EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

domingo, 4 de julio de 2021

LAS ARMAS Y LAS LETRAS. Don Quijote de la Mancha

LAS ARMAS Y LAS LETRAS

Don Quijote de la Mancha

«Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja de las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual es menester más que las buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajen el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los designios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo, pues, ansí que las armas requieren espíritu como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más, y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras (y no hablo a hora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ningún otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo) entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin por cierto generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y, así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: “Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoritos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: “Paz sea en esta casa”; y otras muchas veces les dijo: “Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros”, bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Propuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.                    …///…

Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y, finalmente si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus privilegios y de sus fuerzas.

…///…




LA GUERRA -¡ESE CHANCHULLO!- Iº

«Toda la propaganda de guerra, todos los gritos, las mentiras y el odio, proceden invariablemente de la gente que no combate».

«La guerra contra otro país solo tiene lugar cuando la clase pudiente piensa que va a sacar algún beneficio de ella». (George Orwell)

El Miedo (Gabriel Chevallier, 1930)

«Me enseñaron en mi juventud -cuando estábamos en el frente- que la guerra era moralizante, purificante y redentora. Hemos visto lo que en realidad era: especuladores, contrabandistas, mercado negro, denuncias, traiciones, tiroteos, tortura, tuberculosis, tifus, el terror, el sadismo y la hambruna. Heroísmo, de acuerdo. Pero, la pequeña, excepcional, proporción de heroísmo no redime la inmensidad del mal. Por otra parte, pocos son los verdaderos héroes…

…Los hombres son imbéciles e ignorantes. De ahí les viene su miseria. En lugar de reflexionar, se creen lo que les cuentan, lo que les enseñan. Eligen jefes y amos sin juzgarlos, con un gusto funesto por la esclavitud. Los hombres son unos mansos corderos. Es lo que hace posibles los ejércitos y las guerras. Mueren víctimas de su propia docilidad».

 

LA GUERRA -¡ESE CHANCHULLO!- IIº

El gran negocio de la guerra (Smedley Darlington Butler, general del Cuerpo de Marines de los EEUU, el capitán más joven y el militar más condecorado de la historia de EEUU. Es uno de los dos marines que han recibido dos medallas de Honor del Congreso -la más alta condecoración del país- por sobresaliente heroísmo en combate), escribió el libro “La guerra es un fraude, o un chanchullo”. Así comienza su discurso:

«La guerra es un fraude. Siempre lo ha sido. Posiblemente el más antiguo, fácilmente el más rentable, seguramente el más vicioso. Es el único internacional en alcance. Es el único en el cual los beneficios se miden en dólares y las pérdidas en vidas humanas. Es efectuada para el beneficio de unos pocos, a expensas de la mayoría. Unas pocas personas hacen inmensas fortunas con la guerra. Durante la Primera Guerra Mundial, al menos 21.000 personas se hicieron millonarias o milmillonarias en Estados Unidos. ¿Cuántos de estos millonarios de la guerra llevaron un fusil a la espalda? ¿Cuántos de ellos cavaron una trinchera? ¿Cuántos supieron lo que significa estar hambrientos en un refugio infestado de ratas? ¿Cuántos pasaron noches de pánico sin dormir, agachados evitando granadas, esquirlas y balas de ametralladora? ¿Cuántos de ellos pararon el golpe de bayoneta de un enemigo? ¿Cuántos de ellos fueron heridos o murieron en combate? […] La guerra permite a las naciones hacerse con más territorio, si resultan victoriosas. El nuevo territorio inmediatamente es explotado por unos pocos, los mismos que consiguen dólares con la sangre de la guerra. El pueblo es quien paga la factura».

Por otro lado, en el breve libro en el que amplía su discurso, el general Butler resume su vida militar y las alforjas que soportó:

«He servido durante treinta años y cuatro meses en las unidades más combativas de las Fuerzas Armadas estadounidenses: en la Infantería de Marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente cualificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. De tal manera, en 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía birlar tranquilamente los beneficios. Participe en la “limpieza” de Nicaragua, de 1902 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos, aporté a al República Dominicana la “civilización”. En 1923 “enderecé” los asuntos en Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, en China, afiancé los intereses de la Standard Oil. Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunos consejos a Al capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes. El problema es que cuando el dólar americano gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera».

