SOR TERESITA…
“No
creo ya en la vida eterna…, me parece como si después de esta mortal
no
hubiese ya nada”…
Es
el razonamiento de los “peores materialistas” el que taladra mi espíritu,
“lejos
de todos los soles”…
¿De
qué otro modo se puede participar en la agonía de Jesús,
de
ese grito que solo Marcos tuvo el valor de registrar?
Por
amor de Dios: “aceptar los pensamientos más extravagantes”.
Aceptando
su “eclipse de Dios”
como
“una expresión de solidaridad con los no creyentes”.
Ella,
que ni siquiera había creído que existieran los “auténticos ateos”.
Jesucristo
le reveló que hay personas que viven completamente sin fe,
y
se lo confirmó poco después al ser ella misma privada de cualquier seguridad de
fe.
A
partir de entonces entiende a los no creyentes como sus hermanos,
con
los que se sienta a la mesa común y come el mismo pan,
pidiéndole
a Jesús no ser alejada de esa mesa.
Consciente
de la amargura de ese pan, porque a diferencia de ellos
ha
probado la alegría de la cercanía de Dios (recuerdo que ahonda su dolor).
…Otros, cuando
se renuncia a la Gracia por la Institución,
descubren enemigos, por fuera y por dentro,
que encubren las propias dudas inconfesables.
Solidaria
con los ateos, entiende el ateísmo como cáliz de dolor,
del
que bebe a grandes tragos en su noche de Getsemaní.
Si
el Hijo del Hombre se convirtió en el péndulo
entre
el letargo del hombre y la ausencia de Dios:
del
Padre ausente al amigo durmiente.
Teresita
se convirtió en péndulo entre un mundo sin fe y un cielo sordo,
es
su legado.
Teresita,
con san Pablo, nos enseña a acoger
con
alegría y agradecimiento la propia debilidad
como
ámbito en el que pueden penetrar más todavía
la
amabilidad y la misericordia de Dios
(a
los que la virtud orgullosa cierra el paso).
Dios
no nos espera en el ansiado “arriba”, sino justamente abajo
“en
el profundamente fecundo valle de la humildad”.
No
llevo cuentas de nada, todo lo hago meramente por amor.
Mis
manos, mis pobres manos, están vacías ante Dios.
En
contra del deseo humano del poder por medio de la religión,
de
esos ilusos peleando por el liderazgo espiritual,
del
deseo de la propia grandeza en lugar de la de Dios…,
contra
cada empeño ascético que no tenga como fin a Dios,
sino
más bien la propia “perfección” -esa “cosmética espiritual”-.
El
“corazón secreto de la Iglesia” es mucho más ancho,
hondo
y magnánimo de lo que pueda parecer desde fuera, desde dentro…
Hay
sitio incluso para aquellos cuyas seguridades están quebrantadas,
arrancadas
de sus raíces, hundidas en la oscuridad.
¿No
son esos precisamente los que están a un paso
de
esa bienaventuranza de la pobreza espiritual, del “despojamiento”
que
significa “no saber nada, no temer nada, no ser nada”.
La
fe solamente puede vencer a la no fe abrazándola.
No
hay rosas sin espinas -¡no es cierto!-. Murió sin fe.
¿Hay
algo que pueda “sustituir la fe”, cuando esta muere
en
la cruz de nuestros dolores, dudas y preguntas no respondidas?
Ya
no hay tiempo sino para el amor…
¿Y
por qué no iba a ser una muerte entre tinieblas una muerte santa?
¿Qué
importa que el puente no alcance la otra orilla?
Todo
desaparecerá, incluso cesarán la fe y la esperanza,
porque
ya “cumplieron su misión” de acompañarnos
en
el valle de las sombras de este mundo ambiguo…,
pero
permanecerá para siempre el amor…,
y
al él se abrirán las puertas.
una
fe que tiene que morir en la cruz, ser sepultada
y
alzarse de nuevo, y “en una forma nueva”.
Esta
fe es un proceso, y el ser humano
puede
encontrarse en diferentes momentos de su vida
en
fases distintas de ese proceso.
Y
que no nos espanten los agujeros en el techo de la Iglesia
después
de estas o aquellas tormentas.
Somos
muchos los que precisamente por esos grandes huecos
divisamos
por vez primera el rostro de Dios.
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