TOTAL,
¿PARA QUÉ REZAR?
REFLEXIÓN
PRÁCTICA SOBRE LA ORACIÓN
Paco
García Martínez, SDZ.
«Rezar
es ponerse delante del Señor a palo seco»
Leer
sobre la oración está bien, pero es inútil sino hay oración concreta.
¿La oración es eficaz?
Hay
que decir “sí y no”. No es eficaz para traer a Dios a nuestro mundo, para eso
no es eficaz. Porque nosotros no podemos traer a Dios a nuestro mundo. Porque
si traemos a Dios a nuestro mundo lo subsumimos en nuestras propias formas de
ser, y entonces lo degradamos.
La
oración es eficaz para que Dios nos lleve a su mundo, que es distinto. Nuestro
mundo y el mundo de Dios está en el mismo sitio, es este, pero cuando digo
mundo me refiero a la manera de estar.
Entonces,
por ejemplo, la oración para decir haz esto, que pase esto, que pase lo otro,
que pase lo de más allá…, cuando esa es la oración y solo es la oración, no
hace falta que yo diga que no es eficaz, porque todos hemos comprobado que la
mayor parte de las veces no es eficaz. Que no se muera, que no tenga esto, que
encuentre trabajo…, y nos damos cuenta de que no es eficaz. Es verdad que
algunas veces pasan cosas buenas, y debemos agradecerlas.
¿Entonces,
de qué se trata? Se trata de entrar en la oración de Cristo, entonces sí. ¿Y
cuál es la oración de Cristo? No que pase esto o que pase lo otro, sino dejar
que Dios ponga en mí su forma de mirar, su forma de sentir y su forma de
actuar. Y cuando hacemos esto entonces la oración cambia, porque no soy yo el
que la dirige, es Dios mismo el que la dirige. Y entonces sí que va
transformándonos, porque la otra no transforma el mundo. La otra es como tener
un san Pancracio encima de la tienda y le decimos, mira, que me vaya bien el
negocio, que yo te pongo perejil fresco. ¿Qué es el perejil fresco? Te ofrezco
tres misas. Rezo esto, o hago este sacrificio. Hay que tener cuidado con esto,
porque lo cambia todo. ¿Ofrecerle algo a Dios es malo? No, pero la cuestión es
qué está en el centro.
Dicho
esto; si es para que Dios se adapte a nuestra vida y que sea como nosotros
queremos nuestra vida, entonces… total, ¿para qué rezar? ¡No vale para nada!
Pero
si es para que Dios nos lleve a su mundo, a su forma de ser o, dicho de otra
manera, para que Dios nos una a Cristo y seamos uno con Cristo, entonces esto
solo se puede hacer con oración, solo se puede hacer abriéndose al Señor, y
dejando que él sea en nosotros; que sea nuestros pensamientos, que sea nuestros
sentimientos, y que sea en nuestras acciones. ¡Y esto es un combate! No se va a
la oración para estar tranquilo, se va a la oración para alcanzar la plenitud
de vida, pero alcanzar la plenitud de vida… (uno de los grandes atletas de
todos los tiempos, retirado hace poco, tenía un cuerpo tan atlético, que ganaba
sin entrenar, sin preparar nada ganaba a los demás por varios cuerpos. Así fue
a las olimpiadas de Grecia, sin prepararse, y no ganó nada. Y se dijo, esto no
me vuelve a pasar. Empezó a entrenarse a lo bruto, y después volvió a ganarlo
todo). Y con la oración pasa esto, la oración no es cuestión de un momento de
oración, la oración es una forma de estar en el mundo, que tiene momentos para
alimentarla.
¿En el fondo qué es rezar?
Rezar
es desnudarse. ¿Quién anda desnudo por casa? Nadie anda desnudo por casa, y
menos por la calle. ¿Por qué? Cuando somos niños sí, cuando somos niños nos
importa tres pepinos que nos miren o mirar. Estamos bien con nosotros y no nos
importa salir corriendo en cualquier dirección. Y nuestra madre detrás de
nosotros: dónde vas, déjame ponerte una camiseta, déjame ponerte unos
calzoncillos… Pero llega un momento en el que no nos podemos mirar porque nos
avergonzamos, y tenemos miedo a la mirada de los demás porque nos puede herir.
