EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

domingo, 27 de diciembre de 2020

LA TEOLOGÍA DE LA PARADOJA (Tomás Halik)


LA TEOLOGÍA DE LA PARADOJA

“Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Mt 19, 25-26).

“Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 11,10)

El arte de acompañar a la gente en el camino espiritual es un arte ‘mayéutico’, “de comadrona”, así llamaba Sócrates a su ‘cura de almas’, a su método de hacer que el alumno llegue personalmente a la verdad ayudado por las preguntas del acompañante, inspirándose para acuñar el término en el oficio de partera de su madre; es preciso ayudar a la persona concreta, sin ninguna manipulación, para que en su situación singular encuentre su camino, madurando hasta dar a luz una solución sobre la que sea capaz de asumir la responsabilidad. “La Ley es clara”, pero la vida es compleja y ambigua; a veces la verdadera respuesta es el valor y la paciencia de ‘perseverar en la pregunta’.

Sobre el tema de los acontecimientos pascuales cada cristiano ha escuchado muchísimas reflexiones y homilías, pero ¿se ha convertido realmente la Pascua en la auténtica clave que nos abre la comprensión de nuestra vida y de la situación actual de la Iglesia? Solemos evocar bajo el concepto de ‘cruz’ más bien nuestras dificultades personales, como la vejez o la enfermedad; sin embargo, la idea de que ‘también en nosotros, en la Iglesia, en nuestra fe, en nuestras seguridades tiene que “morir” mucho, que ser crucificado, para abrirle espacio al Resucitado’ es para muchos de nosotros los cristianos, me temo, completamente lejana.

Si confesamos “la fe pascual, en cuyo centro está la paradoja de la victoria por medio de la absurda derrota”, ¿por qué tenemos tanto miedo a las propias derrotas, incluyendo la demostrable debilidad del cristianismo en el mundo actual? ¿No nos habla Dios a través de estos hechos, de modo similar a como habló mediante el relato que rememoramos al leer el Evangelio pascual?

Sí, cierta forma de religión, a la que nos habíamos habituado, está muriendo, es verdad. Las épocas de crisis y las épocas de renovación son parte de la historia de las religiones y de la historia del cristianismo; sólo está realmente muerta una religión que no atraviesa cambios, que se ha salido de ese ritmo de la vida.

Los Evangelios comienzan a ser ‘evangelio’, buena noticia (euangelion), anuncio liberador de la salvación, ‘con el anuncio de la resurrección’: de aquello que hasta entonces hasta a los mismos discípulos les parecía increíble. No es de extrañar: es, desde luego, “imposible”, al menos en el sentido de que algo así no reside ni en las posibilidades de la capacidad humana ni en el entendimiento del ser humano, de que es algo radicalmente distinto a todo lo que conocemos por experiencia nosotros o cualquier persona. Y es que la resurrección de Jesús no es, en el sentido bíblico y teológico, la “vivificación de un cadáver”: resucitación, vuelta al estado original, a este mundo y a esta vida que terminará de nuevo con la muerte; a los autores neotestamentarios, y en especial a Pablo, les importa que no confundamos estas cosas. La “resurrección de Cristo” no es ningún otro ‘milagro’ de la serie de prodigios a los que ya está acostumbrado cada lector de la Biblia; con este concepto (si lo prefieren, imagen, metáfora..., pues cada discurso sobre Dios depende de imágenes y metáforas) quiere decirse ‘mucho más’. Por eso este anuncio -el evangelio de la Resurrección- exige de nosotros una respuesta mucho más radical que simplemente el formarnos una determinada opinión sobre lo que pasó con el cadáver de Jesús; es necesario ante todo hacer algo con nuestra propia vida: también nosotros hemos de experimentar una profunda transformación, en palabra de Pablo “morir con Cristo y resucitar de nuevo de entre los muertos”. La fe en la resurrección incluye el valor de “cargar con la cruz” y la decisión de “vivir en una vida nueva”; sólo entonces, si el acontecimiento del que habla el relato pascual transforma nuestra existencia, se convierte para nosotros en ‘evangelio’, en palabra “llena de vida y fuerza”.

