mundo que son los únicos que parecemos
conocer. La bienaventuranza no se recibe mediante prácticas de pacificación del
corazón, se recibe en un oscuro camino de fe, de amor y de esperanza en Dios.
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