5º
domingo de Pascua Jn 15, 1-8
LA VID Y LOS SARMIENTOS
Permanecer
en Jesús es estar unido a él, como el sarmiento a la cepa, dejando que la savia
pase a través de la propia persona y se transforme en frutos maduros. En
China, en el siglo VII a. C., Lao Tsé decía algo parecido de otra manera: “Practicar
el ‘no-hacer’ permaneciendo unidos a la Fuente para que todo se realice a
través de nosotros, sin que nosotros lo estorbemos”. Este ‘ser
no-siendo’ nos libera de dos de los grandes problemas de
nuestra postmodernidad actual: “Si las cosas salen bien, liberamos a nuestro
ombligo de alcanzar las dimensiones de un sombrero mejicano -¡qué siempre veremos
demasiado pequeño!-; y si salen mal, nos liberamos de echarnos toda la culpa
encima”, y estas cosas son muy de agradecer: pues nos liberan de ir a la
farmacia para atiborrarnos de ansiolíticos siquiera para poder dormir.
Pero,
incluso en este estado de gracia, que es ‘don’ como todo lo que de verdad
merece la pena, nos toca ir un poco más allá, porque la verdadera vida siempre
es cambio y mutación constante -solo lo muerto deja de cambiar- nos muestra la
necesidad de ser podados: los secos y muertos para el fuego, los que dan fruto
para que den aún más y mejor. En esa experiencia de “permanecer en
Cristo” está la base y la esencia de la vida cristiana. Pero, las podas, son
necesarias…, esos momentos de dolor,
oscuridad, fracaso… Etapas de la vida sin ver sentido ni razón de ser en nada
de lo que hacemos ni en nada de lo que nos ocurre. ¡Todo parece vuelto del
revés! Nos creemos estancados: sin avanzar ni retroceder… Y, sin embargo, estos
momentos son también momentos de una fecundidad que ni siquiera somos capaces
de sospechar.
La
“Noche Oscura” de san Juan de la Cruz nos habla precisamente de esto, de esos
momentos de oscuridad envueltos en una gran luz, de esos vacíos sostenidos por
una plenitud inmensa, de dejar que Él ocupe todo lo que somos para alcanzar la
divina plenitud a la que siempre nos está llamando…
En
la vida espiritual, todo el que se niega a ser podado se desarrolla mal, por
eso hay que podar de vez en cuando a la Iglesia, a la Vida Religiosa, al
Estado, al lenguaje, a los signos, para que el vino además de nuevo
sea bueno. Porque, hoy por hoy, a los “psicópatas integrados”
podemos contemplarlos en todos los ámbitos: «Y la zarza respondió a los
árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de
mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano»
(Jueces 9,15).
Es
cierto que Dios nos crea buenos y para el bien, pero
también nos crea “libres” -porque el amor siempre entrega libertad-, y a veces,
nosotros, no siempre optamos por el mejor camino, ni para nosotros, ni para los
demás -¿Hasta dónde nos libera nuestro amor-humano, si es que nos libera?, la
clase de libertad que nos otorga nos dice qué clase de amor es-. De ahí la
necesidad de la poda por parte de Dios: debe limpiarnos de esos sarmientos que,
por lo que sea, se han podrido y cuidar especialmente los sanos, limpiándolos,
porque también los tenemos: todos -contemplados como cepas- somos un poco
corderos y un poco cabritos, trigo y cizaña…
Por eso,
todo en la vida cristiana depende de esta firmeza en la fe. “Yo
sé de quién me he fiado”, dice Pablo. De ese encuentro y esa unión con
Cristo depende la seguridad, la perseverancia, la resistencia en medio de las
tempestades.
Amar de verdad y con obras equivale a
creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la forma de permanecer
unidos a la vid -a Jesús- y la única garantía de que demos fruto como
cristianos. Es cierto que a veces nuestra conciencia no nos deja
tranquilos, pero Dios -ESE AMOR
QUE NO SABE MÁS QUE AMAR-, que lo sabe todo, y esto es algo que no
debemos olvidar nunca, es más grande que nuestra conciencia…, y porque nos
quiere liberadores, nos ha creado, por amor, libres… /.