1º DOMINGO DE NAVIDAD: LA SAGRADA FAMILIA Lc 2, 41-52 (DA) ciclo - C
Al hacerse uno de nosotros, Dios ha aceptado
también los vínculos familiares que unen a los que son de la misma carne y
sangre. Pero, al mismo tiempo, invita a los que quieren seguirle
a ir más allá de los modelos cerrados de familia. Su Evangelio propone
una nueva manera de serlo en la que el principio y el fundamento es hacer la
voluntad del Padre. Jesús inaugura en su etapa de Nazaret esa absoluta
novedad y, mientras crece y se hace fuerte en el silencio de Nazaret, está ya
amando al Padre y al mundo, y en él, a cada uno de nosotros, sus hermanos.
Nazaret nos invita a cambiar los ojos y el corazón: tenemos que aceptar que el
que ha venido a ser la luz del mundo eligiera la sombra de una aldea perdida
como lugar silencioso para crecer y madurar. En medio de un lugar desconocido
para casi todos, el Padre había pronunciado su nombre y es allí donde él
aprendió a escuchar y hablar, a nombrar el mundo y a amarlo, a ser Emmanuel,
Dios-con-nosotros.
Como
cualquier niño, Jesús fue educado, creció, recibió amor, trabajó y adquirió
unos valores en el ambiente de una familia, la familia de Nazaret: Jesús, María
y José. Para Jesús la Sagrada Familia fue lugar de encuentro humano. Lugar de
aceptación de los miembros con sus diferencias y peculiaridades. Los vínculos
familiares le ayudaron en el crecimiento personal por la acogida de todos,
aunque sus proyectos fueran muy distintos: José obediente a la Palabra
recibida por el ángel en un sueño, acepta convertirse en al padre
legal, en la aparente normalidad y profunda anormalidad e irregularidad: una
madre que concibe por obra de Dios, un padre cuya paternidad no es
biológica y un hijo y madre biológica conocida y cierta y padre biológico
incierto. Quedan vinculados por lazos teológicos-espirituales, más fuertes que
los legales y mucho más sólidos que los biológicos. La nueva familia de
Jesús (la que él propondrá) ha quedado inaugurada con su propia
familia. Por eso debemos tener cuidado al reivindicar una familia biológica
normal y tradicional, apoyándonos en el modelo de la familia de Jesús, irregular
y extraña donde las haya… Se nos olvida con demasiada facilidad que los planes
de Dios no son nuestros planes y que sus caminos son más altos que los
nuestros…
También fue lugar de experiencia de vida,
porque en ella recibió los primeros estímulos y aprendió las relaciones
humanas, el respeto y el perdón. La familia le abrió a la vida y le equipó con
valores que él transmitió posteriormente. La familia fue para él presencia
de Dios. En ella vivió los ideales de “misericordia, bondad,
humildad, dulzura, comprensión, perdón, paz y amor por encima de todo”,
que hoy nos recuerda san Pablo.
Todos necesitamos un hogar donde
encontrar el amor y la seguridad que nos haga crecer como personas. En
estas fiestas los miembros de las familias intentan encontrarse. Para algunos
pueden ser días de nostalgia por la añoranza de los seres queridos que
partieron de este mundo. Para todos, encuentro agradecido de amor y amistad.
En la familia, como en ningún otro
grupo humano, somos capaces de acoger al otro y vivir el amor gratuito y la
entrega generosa (¡siempre estamos a tiempo, si queremos!). La familia
nos proporciona la experiencia base de la convivencia en el amor, en el respeto
a las diferencias, en la ayuda mutua, en la tolerancia, en el perdón...
Apostamos por la familia como centro decisivo en el proceso de crecimiento
personal. Sin ella no conseguimos la deseada madurez, ser personas completas.
«¿Dónde puede estar un niño extraviado en una ciudad como
Jerusalén? Siguiendo la literalidad
de la narración tan cargada de teología que es la pérdida de Jesús a sus doce
años, sería interesante imaginar cuántos rodeos tuvieron que dar María y José
hasta dar con el niño. No acertaron en los mil un sitios posibles como escondites
y aventuras para un preadolescente. Las faltaba el principal: el Templo. Y es
muy suponible que, cuando se aproximaron, por fin, adonde se encontraba Jesús,
se dieran cuenta de que tenían que haber comenzado por allí. Aquel hijo suyo,
en realidad, no se había perdido nunca. Estaba donde debía estar, en la que Jesús ya está decidido a llamar
“casa de mi Padre”. María y José debían aceptarlo. Era verdad: Jesús
hablaba desde lo más profundo que sentía. Y cuando se habla desde lo más
profundo, no se está perdido. Muy al contrario: se está totalmente orientado,
se pisa suelo absolutamente firme y se siente tanta libertad que se pierde la
noción del tiempo y del espacio, como le pasó a un niño precoz en su certeza
sobre quién era y desde quien iba a entender su vida».
Nos
toca agradecer, cuidar y construir “este divino regalo”, no definitivo y perfeccionado sino, por así
decirlo, de «un regalo siempre por hacer». Y estar a la
altura del presente recibido es esforzarse por cuidarlo y desarrollarlo,
sabiendo que somos imperfectos… pero que lo podemos todo en Aquel que nos
conforta con su Presencia y su Palabra…
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