Y además sabemos que hay cosas que no nos gustan. Pero esto no solo pasa con la
desnudez externa, sobre todo estoy hablando de la desnudez interna.
Estamos
escondidos, todos estamos escondidos, y no aguantamos apenas ni nuestra mirada,
ni la mirada de los otros, ni la mirada de Dios. Y puesto que funcionamos así,
este es uno de los grandes problemas del mundo, porque vivimos con relaciones
falsas, nos relacionamos falsamente con nosotros, nos relacionamos falsamente
con los demás, y nos relacionamos falsamente con Dios.
¿Por
dónde empezamos, si nosotros no nos atrevemos a mirarnos a nosotros mismos?
Porque a veces somos crueles con nosotros mismos. Cómo hacemos si no podemos
decirles a nuestros amigos lo que pensamos de ellos para no perderlos, porque
tenemos miedo de que nos retiren su afecto. Por eso tenemos miedo de decirles a
los que nos quieren las cosas malas de nuestra vida.
Y, entonces, ¿por dónde empezar? Empezar por aquel
que desde el principio de los tiempos nos ha mirado con buenos ojos: Vio al
hombre y a la mujer que había creado y dijo está bien, es bueno, son bellos.
Decimos nosotros: No soy tan bello, ni tan bueno. Eso lo dices tú, pero Yo te
digo: Eres bueno para mí, eres mi hijo. Y entonces, la oración es ir entrando
en esa desnudez, para que el Señor nos vaya haciendo venir a lo que él dice: si
no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Porque el Reino
de los Cielos es ese lugar donde podemos ser nosotros mismos, habiendo superado
por la misericordia de Dios, nuestras miserias, nuestras vergüenzas, nuestros
juicios, y haber sido convertidos por su amor. Esto no se hace en un rato de
oración. Por tanto, de lo que vamos a tratar no es de cómo se reza en un
momento, sino cómo se reza para entrar en ese lugar.
En
el fondo (hay un juego “Escapar de la habitación-caja”: si no escapas te
matan)… tienen que buscar por dónde escapar. La oración es esto: nosotros
estamos encerrados en este mundo, pero no en este mundo antes de la muerte, no,
en esta forma de vida. Y el Señor, Cristo, se ha acercado a nosotros para
romperla desde dentro, para ayudarnos a salir de este forma de vida, y
ayudarnos a encontrar nuestra verdad: “para encontrar nuestro verdadero yo”,
que es el creado por Dios en nosotros en Cristo. Somos creados en Cristo. Y
cuando encontremos ese yo, que es la misma vida de Cristo, entonces
encontraremos nuestra verdad, nuestra plenitud, pero no por separado, sino
juntos. Por tanto la oración viene a ser como este juego “para salir y
encontrar”.
¿Cómo se hace eso? Porque a veces ni
siquiera sabemos que estamos en un mundo falso. A veces ni siquiera sabemos que
miramos mal, que sentimos mal; nos parece que sentimos como debemos sentir, y
que pensamos como debemos pensar, y que actuamos como debemos actuar, hasta que
no tenemos a Cristo cerca. Cuanto más cerca está Cristo de nosotros más nos
damos cuenta de la distancia que hay entre él y nosotros, y entre nosotros y
nosotros mismos. Así, uno se va a confesar: no mato, no robo…, ¡pues no tienes
pecados! Pero, estate dos días con Jesús, mira lo que hace: ¿tú sientes como
él?, ¿piensas como él?, ¿Te acercas a los que él se acercaba? Ah, entonces no
es que no tengas pecados, es que el pecado te tiene a ti, que es distinto. Y
entonces se trata de entrar en esa compañía de Jesús para que él poco a poco,
como a los discípulos, nos lleve hasta sí.
Y
aquí de lo que se trata entonces es de la Oración como un Encuentro:
al principio del evangelio de Juan, por ejemplo, lo que se dice es que unos se
encontraron con Jesús y estos fueron a donde estaban amigos suyos y les
dijeron: “Venid porque hemos encontrado al Mesías”. Y fueron a ver, y se
quedaron con él. Pero esto es continuo en el evangelio. Para encontrar la
verdad de Jesús hay que estar con él. Pero, cómo estamos nosotros con él,
cuando ya no está aquí en la manera que estuvo. Solo hay una forma: es la Meditación
Evangélica.