Es posible leer el relato de la Pascua de dos modos absolutamente diferentes. Bien como ‘drama en dos actos’, en cuyo primer acto un hombre justo e inocente es condenado y ejecutado, siendo en el siguiente, el segundo, resucitado y aceptado por Dios. O como un drama en un acto, en el que ambas versiones del relato se desarrollan simultáneamente.

Esa primera lectura significa que la “resurrección” es un ‘final feliz’ y entonces todo el relato es un típico mito o un cuento optimista que acaba bien. Semejante relato puedo escucharlo y pensar que más o menos así habrá sido (algo que la gente confunde con la “fe”), o juzgar que no debió ser así, que aquello no pasó de esa manera… o no pasó en absoluto (y esto lo confunden con la “falta de fe”).
Sin embargo, sólo la segunda lectura, la “paralela”, es lectura ‘con los ojos de la fe’. Fe significa aquí por supuesto dos cosas: por una parte, la ‘comprensión de que se trata de una paradoja’ (de que esa segunda capa del relato, la “resurrección”, es la ‘reinterpretación’ de la primera, no su feliz desenlace posterior), y, por otra parte, ‘la decisión de unir este relato con el relato de la propia vida’. Esto significa “entrar en el relato”: y a su luz entender de nuevo y vivir de forma nueva la propia vida, ser capaz de cargar con su carácter paradójico, no tener miedo de las paradojas que trae la vida.

En esta segunda forma de lectura del mensaje del relato pascual no hay “optimismo” (‘opinión’ de que todo acabará bien, de algún modo), sino ‘esperanza’: capacidad de “reinterpretar” hasta lo que no termina bien (pues toda la vida humana puede ser vista como una “enfermedad incurable, que termina necesariamente con la muerte”), para poder aceptar la realidad y su carga y perseverar en esa situación, aguantar, y, si es posible, ser, además, útil a los demás.

En nuestra proclamación del anuncio de la resurrección “no puede quedar silenciado el grito del Crucificado”, pues, si no, en lugar de la teología cristiana de la resurrección ofrecemos un banal “mito de la victoria”.

La fe en la Resurrección no debe trivializar lo trágico de la vida humana, no nos posibilita zafarnos de la carga del misterio (incluido el misterio del sufrimiento y de la muerte), no tomar en serio a los que luchan con dificultad por mantener la esperanza, a los que soportan “la fatiga y el calor del día” de los desiertos exteriores e interiores de nuestro mundo.

…///…

Uno de los amigos fieles y discípulos de Sigmund Freud, el teólogo protestante Oskar Pfister, respondió a su maestro a la pregunta de si, como cristiano creyente, podía ser tolerante con respecto a su ateísmo: “Si considero que usted es mucho mejor que su falta de fe y yo mucho peor de lo que mi fe exige, juzgo que la diferencia entre nosotros al fin y al cabo no es tan grande, y no veo motivo por el que no pudiéramos tolerarnos”.

(Tomáš Halík)

 



 

sábado, 19 de diciembre de 2020

APRENDER DE LOS NIÑOS

APRENDER DE LOS NIÑOS

Jesús llamó a los discípulos y los envió con una tarea concreta. Les dio instrucciones precisas sobre el modo en que debían presentarse, así como objetivos concretos y criterios para decisiones y procedimientos. Les proporcionó una espiritualidad activa. Tras los primeros pasos en esa vida comprometida, Jesús comenzó a mostrarles que sus actividades no tenían mucho sentido y que no darían los frutos esperados sino entraban en una relación personal más profunda con Dios.

Así es como hay que entender, por ejemplo, sus encuentros con los niños. Jesús recrimina a los discípulos porque no permiten que los niños se acerquen a él. Comenta entonces que ellos ya están en el Reino de Dios, mientras que los discípulos solo podrán llegar allí con un gran esfuerzo:

«Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,13-14; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17)».

Es más: Jesús menciona a los niños incluso como modelo para otros, también para los discípulos:

«En verdad os digo, el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él (Lc 18,17)».

