EL PECADO Y LA GRACIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL
(Visión
Franciscana del ser humano)
Alejandro
de Villalmonte
Sólo
el amor es digno de fe
Jaime
Rey Escapa
Alejandro de Villalmonte, mi amigo, hermano y profesor, fue
quien me puso en contacto con la teología del beato Juan Duns Escoto. A él, a
Enrique Rivera de Ventosa y a Bernardino de Armellada nunca podré agradecerles
del todo haberme acompañado en la apasionante tarea de aprender a pensar y a
vivir según las intuiciones, siempre actuales, del saber franciscano.
El franciscanismo es un estilo de vida sustentado en una 'forma
mentis' profunda y original, un estupendo camino para hacer vida aquello en
lo que se cree. Lejos del racionalismo y de fundamentalismos, el pensamiento
franciscano llena de sentido aquello que creemos; es decir, lo hace razonable y
practicable en la vida cotidiana. Impulsa al abandono de las creencias vacías,
increíbles o, peor aún, nocivas para la salud mental y nos encara con la tarea
irrenunciable de dar razón de nuestra fe, del conjunto de verdades que
sostienen nuestra vida y le dan sentido, algo imposible si el fundamento de
todo no es el amor.
Así entiendo yo la larga y fecunda trayectoria teológica de
Alejandro de Villalmonte, quien siempre ha ayudado a los suyos a mirar
críticamente aquello que creen. Pensando en él, me viene a la cabeza un
simpático texto de Giovanni Papini, perteneciente a su obra “Carta del Papa
Celestino VI a los hombres”, en la que describe de este modo la figura del
teólogo: “Vosotros habéis parado el reloj de la historia en el siglo
decimocuarto y continuáis distribuyendo una sopa sempiterna a los dóciles
alumnos del sacerdocio, sin cuidaros de los cristianos que se hallan fuera de
las puertas claustrales... Desde hace siglos, los teólogos sois sólo
compiladores de sinopsis, manipuladores de manuales, registradores de lugares
comunes, tediosos comentaristas, glosadores, apostilladores, exhumadores y
remasticadores de antiguos textos venerados. Probos, diligentes, sapientes
repetidores, pero nada más que repetidores”.
Si Papini hubiera conocido y leído a Villalmonte no habría
escrito este texto. Tres pinceladas definen la vocación teológica de nuestro
hermano Alejandro: buscador incansable de la verdad, espíritu libre e
intelectual audaz. Su mente inquieta, preocupada siempre por ahondar en el
misterio del ser humano, nunca se ha dejado amedrentar ante nada ni ante nadie.
Amigo incondicional de la Verdad que nos hace libres, sin perder de vista la
fidelidad creativa que no se cansa de proponer nuevas vías de conocimiento de
lo humano y de lo divino.
Y ¿por qué este libro en nuestra colección? Ya hemos
indicado que Villalmonte es uno de los máximos exponentes de la teología
franciscana actual. La Escuela Superior de Estudios Franciscanos, también a
través de su labor editorial, tiene como objetivo la divulgación del
pensamiento franciscano, especialmente de aquellos temas que pueden iluminar el
diálogo con nuestra cultura actual. Se trata no sólo de hacer arqueología de
nuestra rica tradición, sino de establecer un diálogo crítico, positivo, capaz
de colaborar, aportar e influir en la elaboración de los nuevos retos de la
cultura actual.
La cultura es el lugar donde se fragua el sentido, para la
vida social y para la existencia personal, de cada uno de los individuos. En
los tiempos actuales es complicado producir sentido. La creación de
moldes culturales es una cuestión compleja. Elevar la cultura significa elevar
el valor de lo humano, aprendiendo a discernir, y posteriormente a combatir,
todo aquello que cumpla la función contraria: la deshumanización. Cuando el ser
humano está encerrado en sí mismo, en su propia autosuficiencia, es imposible
encontrar sentido a la existencia. El sentido está fuera de nosotros, en los
encuentros, en los otros, en la intersubjetividad, en la propia capacidad de
autotrascendencia. El ser humano es por naturaleza un ser abierto, a los otros
y al Otro. Desgraciadamente, no son pocos los que promueven la idea de que el
único sentido posible es el sinsentido, la consecuencia lógica posterior es el
vaciamiento de todo el contenido ético de los valores, quedándonos sin
referencias existenciales.
Hay que buscar un trasfondo interpretativo de la realidad,
lo que tradicionalmente se ha llamado metafísica y hoy muchos llaman 'imaginario
teológico': el conjunto de experiencias, narraciones, símbolos, encuentros
que exigen interdiscipliariedad, las conexiones que la teología establece con
la psicología, el arte, la economía, la política, la literatura, etc. Todos
estos elementos entretejidos crean un receptáculo que posibilita el sentido de
nuestro mundo simbólico-conceptual, y de nuestro modo de actuar, tanto
individual como colectivo, ayudándonos a superar el pensamiento débil y
fragmentado, tan característico de nuestra cultura postmoderna.
Tradicionalmente, en el imaginario propuesto por la
teología oficial, la línea conductora o el eje trasversal de todos los
contenidos de nuestra fe ha sido el pecado. La relación entre Dios y el ser
humano está contaminada por el pecado; Cristo es querido por Dios en razón del
pecado del ser humano; la comunidad eclesial es un grupo de pecadores que
buscan en Cristo la redención del pecado; los sacramentos son realidades
sensibles para eliminar de nosotros el pecado; el mundo, junto a la carne (corporalidad-sexualidad)
y el diablo son los enemigos del alma, que vive en un horizonte lleno de
inseguridad, amenazas, miedo y pecado... Alejandro de Villalmonte reacciona
contra este imaginario teológico triste, pesimista y sombrío, incapaz de articular
el ansiado diálogo con la cultura actual. Nuestro querido teólogo, apoyándose
en la tradición franciscana, especialmente en Escoto, ha hecho bandera de su
quehacer teológico, cambiando el escenario, proponiendo el imaginario teológico
franciscano -¡no como otros!-.
La enseñanza escotista franciscana sobre el primado de
Cristo, primacía que no hay que ver como un espléndido y glorioso aislamiento,
se sustenta en la concepción de Dios como Ágape: amor
liberal. Escoto elabora como consecuencia una específica
concepción del ser humano y de la gracia, como fuerza que eleva y deifica,
antes que medicinal y sanadora. La exaltación de Cristo conduce a
eliminar de la historia de la salvación la teología de Adán y la parafernalia
que lleva consigo. Cristo no puede ser rebajado a un mero reparador de los
males causados por el mítico pecado de Adán. El mensaje de Jesús no ha de ser
presentado desde la negatividad del pecado, sino desde la positividad de la
gracia.
La gracia disipa el miedo que origina muchos de nuestros
males, el miedo que convierte a Dios en un tapagujeros, en asilo de nuestra
ignorancia. Un dios 'creado' a la medida de nuestras necesidades,
demasiado pequeño y demasiado celoso, que alimenta los complejos de culpa, que
no nos deja crecer, un dios que tiene miedo de nuestra autonomía. Ese no es el
Dios de Jesús.
El mal o el pecado no pueden convertirse en el hilo
conductor de la historia, ni en el eje de la naturaleza humana. Villalmonte
hace del amor la fuente de la vida y el motor de nuestra existencia, en una
antropología capaz de dar cuenta de lo bueno del ser humano, de su capacidad de
creer y crear, de su capacidad de amar gratuita y solidariamente, de su
conciencia de ser imagen y semejanza de Dios. Se trata de una reflexión
teológica arriesgada, nada ingenua, responsable, que no presenta a Dios como el
hacedor de una criatura defectuosa. El pecado, el mal, el mito adámico no
pueden ni deben colorear la existencia humana.
El silencio frente a lo que no sabemos responder no
significa resignación. No es lícita cualquier respuesta. Por ejemplo, el mal
del ser humano (el que soporta y el que origina) no es explicable desde una
teología desde el pecado que coloca toda nuestra responsabilidad fuera de
nosotros, con 'teologúmenos' de poca consistencia racional. No olvidemos
que detrás de cualquier respuesta descansa una idea concreta del ser humano, de
la libertad, del amor, de la dignidad, de los modos de relación, de la
política, en definitiva, de Dios.
“El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del
misterio del mismo Cristo” (GS, 22), modelo antropológico de
referencia. La invitación al seguimiento de Jesús se ofrece como camino que nos
ayuda a profundizar en lo verdaderamente humano. Y esta es nuestra tarea:
aprender a ser personas, al estilo de Jesús, humanizando nuestra cultura,
creando franciscanamente espacios de fraternidad. Este es nuestro camino, este
es el camino que ha recorrido Villalmonte a lo largo de su vida, tanto personal
como intelectualmente.
¡Gracias, Alejandro!