La Meditación Evangélica es la forma en
que nosotros nos hacemos discípulos, para, haciéndonos discípulos, ponernos
detrás de él, de tal manera que al ir con él, él progresivamente nos une, y al
final no estamos detrás de él, sino que coincidimos con él delante del Padre:
seamos hijos con él, y seamos hermanos con él. Pero, el movimiento es la
Meditación Evangélica. Por eso, el centro de la oración cristiana es ponerse en
la misma posición de Cristo, ponerse al lado de Cristo. Con él aprender a mirar
a Dios y verle de verdad, no con las ideas que teníamos nosotros antes, sino
con la mirada que Jesús tiene, porque él es el que lo conoce, él es el hijo que
lo conoce desde dentro. Y para que poniéndonos donde está él, nosotros
aprendamos a sentir como él, y a mirar como él a los demás, como él los mira.
Esto
se hace en la Lectura Continua del Evangelio. Y hay dos lugares
fundamentales donde se hace esta lectura: primero es en la Eucaristía.
La eucaristía es la oración central de la Iglesia. Si uno va a la eucaristía ya
reza (algunos dicen: yo no rezo, solo voy a misa¡!). ¿Qué sucede en la
eucaristía? Nos ponemos de frente a él, y él nos habla. Leemos un poco del
evangelio y decimos: ¡Palabra de Dios! Y nosotros repetimos: ¡Gloria a ti,
Señor Jesús! Por tanto, no oímos unas ideas para ser buenos, no, no, no, …en lo
que hemos escuchado estaba Cristo dirigiéndose a nosotros. Por lo tanto, en la
eucaristía, el primer bloque es escuchar lo que nos dice. Pero escuchar no solo
las palabras, escuchar lo que hacía, escuchar lo que pensaba, escuchar lo que
sentía. Esta es la primera forma.
Una
vez que estamos aquí dice: ¡Sentaros, comed mi vida! Esto que habéis
oído, que atrae y a la vez espanta, porque quien lee el evangelio de verdad, no
con un tachador (esto lo tachamos, esto no lo leemos, esto no se ha predicado
nunca…), quien lo lee de verdad, se da cuenta de que le atrae, porque ahí está la
vida de verdad; pero a la vez le espanta, porque supondría muchas cosas. Y
cuando estamos ahí, Jesús sabe cómo estamos, por eso nos dice: ¡Siéntate, y
aliméntate de mí! Sin miedo. Y seguimos andando.
Si
os dais cuenta, en la eucaristía, lo primero en la oración no es lo que
nosotros decimos. Para orar es verdad que tenemos que tener deseo de
encontrarnos -el ir a misa-. Pero, no basta con ir, tenemos que tener deseo de
encontrarnos, deseo de escuchar, deseo de abrirnos, “no de sentir”, porque la
mayor parte de las veces en la eucaristía no sentimos nada. No sentimos la
presencia, no sentimos… Pablo d’Ors habla de “consentir”. Y entonces, una vez
que deseamos -los maestros de oración dicen: cuando tú deseas a Dios eso es ya
una señal de que Dios te ha encontrado: Dios deseando en ti-. Te estaba
esperando como a Natanael: te vi debajo de la higuera, esperaba que vinieras.
Cuando
hacemos eso, lo que de verdad empieza la oración es que Dios se dirige a
nosotros. Esto es el evangelio, antes de que nosotros digamos nada, dice,
espera, espera, no empieces con tus peticiones. Pero, si tú me has dicho:
¡Pedid y se os dará! …Ya, pero primero escúchame. Para que sepas ver, …y
entonces, lo primero es lo que él nos dice, y nuestro movimiento en la oración
es el de la escucha y la respuesta. ¿Qué tengo que decir ahora que has dicho
esto, que has hecho esto? A veces callarnos, punto, ya está. Está bien. Agachar la cabeza. Dar gracias. Da lo
mismo.
Y
el segundo movimiento vuelve a ser otra vez de Dios. Bien, has agachado la
cabeza. ¿Tú me amas? Le dice a Pedro. Me habías dicho que sí, sí, sí, sí, y
ahora resulta que después no fuiste de llegar hasta el extremo. Ven acá,
apacienta mis corderos. Pero antes, come, aliméntate de mi vida. Así pues,
vemos que en la eucaristía el primer movimiento siempre es de Dios, y nosotros
respondemos, y esto responde a nuestra misma vida; porque en nuestra vida el
primer movimiento corresponde a Dios que es quien nos ha creado. Y nosotros
siempre respondemos a este movimiento. Nuestra primera oración es el
encontrarnos con nosotros mismos, es hacer lo que Jesús en la última cena:
coger el pan y decir “esto soy yo, gracia”. El primer movimiento, Dios me ha
dado un cuerpo, estoy soy yo, el pan, gracias. Este es el primer lugar de
oración, el que nos enseña cómo rezar solos.
Después está la celda. El lugar que nosotros creamos
para encontrarnos a solas con quien sabemos que nos ama (Stª. Teresa de
Jesús), que nos busca, que se dirige a nosotros, que nos espera, y este lugar
no está hecho. Porque la misa tiene una hora y lugar determinado, ya está
hecha. Pero, la Oración Personal es otra cosa, esa no está preparada, y por eso
cuesta mucho más. Porque hay que encontrar un lugar del día. ¿Quién tiene
tiempo? Seamos honrados: nadie. Porque todos tenemos la vida llena. No hay
ningún espacio de la vida que esté vacío. Entonces no hay que buscar tiempo,
hay que hacer tiempo. -¡Esta hora del día solo es para ti, Señor!-. Y si
yo a esa hora hago otra cosa tengo que dirigirme a ti y decirte. ¡Señor, sé que
tenía que estar contigo, pero hay un partido de fútbol! Pero se lo dices a Él.
Y así, incluso sin hacer oración, estás haciendo oración. Estás sabiendo dónde
estás, y dónde tienes que ir.
Ese
espacio de oración que es el espacio personal, es un espacio terrible: tiendo a pensar que es el espacio de la
muerte, porque ya no podemos hacer nada. No dominamos la relación, Dios va a su
bola. Hace y deshace, está o no está, nos hace sentir o no nos hace sentir,
como quiere… No es una cuestión de sentir, o de sacar resultados, o de sacar
una idea, …abro la Biblia, selecciono con mi dedo al azar: ¡Qué bueno eres
Jesús, que sigues mi dedo!... no, no, no, Jesús no habla así. Jesús habla a lo
largo del tiempo, por tanto, lo largo del tiempo supone que durante mucho
tiempo no comprendemos, simplemente acogemos su palabra. ¿Cuándo comprendieron
los discípulos lo que Jesús les decía? ¿Por el camino? Ellos creían que sí,
pero fue con la Resurrección… (¿no os lo dije?, pero estabais en otras cosas)…,
pues aunque estemos con otras cosas, allí con él.
El
segundo espacio de la oración es este espacio que necesitamos crear. ¿Cuándo?
Cuando nos sea más fácil entablar este encuentro. Si lo dejamos para la noche,
a no ser que tengamos problemas con el sueño, ya sabemos que no vamos a rezar.
Si lo deja cuando están sus hijos o sus amigos en casa, ya sabe que no va a
rezar, porque no le van a dejar. Me decía una señora que ella se metía en el
baño, porque en el baño saben que no te tienen que molestar. Muchas han
recurrido a este lugar. Aunque parece vulgar, la cuestión no está en la
vulgaridad del lugar (cuando el monje entra en la taberna la convierte en una
capilla, cuando el borracho entra en la capilla, la convierte en una taberna),
no se necesita crear un espacio magnífico, salir al campo (si estamos en el
campo, va bien).No hay que hacer una capilla magnífica en casa: un rinconcito.
A veces basta para crear un espacio una imagen que nos ha acompañado, que nos
hace sentir la presencia allí, una vela, abrir sencillamente la Biblia, poner
la mano encima y decir: ¡Señor, ahora contigo!