Con mayor claridad aún se expresa Jesús cuando los discípulos le preguntan quién es el mayor en el reino de Dios. Entonces coloca a los niños en el centro y como criterio para los discípulos. Estos, a pesar de que ya han recibido una misión, tienen que convertirse primeramente y llegar a ser como los niños; de otro modo no podrán llegar a la vida eterna.

«En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,1-13)» 

Jesús refuerza otras veces más esta afirmación. Primeramente cuando coloca la pequeñez como criterio de grandeza en el reino de los cielos.

«El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,4)».

Después se identifica totalmente con esos niños:

«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí (Mt 18,5)».

Y, finalmente, los pone en relación directa con Dios, su Padre:

«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles está viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10)».

Esta actitud de vida es ciertamente distinta que la planteada en la espiritualidad activa. ¿Qué es, pues, lo que Jesús quiere decir con esta cambio? ¿Qué se propone con él? ¿Qué significa este contraste respecto de las exigencias puestas con ocasión de la misión de los discípulos?

Este contraste con la espiritualidad activa va aún más allá. En lugar de colocar tareas, Jesús habla de un detenerse y descansar. Él había anunciado a los discípulos persecuciones; pero ahora, en lugar de eso quiere que descansen. ¿Cómo se conjugan ambas cosas?

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11, 28-30)».

Con ocasión de su misión, Jesús dio a los discípulos instrucciones prudentes y sabias para el camino; pero ahora dice que su Padre ha ocultado todo esto a los entendidos y sabios.

«En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 18, 25-26)».

Con todo esto, ¿quiere Jesús expresar mensajes paradójicos? ¿Qué oculta el Padre del cielo a los apóstoles que haya revelado ya a los niños?

(FRANZ JALICS) 


 

martes, 1 de diciembre de 2020

JESUCRISTO COMO CHIVO EXPIATORIO

JESÚS COMO CHIVO EXPIATORIO   

Lo que ha sucedido a lo largo de la historia humana ha sido lo siguiente: siempre hemos tenido necesidad de encontrar algún modo de abordar la ansiedad y el mal humanos e invariablemente hemos recurrido a alguna "tecnología" distinta del perdón.

Por lo general afrontamos la ansiedad y el mal humanos con ayuda de sistemas sacrificiales, y eso continúa siendo así en nuestros días. Algo tiene que ser sacrificado. Es necesario derramar sangre. Alguien ha de morir. Alguien debe ser culpabilizado, acusado, atacado, torturado y encarcelado -o tiene que estar en vigor la pena capital-, porque sencillamente no sabemos cómo hacer frente al mal sin recurrir a sistemas sacrificiales. Ello crea siempre religiones de exclusión y violencia, pues pensamos que es tarea nuestra destruir el elemento maligno. Recuerda: el comunismo y el fascismo pensaban -y piensan- lo mismo, cada cual conforme a su lógica.

Desde el punto de vista histórico, al menos hemos avanzado del sacrificio humano al sacrificio de animales y a diversos modos de aparente autosacrificio. Por desgracia, no era por lo común el yo-ego lo que sacrificábamos, sino casi siempre el yo-cuerpo en su lugar. En el perdón es precisamente mi yo-ego lo que tiene que morir: mi necesidad de llevar razón, de mandar, de ser superior. Muy pocas personas están dispuestas a llegar a ello, pero justo eso es lo que Jesús acentúa y enseña. ¡Me dicen que el perdón está implícito al menos en dos terceras partes de su enseñanza!

“Mientras podamos afrontar el mal con medios distintos del perdón, nunca experimentaremos el verdadero sentido del mal y el pecado”. Seguiremos proyectándolo fuera de nosotros, temiéndolo fuera de nosotros, atacándolo fuera de nosotros, en vez de "contemplarlo" y "llorar" por él en nuestro interior.

Cuanto más tiempo pases contemplándolo, tanto más te percatarás de tu propia complicidad ‘en’ el pecado de los demás y de que te beneficias ‘de’ él, aun cuando sólo se trate de la satisfacción de sentirte superior desde el punto de vista moral. El perdón es probablemente la única acción humana que exige tres nuevas miradas al mismo tiempo: debo ver a Dios en los otros, debo acceder a Dios en mí mismo y debo ver a Dios de un modo nuevo, como algo más que un "Guardián", que un "Conminador". Es un mundo completamente nuevo en tres niveles a la vez.