 


 

viernes, 2 de julio de 2021

SOR TERESITA...

 

SOR TERESITA…

“No creo ya en la vida eterna…, me parece como si después de esta mortal

no hubiese ya nada”…

Es el razonamiento de los “peores materialistas” el que taladra mi espíritu,

“lejos de todos los soles”…

¿De qué otro modo se puede participar en la agonía de Jesús,

de ese grito que solo Marcos tuvo el valor de registrar?

Por amor de Dios: “aceptar los pensamientos más extravagantes”.

Aceptando su “eclipse de Dios”

como “una expresión de solidaridad con los no creyentes”.

Ella, que ni siquiera había creído que existieran los “auténticos ateos”.

Jesucristo le reveló que hay personas que viven completamente sin fe,

y se lo confirmó poco después al ser ella misma privada de cualquier seguridad de fe.

A partir de entonces entiende a los no creyentes como sus hermanos,

con los que se sienta a la mesa común y come el mismo pan,

pidiéndole a Jesús no ser alejada de esa mesa.

Consciente de la amargura de ese pan, porque a diferencia de ellos

ha probado la alegría de la cercanía de Dios (recuerdo que ahonda su dolor).

…Otros, cuando se renuncia a la Gracia por la Institución,

descubren enemigos, por fuera y por dentro,

que encubren las propias dudas inconfesables.

Solidaria con los ateos, entiende el ateísmo como cáliz de dolor,

del que bebe a grandes tragos en su noche de Getsemaní.

Si el Hijo del Hombre se convirtió en el péndulo

entre el letargo del hombre y la ausencia de Dios:

del Padre ausente al amigo durmiente.

Teresita se convirtió en péndulo entre un mundo sin fe y un cielo sordo,

es su legado.

Teresita, con san Pablo, nos enseña a acoger

con alegría y agradecimiento la propia debilidad

como ámbito en el que pueden penetrar más todavía

la amabilidad y la misericordia de Dios

(a los que la virtud orgullosa cierra el paso).

Dios no nos espera en el ansiado “arriba”, sino justamente abajo

“en el profundamente fecundo valle de la humildad”.

No llevo cuentas de nada, todo lo hago meramente por amor.

Mis manos, mis pobres manos, están vacías ante Dios.

En contra del deseo humano del poder por medio de la religión,

de esos ilusos peleando por el liderazgo espiritual,

del deseo de la propia grandeza en lugar de la de Dios…,

contra cada empeño ascético que no tenga como fin a Dios,

sino más bien la propia “perfección” -esa “cosmética espiritual”-.

El “corazón secreto de la Iglesia” es mucho más ancho,

hondo y magnánimo de lo que pueda parecer desde fuera, desde dentro…

Hay sitio incluso para aquellos cuyas seguridades están quebrantadas,

arrancadas de sus raíces, hundidas en la oscuridad.

¿No son esos precisamente los que están a un paso

de esa bienaventuranza de la pobreza espiritual, del “despojamiento”

que significa “no saber nada, no temer nada, no ser nada”.

La fe solamente puede vencer a la no fe abrazándola.

 

No hay rosas sin espinas -¡no es cierto!-. Murió sin fe.

¿Hay algo que pueda “sustituir la fe”, cuando esta muere

en la cruz de nuestros dolores, dudas y preguntas no respondidas?

Ya no hay tiempo sino para el amor…

¿Y por qué no iba a ser una muerte entre tinieblas una muerte santa?

¿Qué importa que el puente no alcance la otra orilla?

Todo desaparecerá, incluso cesarán la fe y la esperanza,

porque ya “cumplieron su misión” de acompañarnos

en el valle de las sombras de este mundo ambiguo…,  

pero permanecerá para siempre el amor…,

y al él se abrirán las puertas.


 La fe cristiana es una “fe resucitada”,

una fe que tiene que morir en la cruz, ser sepultada

y alzarse de nuevo, y “en una forma nueva”.

Esta fe es un proceso, y el ser humano

puede encontrarse en diferentes momentos de su vida

en fases distintas de ese proceso.


Y que no nos espanten los agujeros en el techo de la Iglesia

después de estas o aquellas tormentas.

Somos muchos los que precisamente por esos grandes huecos

divisamos por vez primera el rostro de Dios.