Y
empezar, pero hay que hacerlo en un tiempo, y ese tiempo…[santa Teresa de
Jesús, en el convento de la Encarnación, pasaba mucho tiempo en el locutorio,
tenía mucha labia, cosa que gustaba a las señoras distinguidas que pasaban por
el convento, y ella dejándose llevar por la vanidad se complacía… hasta que se
dio cuenta de que llevaba más de un año sin rezar -a palo seco-. Ponía estampas
aquí y allá para engañarse, pero nada…, no se atrevía a estar con el Señor
porque sentía su incoherencia. Llamada al orden por un dominico: “Tú te estás
allí quieta…”. ¡Solo veía caer la arena en el reloj!, dirá ella más tarde]. Tú
estate, y el Señor hará su trabajo. De esto se trata, la oración es estar con
el Señor también cuando no es entretenido, también cuando no nos dice nada.
¿Cómo? Fundamentalmente meditando el evangelio -ya con una oración, una
palabra…-, dirigiéndose a él: ¡Señor, ten piedad!, ¡Míranos! …Evitando
entretenerse incluso con oraciones. Porque a veces las oraciones no nos dejan
bajar al centro de nuestro ser. Y entonces decimos, ya he rezado. Bueno, sí y
no…
Estos dos elementos en la vida cristiana (la
eucaristía y la oración personal) son fundamentales. La vida cristiana
entra en Cristo o deja entrar a Cristo a través del silencio orante personal, y
de la apertura a la presencia de Cristo en la eucaristía. Fundamentalmente
significa la presencia de Cristo en la Palabra de Dios y en la Comunión. Sin
esto la vida cristiana se va disolviendo en la vida normal y corriente. Y
entonces, ¿qué se dirá de nosotros?... es un buen chaval, una buena chica…
LA
ORACIÓN
DIEZ
REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN
1º.-
La oración es una suspensión del tiempo cotidiano, un intermedio en
la rutina para reconocer que Dios es el Señor de la vida, que no soy yo el que
maneja y tiene que manejar la vida, sino que el centro está en otro sitio que
no se ve. Por un momento hay que desconectar todo, todo: apagar la radio, la
televisión, apagar a los familiares, apagar el teléfono, la música, también la
música. Y ver solo “la arena cayendo en el reloj”. Quedarse en silencio, y
decir: Tú eres, Tú…Tú… ¿Qué? ¿Cómo?... ¡No lo sabemos! ¡Que Dios es lo que no
es el mundo! Para entregarnos a ese Misterio hondo que es de donde venimos y
donde está la promesa de nuestra plenitud.
2º.- La oración
es una acción de Dios en nuestra vida. Cuando nosotros lo buscamos Él
ya nos ha encontrado, aunque no lo sintamos así; porque la mayor parte de las
veces no lo sentimos así. Nosotros vamos detrás de Él: ¿dónde estás?, ¿dónde
estás?... Y Él dice: En esa pregunta que te haces, si no, no te la harías.
3º.- Orar
requiere tiempo y esfuerzo. Requiere soledad y predisposición.
Requiere confianza y perseverancia. Todo lo demás es solo jugar a
rezar: como las niñas con sus muñecas jugando a ser madres, pero no son madres,
porque no es real. Soledad y predisposición, confianza y perseverancia.
4º.- La oración
es verdadera cuando deja espacio para que Dios hable. De otra manera es
solo monólogo lleno de justificaciones, o un regateo con un ser que en el fondo
creemos que es un miserable que no quiere soltar sus bendiciones, y por eso
tenemos que convencerle. La oración verdadera deja siempre espacio a que Dios hable,
y Dios ha hablado en su Hijo Jesucristo. Por tanto, la oración verdadera es
silencio en el que dejamos espacio “para que se nos diga el Señor”.
5º.- Se reza con
los pensamientos y con las palabras, con el deseo y con el silencio, y también
con las posturas del cuerpo. Por tanto, algunas veces no sabemos qué
decir…¿entonces no estamos rezando? ¡No!... ¡claro que sí!... Basta con
sentarnos, abrir las manos un poco, y decir, por ejemplo: “mira mis manos,
parecen un nido, …¿y yo qué soy?... como un pájaro que está piando, pero no
tengo ganas ni de piar. Pero te estoy esperando. Y callarse. Y mirar las manos.
Y esperar. ¿Esperar qué? ¡Porque no va a aparecer nada! Abrir hueco en nuestro
interior, porque si no, no puede entrar Dios… ¡qué ya está dentro!
6º.- Las
oraciones, incluso el Padrenuestro, a veces ayudan, otras veces estorban. Porque
no nos dejan ser nosotros mismos delante de Dios. Y lo importante es ser
nosotros delante de Dios. Para esto a veces nos sirven las oraciones, y la
oración por excelencia es el Padrenuestro, evidentemente…, pero, quizá
demasiadas veces estamos tan en automático, que no parece que ni nos hayamos
dirigido a Dios… aunque parezca que hemos rezado.
7º.- La oración
busca que todo en la vida se empape de la gracia y de la voluntad de Dios.
Es decir, que Dios nos meta en su mundo. No pretende la oración meter a Dios en
nuestro mundo como “al primo de zumosol” para que nos resuelva las cosas, no.
Debe meternos a nosotros en el mundo de Dios.
8º.- ¡Dios no se
deja manejar por la oración! Esto es idolatría. Siempre está. Dios no
puede “no-estar”. Pero se deja sentir según “su-libertad”. No funciona como el
interruptor que enciende la luz. Esto es un problema de la “oración actual” en
la que las nuevas generaciones se mueven por el sentimiento, por el sentir. Y
entonces, si no sentimos parece que no rezamos. Pero no es verdad.
9º.- La oración
que nos acerca a Dios siempre nos acerca al prójimo, la oración cristiana. Porque
la oración que nos acerca a Dios es la que nos hace “UNO” con Cristo: y Cristo es el
prójimo, por excelencia, de todos. De otra manera, si no vemos este movimiento,
tenemos que sospechar de nuestra oración; hay que sospechar de que recemos
bien.
10º.- ¿Dónde
quedan entonces nuestras preocupaciones y nuestras necesidades, es que a Dios
no le importan? Porque nosotros necesitamos decirle cómo estamos.
Necesitamos decirle que le necesitamos.
Buscad
a Dios y confiadle la vida, todo lo demás se os dará por añadidura.
Buscad
a Dios y se os dará el Reino de los Cielos…, todo lo demás no es que se vayan a
solucionar todas las cosas, sino que estaremos en la posición donde todo queda
relativizado en lo relativo y absolutizado en lo Absoluto.
CAMINO
POR LAS FORMAS DE ORACIÓN
¿QUÉ
HACEMOS EN ESE ESPACIO HUECO QUE ES LA ORACIÓN?
1º.- Antes de
que nosotros recemos, Dios ya está escuchando nuestra oración. Porque
nuestra oración, en el fondo, es el anhelo de vida, especialmente cuando
sufrimos la falta de vida; el anhelo de perdón, cuando estamos en pecado; el
anhelo de relaciones, cuando estamos solos. No solemos pensar eso como oración,
pero les dice san Pablo a los Romanos: “El Espíritu ora en nosotros con gemidos
inefables”, y esta oración que hace el Espíritu con nuestro propio sufrimiento,
Dios la escucha como una oración, aunque nosotros no la hagamos como oración. Y
por lo tanto, lo primero que aprende un cristiano es que Dios está escuchando
su sufrimiento, su dolor, su alegría, como una súplica, como una intercesión,
como una acción de gracias, porque el Espíritu Santo está orando en nosotros,
aunque no lo sepamos. Y esto debe darnos confianza -no para decir, entonces
no hay que rezar, ya está hecho-… Esto es para saber que nuestra oración es
más profunda que nosotros mismos. Que Dios está en relación consigo mismo en
nosotros.
2º.- La oración
central es la “Meditación Evangélica” (Lectio Divina). Se haga como se
haga: entrar en el Evangelio, meterte dentro de él. Como decía san Ignacio de
Loyola, hacer una “Composición de Lugar”: Jesús, los demás y yo, contemplando
la escena, leyéndola. No se trata de aprender ideas, ni de decidir cosas; se
trata de dejarnos llevar por dentro por Cristo. Y después las decisiones ya
vendrán, o ya aparecerán.
3º.- Otra forma
de oración es “El Diálogo de Vida”. Procurar traer a Cristo a nuestro
presente (decía santa Teresa de Jesús: “Estás aquí, tú conmigo, yo contigo, y
hablamos como amigos”). Porque esto era lo que hacía Jesús con los discípulos.
Le seguían, miraban lo que hacía, se preguntaban y finalmente le preguntaban:
¿Qué has querido decir con esa parábola? (Mc 4). Nuestras palabras, torpes al
exponer nuestros problemas, a él le gustan, porque le buscan, incluso si le
buscan mal. Él ya las irá colocando, como hizo con los discípulos.
4º.-
Los salmos.
Son palabras de creyentes que Dios nos ha dado como “su Palabra”, para que
entremos en nosotros mismos y sepamos qué decirle: ¡Desde lo hondo a ti
grito, Señor! ¿Por qué me abandonas? ¡No puedo hacer otra cosa que tocar la
cítara -guitarra, órgano-! ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?
Estas palabras nos las dan otros creyentes que han buscado a Dios antes que
nosotros, y nosotros creemos que Dios ha aceptado esas palabras como una
especie de espacio donde nosotros nos dirijamos a él y sepamos que estamos bien
colocados, en la situación debida. Esto significa, por ejemplo, que podemos
quejarnos delante de Dios. Los salmos nos dan palabras para quejarnos. Al leer
un salmo, quizá descubramos que con una frase nos valga, o comuna palabra…, nos
quedamos con ella, esperando, buscando.
Los
salmos también nos enseñan a rezar las cosas que nosotros no vivimos, para
evitar nuestro ensimismamiento, porque yo, yo, yo…, olvidando el yo podemos
introducirnos en la oración de intercesión, orando por algo que nosotros no
vivimos, pero que les está pasando a otros. Y así nos dicen: “no reces desde
ti, reza desde el otro”.
5º.- La atención
y la oración fugaz y continua. Decía Simone Weil: “La atención es casi
la primera forma de oración”. Para rezar bien hay que mirar bien. Hay que ver
lo que pasa por dentro, por fuera, mirar lo que sentimos. No dejar pasar,
fijarnos, porque así podremos ver, podremos ver el paso del Señor, lo que se necesita,
cuánto necesitamos al Señor.
Pero
no solo la atención, también la oración fugaz y continua. Segundos de oración:
vamos por la calle -¡sembrando Avemarías!-, pasa una ambulancia, pedimos por
él: ¡Señor, acompáñalo! Oración fugaz, todo queda envuelto por la oración.
Orar
con canciones:
cantar danzando por la calle, aunque nos tomen por locos, llenos de alegría, en
voz baja, casi disimulando… ¡Esta locura con la que me etiquetan, para ti,
Señor! Canciones con cánones repetitivos… creamos una dinámica donde vamos
cantando por dentro, pero también nos fijamos en las cosas, y lo vamos
envolviendo todo con oraciones.
6º.-
La adoración,
no solo eucarística. La adoración viene con el salmo 8: ¿Qué es el hombre
para que te acuerdes de él? Miro el mundo y sin que haga nada puedo pensar,
sin que haga nada hago la digestión, respiro…¡Con cuanta frecuencia, nuestro
cuerpo, ajeno a nuestra desesperación, lucha por nosotros! Es la atención, pero
esa atención nosotros los cristianos la convertimos en oración. ¿Qué soy
para que te hayas acordado de mí?... para que nos hayas dado la voz, el canto,
la inteligencia, la maña para algunas cosas… Podemos hacer también la
adoración de Dios en las personas; como cuando las madres miran a un niño y
este les dice: ¿Qué me miras?
Y
después, la Adoración Suprema: ¿Cómo es posible que te hayas
hecho hombre? ¿Cómo es posible que te hayas hecho esto que somos, y que te
hayas hecho esto para alimentarnos?... que te hayas hecho pan, ¿cómo es
posible? Es admirable, no lo entiendo, pero me admira: solo Tú, Tú eres la
vida.
creyentes
que ya hayan pensado la vida cristiana y tenerlos al lado. Como el aprendiz
aprende del maestro en cualquier oficio, nosotros los cristianos aprendemos de
los grandes maestros, los que han trabajado su vida, los que han sabido
explicarlo, y por tanto podemos tener algunos libros que nos enseñen cuál es la
vida cristiana…¡no para leer mucho! Leer no es orar. Orar a palo seco: Dios y
yo, como el rabino frente al muro de las lamentaciones: -¿Y le responde...?, le
preguntaba un turista.
-¿Ha
probado a hablar alguna vez con un muro?, le respondió el rabino.
