LA SENDA MÍSTICA Y LA VIDA
COTIDIANA
Tenemos que aprender a hablar del
"misticismo de la vida cotidiana". Tenemos que abandonar la costumbre
de hacer del misticismo algo que solamente se puede dar entre célibes, ascetas
y monjes. El paso siguiente puede hacernos caer en la plenitud...
Es precisamente lo que Francisco procuró
hacer: llevar de nuevo la vida religiosa a las calles, al laicado, a la
parroquia normal, a los que siempre se ha intentado que parezcan ciudadanos de
un reino de tercera clase.
Necesitamos que se nos ofrezca un nuevo
sistema operativo. No importa lo que hagáis, no podéis acercaros a vuestro
trabajo cotidiano, a vuestro quehacer cotidiano, a vuestra familia... con la
que yo llamo una mente dualista, una mente enjuiciadora, comparativa,
competitiva, en la que la mayoría de nosotros estamos tan bien entrenados, hasta
tal punto que creemos que es la única mente que existe.
Jesús se refiere también a esta mente
enjuiciadora. Por ejemplo cuando dice: "No juzguéis" (Mt 7,1).
Tal vez deberíamos decir simplemente: "No encasilléis, no pongáis
etiquetas". Es una manera de controlar, y a menudo una manera de
jugar a ser superiores. La mente enjuiciadora trata de conocerlo todo
comparándolo con cualquier otra cosa. Pero comenzar así es empezar dando un
primer paso negativo. Dicha mente dista mucho de conocer las cosas en sí mismas
y para sí mismas. Estos intentos de conocer -intentos de bajo nivel- nunca nos
acercarán a la experiencia mística. Por eso los grandes maestros espirituales
siempre tienen alguna forma de "no juzgar". La mente enjuiciadora es
demasiado autorreferencial y cierra de golpe cualquier horizonte que esté
abierto.
La primera palabra con la que se designó
esta mente diferente, esta consciencia alternativa, pues verdaderamente no se
trata de otra cosa que eso, fue simplemente la oración. Esta palabra ha
sido tan mal empleada y tan trivializada que ha acabado significando solamente
la oración rogativa, la oración leída, la oración social (litúrgica) o la
oración recitada. Siento decir que a los católicos se nos conoce a menudo por
esto, por aprender fórmulas y recitar fórmulas y más fórmulas. Muchos de
nosotros tuvimos que dejar de usar la palabra oración y usar en su
lugar la palabra contemplación para que los demás supieran que estábamos
hablando de algo distinto.
No estoy diciendo que la oración con
fórmulas sea una equivocación, sino que eso no es lo que enseñaron los Padres y
Madres del Desierto durante los primeros trescientos o cuatrocientos años de
cristianismo. No es el sentido original de la oración. Esto lo podemos ver en
las numerosas y largas retiradas de Jesús a la soledad del desierto, y en el
hecho de que los discípulos tienen que pedirle insistentemente que les enseñe
lo que nosotros llamamos el Padrenuestro (Lc 11,2). No es por la oración en el
templo o por la oración social por lo que se conoce a Jesús, aunque desde luego
no se oponía a ella, a menos que se volviera demasiado ritualista, legalista o
transaccional, cuando vemos que arroja a los mercadores del templo. El
evangelio dice que Jesús y los discípulos "cantaban juntos los
salmos" (Mc 14,26; Mt 26,30), es decir el hallel o los salmos
113-118, que abrían y cerraban la Cena de Pascua.
La oración es mirar desde o con una
perspectiva diferente, no con ojos comparadores,
competidores, juzgadores, etiquetadores o analizadores sino receptores del
momento en su completitud e incompletitud presentes. Esto es lo que queremos
decir por contemplación. Se necesitan muchos años de práctica para abandonar
nuestro pensamiento normalmente dualista y permitir que una oración no dual,
receptiva, se convierta en nuestro modo de consciencia primario.
Para muchos la oración sigue limitándose
a recitar el Padrenuestro y el Avemaría: y no pretendemos menospreciar estas
oraciones, especialmente cuando son el fruto hablado de una oración profunda.
Pero conozco a muchos católicos que han recitado el Padrenuestro y el Avemaría
toda su vida, a sacerdotes que han dicho (sin celebrar) misa toda su vida.., y
no saben orar. Con esto no pretendo emitir un juicio contra ellos, pues nadie
les enseñó otra cosa. Es más bien el fruto de una tristeza profunda porque sé
que, sin acceso a la corriente más profunda, sus vidas, su celibato, su
ministerio tendrán más que ver con la función que con la unción, por citar las
palabras del papa Francisco pronunciadas recientemente ante un grupo de
sacerdotes.
El objetivo de la oración, como
convendrá cualquier buen cristiano, es darnos acceso a Dios y permitirnos
escuchar realmente a Dios, si no es presuntuoso hablar en estos términos. Pero,
sobre todo, oramos para poder experimentar por nosotros mismos la Presencia
constante, interior. En realidad, nosotros no oramos, sino que es la oración
la que viene a nosotros (Rom 8,27-27); nosotros nos limitamos a
permitirla, y a disfrutarla.
La única manera de hacer esto es
trabajar para mantener el campo abierto, sí, para permanecer abiertos a la
gracia. ¡Qué paradoja tan grande! Sin embargo, esto no significa que la gracia
no pueda irrumpir en cualquier momento y lugar. De hecho, esto es lo que más
suele ocurrir. Pero queremos disfrutar de los frutos de la gracia las
veinticuatro horas del día y no únicamente de vez en cuando.
Si procedemos con el hemisferio
izquierdo del cerebro, ese que lo mide y lo racionaliza todo, si procedemos con
la mente enjuiciadora, calculadora, dualista, no tendremos acceso al Espíritu
Santo porque lo único que entrará entonces es lo que ya creemos, eso con lo que
ya estamos de acuerdo, eso que no nos amenaza. Y Dios es por definición lo desconocido,
lo siempre
misterioso, lo que está más allá. Así, si no estamos preparados para
más, para el misterio, ¡cómo vamos a estar preparados para Dios! Nuestra
válvula de admisión estará completamente estancada e hiperprotegida.
La contemplación es un pensamiento
no dual; se da cuando no dividimos el campo del
momento entre lo que ya conocemos y lo que ya no conocemos, como si fuera algo
totalmente equivocado, herético o pecaminoso. Mucho me temo que el pensamiento
dualista es el modo corriente de pensar; por supuesto, las pruebas las podemos
encontrar casi en todas partes, especialmente en la religión y en la política.
Por eso no podemos hablar de manera significativa en estos campos divididos.
El silencio es un lugar de residencia
que es a la vez horizontal, al permitir la conexión con la ecceidad (Escoto) y la singularidad
de toda cosa, pero también, y al mismo tiempo, es vertical: nos permite
encontrar, a través de esas cosas, puertas abiertas a lo eterno. El silencio
despeja el ruido que proyectamos a todas las cosas y permite a cada cosa
individual estar en, estar para, e incluso estar a parte, de manera que podemos
ver la luz y la vida que revela. Esto es siempre la puerta a eso -y a
más-. Lo uno es la ventana a través de la cual podemos ver lo múltiple. Si es
verdad aquí, pronto será también verdad en todas partes.
El silencio atrae el significado. Si
pasamos una hora entera en silencio, será difícil no escribir un poema.
En el silencio, todo se torna real. Todo
merece un poema. El silencio revela la plenitud del ahora en vez de esperar y
querer siempre más, en vez de esperar que ocurra lo siguiente, lo más
interesante... que es: "AHORA". (RR & Cía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario