NO TENGÁIS MIEDO
“No
tengáis miedo”, nos
dice Jesús una y otra vez en los evangelios. Se trata de una advertencia que podemos
aplicar a todas las situaciones de miedo paralizante que nos podemos encontrar
en la vida.
El
miedo es un sentimiento que surge en la persona ante un estímulo que interpreta
como peligroso para su subsistencia. Es un logro de la evolución y por lo tanto
bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; sea huyendo, sea
liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería
inútil luchar contra él. Pero el ser humano puede ser presa de un
miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de
verdadera humanidad. Este miedo artificial en lugar de defender
aniquila. Este miedo es lo más contrario que podamos imaginar a la fe-confianza.
¿Por
qué tenemos miedo?
Anhelamos colmar nuestro déficit de ser, intentamos conseguirlo, pero surge en
nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo
que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos
ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”: de ahí nuestro
miedo a la muerte. No hemos descubierto lo que realmente somos y por
eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús nos dice: “La
verdad os hará libres”. Por algunos miedos nos convertimos en creadores
de máscaras que nos tranquilizan y a las que terminamos confundiendo con
nosotros. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos
miedos. Hay que seguir profundizando en el autoconocimiento.
Si
Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas.
Dios
no es la garantía de que todo va a salir bien, sino la seguridad de que Él
estará ahí en todo caso.
La
confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento
cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir
nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total
confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y
descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no
dependa de mí no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es
mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo
Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.
Hablar
de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios.
Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos
de verdad. No se trata de confiar en un ser que está fuera de nosotros y que
puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de
descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan
seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sean el motivo
para temer, siempre será mayor el motivo para la confianza y la alegría -aunque
no por ello podremos evitar las lágrimas-.
Si de
verdad me creo que, visto desde Dios, todo es uno, entonces surgirá en mí un
sentimiento de total seguridad de total confianza, en lo que soy y en lo que yo
significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí.
Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La
confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo
somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una
dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos. Jesús
nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de
Dios, ni siquiera de nosotros mismos.
Todos
los miedos se resumen en el miedo a morir. Si fuésemos capaces de perder el miedo a la muerte, seríamos capaces de
vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos
que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que
hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de
egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Por tanto, es un
contrasentido intentar alcanzar la plenitud de la vida y seguir temiendo la
muerte. En el evangelio está muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te
arrebatan es lo que no es esencial para ti.
Pasamos
buena parte de la vida buscando caminos, ensayando senderos, dibujando
horizontes y soñando con proyectos hasta que un buen día nos damos cuenta de
que es el camino quien nos busca a nosotros, que el camino no había que
inventarlo, sino simplemente descubrirlo. Que la vida nos ofrece lo necesario
para entrar en esa patria a la que Jesús llama Padre y a la que todos
aspiramos.
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