CARISMÁTICOS (“ESPIRITUALIDAD A LA CARTA”)
Dentro de lo que podríamos denominar “espiritualidad
a la carta” -la necedad está convencida de poder comprarlo todo, que
viene a ser más o menos lo mismo que ignorarlo todo- se producen actualmente
dos movimientos influyentes de nuestro tiempo; en el seno de la Iglesia, el ‘movimiento
carismático’; fuera de la Iglesia, lo que se ha denominado ‘New Age’.
Dentro del movimiento carismático se
propaga a menudo una teología de la ‘resurrección’ y de la ‘gloria’,
pero mucho menos se quiere oír hablar de la teología de la ‘cruz’, no se
quiere dirigir la mirada continuamente a ese Cristo muerto en la cruz, el de la
pasión. Se busca a menudo una redención que evite “pasar” por el sufrimiento y
la muerte.
En cierta ocasión, tras predicar a unos
carismáticos acerca del significado de la muerte de Jesús en la Cruz, recuerdo
como los rostros de mi auditorio se volvían cada vez más largos e
insatisfechos. Al final se acercó a mí una mujer y me increpó: “¿y usted pretende
ser un franciscano?, ¡entonces debería ser feliz y predicar la alegría!, ¡pero
usted habla horas y horas de la cruz!, ¡avergüéncese!”. Con sermones sobre la
cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte a duras penas se podrá conseguir
algo en estos círculos.
Para ellos, mayor cantidad es siempre
mejor. Si hay que oficiar la liturgia frente a carismáticos, se puede tener la
experiencia de que la comunidad quiera cantar catorce cantos de entrada y otros
tantos después de la comunión. Los textos de las canciones que se repiten
continuamente en tales oficios, reflejan también una parcial “teología de la
gloria”. Por regla general, el tratamiento que hacen servir para Dios y Cristo
son los que se refieren a su magnificencia: el Señor, el rey, el todopoderoso,
el resucitado, el glorioso, el supremo. ¡Cuánto más, mejor! Son incapaces de
comprender que esas cuentas no cuadran. Piensa que, si ‘un’ “alabad al
Señor” es bueno, ‘cuarenta y cinco’ “alabad al Señor” serán mejor. Todo
esto lo estoy diciendo con un gran respeto a los dones que se reconocen en el
movimiento carismático. Sin embargo, si este movimiento no descubre y asume sus
propios lados sombríos, irá por un camino que solo puede llevar: “hacia
una superficialidad cada vez mayor”.
Esto conlleva, por ejemplo, que la mayoría de los “carismáticos” eludan las cuestiones sociales (por lo demás esto ya se daba de forma similar en la comunidad de Corinto, tan carismáticamente orientada, y que Pablo, precisamente por este motivo, atacó tan tenazmente (cfr. 1 Cor 11,17-34). En lo referente a estos temas de la justicia y la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte, su actitud parece ser la siguiente: “no queremos tener que martirizarnos con esos sucios asuntos. Nosotros queremos ser brincos de alegría, tocar palmas y cantar a Jesús, el Señor”. Mi pregunta a estos grupos es la siguiente: ¿Qué ‘quiere decir’ la frase de que Jesús es el Señor?, ¿qué ‘consecuencias prácticas’ tiene eso para los problemas del mundo?
En los movimientos carismáticos se ha
extendido un método determinado que trata la cuestión de cómo hay que convivir
con el sufrimiento y el dolor. Se trata de la variante cristianizada del
“pensamiento positivo” (este principio parte de la premisa de que nuestro
pensamiento influye esencialmente sobre nuestro estado de ánimo, cosa que es
cierta, pero todo en su dosis adecuada. Teniendo conscientemente “pensamientos
positivos” tengo la posibilidad de llegar a ser feliz, estar satisfecho y
conseguir el éxito. Toda una ola de libros que son deudores de este principio
han inundado en los últimos años el mercado del libro. Pero, hay una ley no
escrita en ninguna parte que afirma que todos los ‘idealismos’ terminan
chocando contra la realidad, destrozados, pues Hitler estaba convencido de la
conquista de Europa, como lo estuvo Napoleón, en sus mentes, pero, es una
lástima que exista una realidad más allá de nuestro cráneo -de la que éste cree
poder evadirse, este es el pecado idealista-, que no siempre está dispuesta a
darnos la razón): nos aconseja este “pensamiento positivo” que los creyentes no
deben guardar duelo por sus pérdidas o por el dolor, sino que deben “dar
gracias a Dios”, también en los momentos difíciles, incluso cuando no
comprendan su manera de actuar -como aquel cura que en el entierro de un
muchacho de quince años trataba de consolar a la afligida madre con el
argumento de que no tendría ocasión de convertirse en un drogadicto ni un
maleante, desde luego, algunos deben hacérselo mirar con más detenimiento del
que ellos creen-. Puesto que Dios ha permitido tal o tal cosa, ya habrá de
tener un sentido; sus pensamientos son más elevados que nuestros pensamientos.
