EN EL MANANTIAL

EN EL MANANTIAL
ESTUDIO DEL PINTOR

martes, 1 de octubre de 2019

NO TENGÁIS MIEDO


NO TENGÁIS MIEDO 
“No tengáis miedo”, nos dice Jesús una y otra vez en los evangelios. Se trata de una advertencia que podemos aplicar a todas las situaciones de miedo paralizante que nos podemos encontrar en la vida.
El miedo es un sentimiento que surge en la persona ante un estímulo que interpreta como peligroso para su subsistencia. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el ser humano puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este miedo artificial en lugar de defender aniquila. Este miedo es lo más contrario que podamos imaginar a la fe-confianza.
¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos colmar nuestro déficit de ser, intentamos conseguirlo, pero surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”: de ahí nuestro miedo a la muerte. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús nos dice: “La verdad os hará libres”. Por algunos miedos nos convertimos en creadores de máscaras que nos tranquilizan y a las que terminamos confundiendo con nosotros. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos. Hay que seguir profundizando en el autoconocimiento.
Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. Dios no es la garantía de que todo va a salir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso.
La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.
Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sean el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para la confianza y la alegría -aunque no por ello podremos evitar las lágrimas-.
Si de verdad me creo que, visto desde Dios, todo es uno, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad de total confianza, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de nosotros mismos.
Todos los miedos se resumen en el miedo a morir. Si fuésemos capaces de perder el miedo a la muerte, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Por tanto, es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud de la vida y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.
Pasamos buena parte de la vida buscando caminos, ensayando senderos, dibujando horizontes y soñando con proyectos hasta que un buen día nos damos cuenta de que es el camino quien nos busca a nosotros, que el camino no había que inventarlo, sino simplemente descubrirlo. Que la vida nos ofrece lo necesario para entrar en esa patria a la que Jesús llama Padre y a la que todos aspiramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario