LA
SOMBRA DEL YO, EL PECADO
Uno deviene completo y santo cuando es
capaz de aceptar la sombra de su yo o, por decirlo en un lenguaje moral, cuando
es capaz de admitir su pecado. ‘Esencialmente, pasamos de la inconsciencia
a la consciencia a través de una lucha deliberada con la sombra de nuestro yo’.
El propio Jesús solo empieza a hablar después de haberse "retirado
al desierto, movido por el Espíritu, para ser tentado por el diablo" (Mt
4,1). ¡El hecho de que los demonios siempre sepan quién es Jesús (cf. por
ejemplo, Mc 1,24) obedece a que él ya se ha confrontado con ellos! Únicamente
entonces "despertamos". No falla: las personas inconscientes nunca
han luchado con su propia miseria y desgarradura y son falsamente
"inocentes" (otra forma de decir ‘incólumes’:
sin roturas).
La mayor parte de la gran
literatura universal, incluyendo la poesía y el teatro, evidencia de forma
persuasiva este punto. ‘El problema no es tanto pecar cuanto la
falta de disposición a admitir que hemos pecado’ o al menos como hace Jesús, a confrontarnos honestamente con las
tinieblas y con nuestra capacidad de obrar el mal. Para decirlo sencillamente,
no es accidental ni carece de importancia que Jesús fuera "tentado".
Quienes deberían preocuparnos son aquellos que pretenden estar por encima de
todo ello.
Estos son quienes destruyen la historia y
las relaciones, y Jesús los llama "sepulcros blanqueados" y
"guías ciegos" (Mt 23,24.27). Dios parece estar bastante avezado en
utilizar los pecados de las personas para obrar el bien, mas ¡no puede servirse
de quienes se resisten a ver su lado oscuro! Jesús nunca se disgusta con los
pecadores, sino sólo con quienes piensan que no lo son. Mucho más problemáticas
son, para él, las personas que se creen justas, porque estas sólo están, en el
mejor de los casos, a mitad de camino.
En 2Sm 7, David quiere construir a Yahvé
una casa para probarle que es un buen chico. A través de Natán, Yahvé le dice a
David: "No quiero que me construyas una casa. ‘Yo’ te la construiré a ‘ti’.
Te daré paz con todos tus enemigos. Yahvé te hará grande. Yahvé te construirá
una casa y, cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus
antepasados, protegeré eternamente a tus descendientes".
Este pasaje puede ser llamado el
"gran giro", y yo añadiría: el giro necesario. Todos
empezamos pensando que vamos a hacer algo por Dios y, al final de nuestra vida,
nos damos cuenta de que Dios lo ha hecho todo por nosotros. Comenzamos por la
disposición a suscribir una alianza bilateral con Dios y terminamos
percatándonos de que esa alianza es, en su mayor parte, unilateral. ¡La gracia
ha rellenado todos los huecos!
En ese punto de inflexión oímos a David
pronunciar una bella oración en respuesta a Dios, una oración que yo llamo la «oración
del "pero ¿quién soy yo"?». (Esta es la oración que todos
pronunciamos cuando se nos concede la gracia. Es la oración de María en la
Anunciación, así como la ininterrumpida oración nocturna de san Francisco en la
cueva). "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia para que me hayas
hecho llegar hasta aquí?" (2Sm 7,18ss), dice David.
Permitirse uno a sí mismo ser amado
por Dios es ser amado por Dios. Permitirse uno a sí mismo ser
elegido es ser elegido. Permitirse uno a sí mismo ser bendecido es ser
bendecido. Es difícil aceptar ser aceptado, en especial por Dios. Se
requiere una cierta clase de humildad para rendirse a ello y más aún para
perseverar en creerlo. Cualquier persona utilizada por Dios sabe que esto es
verdad: Dios elige y luego utiliza a quien él quiere, y la capacidad de estas
personas de ser utilizadas por Dios deriva de su disposición a permitirse a sí
mismas ser elegidas en primer lugar. ¡Qué gran paradoja!
El amor de Dios es constante e
irrevocable; la parte que a nosotros nos toca es estar abiertos a él y dejarnos
transformar. No hay absolutamente nada que podamos hacer para mover a Dios a
amarnos más de lo que ya nos ama; y tampoco hay absolutamente nada que podamos
hacer para moverlo a amarnos menos. ¡Es nuestro sino! La única diferencia es la
que existe entre quienes consienten en ello y quienes no, pero tanto unos como
otros son amados de forma objetiva y por igual. Quien se percata de ello
sencillamente lo disfruta y extrae vida siempre nueva de esa toma de
conciencia.
Aunque esa ha sido la historia de toda mi
vida, yo todavía no me lo creo plenamente, porque se me antoja demasiado bueno,
algo que desborda mis más audaces esperanzas: tal vez sea un intento de darme
ánimos a mí mismo, tal vez pensamiento desiderativo, tal vez "gracia
barata", tal vez deficiente teología. Pero luego leo los relatos de los
santos bíblicos y conozco santos en prisiones y hospitales, y sus vidas me
dicen que eso es cierto. Son siempre pecadores en rehabilitación y
saben que Dios no los ama porque sean buenos, sino porque Él es bueno.
(Fr. R. R. & cía., OFM)