Por ello la queja y el duelo son considerados, en los grupos carismáticos más
extremistas, como expresión de la incredulidad, y tienen que ser reprimidos o
asumidos “en la obediencia”. La teología de la gloria, que sobre todo tiene
muchos partidarios en los EEUU y en los países escandinavos, llega en parte tan
lejos que promete a los cristianos que ellos, como hijos de Dios que son,
tienen la ‘prerrogativa’ de ser ricos, felices y exitosos en este mundo
-¡y si hay que exterminar a todos los indígenas, pues se les extermina, el
éxito está de nuestra parte!-. El método de la continua alabanza conduce a la
“oración del éxito” (algunos hablan de la “oración dinámica” y prometen: “¡La
fuerza universal de Dios está a su alcance!”. Un “ángel del bienestar y de la
salvación” está a nuestra disposición si rezamos siguiendo este método. Aún
más: “¡Después de la oración llega indefectiblemente la luz!”). En ella se
recomienda imaginarse, a ser posible vivamente, aquello que se desea
(“visualizarlo”) y a continuación captarlo “en la fe”: -¡esta vez ya no se
extermina a los indígenas, se les obliga a sembrar opio en lugar de arroz, por
las nobles intenciones del imperio, si eso provoca las mayores hambrunas
conocidas en el país durante años, poco importa, “dios” salva a la ‘reina’!-.
En verdad en la Biblia encontramos aquí y
allá personas que en la práctica de la oración se atienen a las promesas de
Dios (“lo positivo”); sin embargo, esto jamás va a querer decir que la pena, el
dolor y la tentación sean reprimidos. En los salmos podemos escuchar a personas
que muestran su dolor ante Dios en tono quejumbroso: luchan con él; incluso se
atreven a retar a Dios y a acusarle. Jesús luchó y padeció hasta el final con
el dolor de la muerte en Getsemaní y en la cruz, y no lo hizo más llevadero con
cantos alegres de alabanza y con el recurso del pensamiento positivo. Él
rechazó la esponja con hiel y vinagre, un remedio usual entonces para combatir
el dolor. No deberíamos apresurarnos a “visualizar positivamente” sin aprender
a asumir primero el dolor.
La “pastoral cognitiva” tan apreciada por los carismáticos persigue una meta similar. Se renuncia a examinar a fondo las causas de un problema (por ejemplo a investigar en la infancia de una persona), sino que se parte de la premisa de que es posible crear una condición nueva mediante un cambio de forma de pensar. En vez de pensar continuamente “soy un fracasado”, se deben adquirir nuevas costumbres en la manera de pensar, por ejemplo, diciéndose una y otra vez la frase: “Jesucristo me ama”. Del mismo modo que este método puede ayudar como medida auxiliar, también puede resultar peligroso si es el único principio terapéutico, y no se supera realmente el pasado. Entonces se corre el peligro de que se trata de un lavado de cerebro religioso que convierte a la persona tratada en una marioneta de la verdad “correcta” del Evangelio. En este caso el Evangelio se convierte en una ideología optimista que domina el cerebro del ser humano mientras las capas más bajas siguen “privadas del bautismo”. Esta forma de asesoría pastoral es un auténtico veneno, pues refuerza una tendencia que de todas formas ya es demasiado dominante (no debemos caer en la tentación de ensalzar el control de los pensamientos como el único o el más importante método de la convivencia con uno mismo, es muy importante la confrontación con lo que pensamos para nuestro crecimiento personal).
Observaciones similares se pueden constatar en amplios círculos del movimiento New Age. Multitud de libros y de cursillos prometen -a un alto precio- armonía, iluminación y felicidad en la vida. Un cristianismo que de cara al exterior da una sensación de tristeza y de falta de alegría ha contribuido en cualquier caso a que las personas que buscan un sentido a su vida sean susceptibles a las caras promesas de felicidad y armonía del mercado pseudo-religioso de la psique. La “era de Acuario”, -en la que se supone que estamos- cuya irrupción fue celebrada en los círculos New Age, está aparentemente marcada por una bondad y armonía completa -sin virus cantamañanas que nos amarguen la existencia y nos lleven por el camino de sus mandatos-.
Podemos trazar una línea que va desde los hijos del hipismo de los años sesenta, que hicieron trasbordo a un mundo de fantasía en vista de la guerra y de un absurdo mundo laboral, directamente hasta el narcisismo de la posmodernidad. El celebrado descubrimiento del individualismo acabó finalmente en el caso de los “exploradores del sentido” en el egocentrismo individual y en el ejercicio continuo de mirarse el ombligo con fines terapéuticos.
Síntoma de esta tendencia es el presente
consumismo espiritual. Después de que la sociedad occidental haya explotado
materialmente la tierra, nos apropiamos ahora del legado espiritual de oriente,
en la mayoría de los casos sin haber pagado el precio de “una vía
interior seria que nos invite a emprender la vía dura y pedregosa
de la conversión”.
Pero, Oriente ya hace tiempo que nos tomó
la medida, y se apropió del legado material de occidente, pagó su precio, y
también ha pagado el nuestro, no tiene prisa, cobrar es cuestión de tiempo…/.