8º.- Las
posturas. Se reza con las palabras, con los sentimientos, con los
deseos… La Iglesia dice: “Si uno no se puede bautizar, pero lo desea, ya está
bautizado por el bautismo de deseo”. Si uno no puede decir nada porque no le
sale nada, no le sale nada… en la cama del hospital, postrado: ¡Señor, te
ofrezco mi postración! Esta postración es mi oración. Otro día, feliz, saltaría
por la calle: ¡la gente piensa que soy tonto!, por bailar por la calle: Esta es
mi oración, te ofrezco, Señor, esos comentarios despectivos como mi más
agradecida oración. A veces es poner las manos un poco abiertas y decir: aquí
te espero como un pajarito con el pico abierto. Otras arrodillarse delante del
sagrario. Da lo mismo, pero si incorporamos las formas, estas nos ayudan,
porque a veces para nuestra oración no tendremos más que eso.
¿Quién
mide la eficacia de la oración?
¡Qué
nosotros sintamos que nuestra oración ha sido buena, no significa que lo haya
sido! Y que sintamos que ha sido mala, no significa que lo haya sido. ¿Por qué?
Porque a veces identificamos la oración con el fruto inmediato. Y así, cuando
nos sentimos bien, creemos que ha sido buena. Pero, qué decía la madre Teresa
de Calcuta, que se pasó años y años sintiendo el vacío de su oración: ¿era mala
su oración…?
Y
cuando yo quiero ver un partido de fútbol y me voy con el Señor a
regañadientes… ¿es mala la oración?... ¿No estamos peleando con Dios como Jacob
con el ángel? La oración es plena tensión, pero no lo vemos como oración,
porque no lo vemos como la situación ideal del amor…, pero es que la oración no
coincide con esa forma plena y bonita de oración, porque a eso ya no le
llamamos orar, sino “Comunión Eterna”.
La
oración no se mide en cada momento de oración, sino a lo largo del tiempo.
Algunos se fascinaron con Jesús durante un momento, con una intensidad que
superaba a la de sus acompañantes habituales. Pero el final es al final, la
compañía concreta, la oración en el tiempo…
¿Quién
ha dicho que a Dios no le podemos decir barbaridades?
Ante
una muerte trágica, en el tanatorio, los familiares dicen auténticas
barbaridades de Dios, ¿y si fuera esa la única forma de oración que tienen?
¡Qué parece una blasfemia! ¡Tantas jaculatorias en boca de gentes con poca
educación que no pasan de ser “oraciones en negativo”! Esto ya lo inventó Job,
el santo y paciente Job de los dos primeros capítulos de su libro, pero que se
pasa los treinta y pico restantes blasfemando contra Dios. No hace más que
decir barbaridades. Quiere ponerle un juicio a Dios: ¡Maldito el día en que
nací, en el que me creaste! ¡Me creaste para que sufriera! ¿Qué se puede
decir peor de Dios? Porque eso es lo que quiere hacer el diablo.
Hay
veces en que la oración no se identifica, no puede identificarse, con esa paz
alrededor de Jesús, tan inocente y tan buena, con la imagen del discípulo
recostado en el pecho de Jesús -¡sin quitar
que la oración a veces es así!-, pero otras… es una relación en la que
necesitamos hacernos, que sigue las mismas reglas que las relaciones
personales, que supone discusiones, porque estamos deformados por nuestra
forma, nuestro pecado en el mundo, no el que hacemos, sino el pecado que nos
tiene, esta forma mala de mirar, de sentir… ¡Necesitamos una rehabilitación!
Ya
verás lo bien que vas a mover el brazo, nos dice el fisioterapeuta; y lo
primero, tras el primer estiramiento de golpe, es ¡un grito con el que de haber
podido le habríamos sacado los ojos! ¡Un grito terrible de dolor! Esto mismo
pasa también en la oración: ¿Por qué has matado a mi hijo, si yo iba siempre a
misa? [¿Yo cura…?, ¿Yo casarme con ese…?]. Hay que sacar la oración de nuestros
esquemas previos y necesarios que tenemos y llevarla a ese estado en que Dios y
Cristo se relacionan con nosotros…, que a veces es dura, muy dura; siempre
con el fin de llevarnos a la plenitud.
Lo
fundamental es la relación última: estamos envueltos en esta relación y tenemos
que abrirnos a ella para que se haga UNO con nosotros.