2º domingo T.O. ciclo – C Juan 2,1-11
Sigue en este domingo prolongándose la fiesta de la
Epifanía. En el evangelio de la visita de los magos, Jesús se
manifiesta (epifanía) a todas gentes (representadas por los magos de oriente).
Por su parte, en el Evangelio del Bautismo, Jesús realiza la primera
manifestación pública de su misión, con un gesto programático de humildad
sometiéndose voluntariamente al bautismo de penitencia de Juan. En este segundo
domingo, Jesús protagoniza la tercera de las epifanías realizando su primer
signo en la boda de Caná.
María, Jesús y sus discípulos son invitados a una boda.
Los judíos no concebían un banquete festivo, ni una boda sin vino. El vino se
había terminado antes de hora y María advierte el problema. Nadie perdonaría la
falta de vino por imprevisión o poca generosidad de los esposos. María comunica
la situación a Jesús. A pesar de la evasiva inicial de Jesús, María sabe
que Jesús va a solucionar el problema y pone a los criados a las órdenes de
Jesús, quien convierte el agua de las purificaciones en un vino excelente, ante
el asombro del mayordomo y los servidores.
Podemos señalar varias significaciones de este
acontecimiento:
Lo primero que llama la atención es que la
primera intervención pública de Jesús, no tiene aparentemente nada de
“religioso”. No acontece en el templo o en una sinagoga. Jesús
inaugura su actividad profética asistiendo a una boda, con una actitud que
define su radiante cordialidad social. Con su presencia Jesús viene a
bendecir cristianamente una sana participación en un humanísimo encuentro
profano y lúdico, de los que tantas veces el ser humano tiene necesidad.
Es asimismo muy importante notar que la primera
acción del ministerio de Jesús es su contribución a una existencia gozosa y
feliz compartida con los demás. No hay que olvidar esta dimensión
fundamentalísima del cristianismo: su carácter reparador y alegre.
Cuando Cristo se hace presente aparece el júbilo y el gozo. Cuando Jesús
acontece se hace más feliz la vida dura y dolorosa que tantas veces atraviesa
la existencia humana. Es preciso recuperar esa perspectiva gozosa del
evangelio de Jesús, capaz de aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida.
Cuantas personas se han apartado de la fe porque no han visto en la vida de los
cristianos esta dimensión, que sin embargo está latente en este primer signo de
Jesús. En la conversión de agua en vino se nos propone la clave para captar la
acción transformadora de Jesús, que es fermento de vida, gozo y alegría; e
indica, asimismo, lo que hemos de vivir y transmitir también sus seguidores.
Con su participación en la boda de Caná, Jesús bendice
también la realidad humana del matrimonio, recalcando que es algo bello y
querido por Dios. Pero si relacionamos el evangelio con la primera
lectura, la boda de estos dos jóvenes apunta también a la Alianza de Dios
con su pueblo. En numerosas ocasiones los profetas expresan la primera
Alianza como una relación esponsal entre Dios y el pueblo, y, de manera
análoga, también el Nuevo Testamento, con respecto al amor de Cristo por su
Iglesia. Las dos realidades se iluminan mutuamente: un verdadero matrimonio
humano ayuda a entender el amor de Dios por su pueblo y de Cristo por su
Iglesia; y al mismo tiempo, el amor de Dios por el ser humano y la entrega de
Cristo por su Iglesia hasta dar la vida, sirven de modelo para los matrimonios
humanos.
El agua representa en este evangelio la Antigua Alianza
(el agua de las purificaciones de los
judíos) que será sustituida por la Nueva Alianza, sellada en la sangre de
Cristo: su amor desbordante por la humanidad y su entrega en su vida, muerte y
resurrección. Pero las palabras “no tienen vino” deben
hacernos reflexionar no solamente sobre una antigua alianza sustituida por una
nueva alianza en Cristo, sino también sobre nuestra manera de vivir la fe. Con
frecuencia vivimos una “religiosidad aguada”, que no aporta
alegría ni convence. El evangelio es una invitación a redescubrir la fuerza
renovadora de un Cristo vivo que viene a ensanchar nuestra vida y a sacarnos de
nuestra mediocridad.
Finalmente resaltar que se alude a la hora de
Jesús. Todos los hechos de la vida de Jesús (los hechos de su
encarnación) son presentados por el evangelista como manifestación de su
indisociable trascendencia divina y como anticipo de su misión (su hora). Todos
los signos que el evangelista presenta (el agua convertida en vino, el agua de
la samaritana, el pan de vida, la curación del ciego, la resurrección de
Lázaro, etc), son signos de su Pascua (Habiendo llegado la hora de pasar
(pascua) de este mundo al padre, habiendo amado a los suyos…). La hora,
sobre la que Jesús dice que no ha llegado todavía es la hora de su
glorificación, el paso de su muerte a la resurrección, el paso de este mundo al
Padre (según palabras del mismo evangelista). Pero a pesar de que su hora
no ha llegado todavía, todo el evangelio de San Juan es una permanente
presentación de los signos que apuntan a la hora de la glorificación de Jesús,
su auténtica misión en la Tierra… Con su Glorificación… ¡Hacernos
glorificadores del Padre!
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