Somos la única religión que adora como Dios al chivo expiatorio. En la medida en que adoramos al chivo expiatorio, deberíamos aprender a dejar progresivamente de convertir a otros en chivos expiatorios, porque también podríamos estar equivocados de medio a medio, al igual que la "Iglesia" y el Estado, el sumo sacerdote y el rey, Jerusalén y Roma, los niveles superiores de discernimiento en general se equivocaron de medio a medio en lo concerniente a la muerte de Jesús. «¡Él era lo que la mayoría de nosotros llamaríamos el ser humano más perfecto que jamás ha vivido!» Si el poder mismo puede equivocarse hasta tal punto, ten cuidado de a quien decides odiar, matar y ejecutar. Si hemos de juzgar por la historia, el poder y la autoridad no son, por sí mismos, buenos guías. A muchos, por no decir a la mayoría, la autoridad les libera de la ansiedad y a menudo de la responsabilidad de desarrollar una conciencia madura.

Gran parte de la historia ha estado determinada por personas poderosas que nos han dicho a quienes teníamos que temer y odiar. Millones y millones de soldados han dado la única vida que tenían por haberse creído las mentiras de Gengis Khan, Napoleón, Stalin, Pol Pot o Hitler -hoy los nacionalismos, con su lengua como “diosa elevada a los altares” por los ‘señores-as feudales’ de la postmodernidad, que hablan de ella como una ‘madre’, porque es tan fácil manipular emocionalmente a las masas, sobre todo para que hagan lo que al poder de turno le apetece-, por nombrar tan solo unos cuantos. ¡Si no hubiesen creído a los "señores de la época" y hubiesen mirado a la víctima a la que se enseñó a temer y odiar en la Palestina del siglo I! Jesús nos ofreció lo que algunos (James Alison) llaman la "inteligencia de la víctima", una inteligencia singular que nace de lo inferior, lo lateral y lo marginal de la historia. Ese es el escondite de Dios, parecen decirnos las Escrituras.

Jesús quita el pecado del mundo desenmascarándolo antes de nada como distinto de lo que imaginábamos y mostrándonos que nuestra pauta de asesinar, atacar y culpabilizar sin saber lo que hacemos constituye, en efecto, la principal ilusión vana de la historia, la principal mentira de ésta. Luego, comparte con nosotros un gran amor participativo, que nos posibilita deponer por completo el odio. Después de Jesús, la partida ha terminado, al menos para aquellos que han mirado el tiempo suficiente.

Todos hemos tenido que encarar la embarazosa verdad de que ‘nosotros mismos’ somos nuestro principal problema. Nuestra mayor tentación estriba en intentar cambiar a otras personas en vez de cambiar nosotros. ¡Jesús accedió a ser transformado ‘él mismo’ y así transformó a otros!

He aquí lo que las tres imágenes transformadoras, que convergen en la imagen del hombre-Dios crucificado, pueden obrar en el alma:

1.- El chivo expiatorio: la espeluznante revelación de la esencial mentira humana que subyace en la mayor parte del miedo, el odio y la violencia. Mientras proyectemos nuestro mal a cualquier otro lugar, no podremos sanarlo aquí... ‘ni’ allí.

2.- El cordero pascual: la sorprendente revelación de que no tenemos que desprendernos tanto de las llamadas cosas malas cuanto de lo que aparentemente es bueno y nos hace sentir fuertes, seguros y superiores. Este es el "cordero" que debe ser sacrificado, un bien aparente.

3.- El "atravesado" al que debemos contemplar:

     a) Acceso a -y perdón de- nuestra propia humanidad en cuanto herida y, sin embargo, al mismo tiempo resucitada.

     b) Reformulación de la imagen de Dios: de Dictador omnipotente a Amante participativo.

     c) Comprensión efectiva tanto del mecanismo del chivo-expiatorio como del cordero pascual.

     d) Liberación de inmensas reservas de compasión, solidaridad y perdón de nosotros mismos, de los demás, de la historia e incluso de Dios.

(Fr. R. R. & cía., OFM)