EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

viernes, 2 de julio de 2021

SOR TERESITA...

 

SOR TERESITA…

“No creo ya en la vida eterna…, me parece como si después de esta mortal

no hubiese ya nada”…

Es el razonamiento de los “peores materialistas” el que taladra mi espíritu,

“lejos de todos los soles”…

¿De qué otro modo se puede participar en la agonía de Jesús,

de ese grito que solo Marcos tuvo el valor de registrar?

Por amor de Dios: “aceptar los pensamientos más extravagantes”.

Aceptando su “eclipse de Dios”

como “una expresión de solidaridad con los no creyentes”.

Ella, que ni siquiera había creído que existieran los “auténticos ateos”.

Jesucristo le reveló que hay personas que viven completamente sin fe,

y se lo confirmó poco después al ser ella misma privada de cualquier seguridad de fe.

A partir de entonces entiende a los no creyentes como sus hermanos,

con los que se sienta a la mesa común y come el mismo pan,

pidiéndole a Jesús no ser alejada de esa mesa.

Consciente de la amargura de ese pan, porque a diferencia de ellos

ha probado la alegría de la cercanía de Dios (recuerdo que ahonda su dolor).

…Otros, cuando se renuncia a la Gracia por la Institución,

descubren enemigos, por fuera y por dentro,

que encubren las propias dudas inconfesables.

Solidaria con los ateos, entiende el ateísmo como cáliz de dolor,

del que bebe a grandes tragos en su noche de Getsemaní.

Si el Hijo del Hombre se convirtió en el péndulo

entre el letargo del hombre y la ausencia de Dios:

del Padre ausente al amigo durmiente.

Teresita se convirtió en péndulo entre un mundo sin fe y un cielo sordo,

es su legado.

Teresita, con san Pablo, nos enseña a acoger

con alegría y agradecimiento la propia debilidad

como ámbito en el que pueden penetrar más todavía

la amabilidad y la misericordia de Dios

(a los que la virtud orgullosa cierra el paso).

Dios no nos espera en el ansiado “arriba”, sino justamente abajo

“en el profundamente fecundo valle de la humildad”.

No llevo cuentas de nada, todo lo hago meramente por amor.

Mis manos, mis pobres manos, están vacías ante Dios.

En contra del deseo humano del poder por medio de la religión,

de esos ilusos peleando por el liderazgo espiritual,

del deseo de la propia grandeza en lugar de la de Dios…,

contra cada empeño ascético que no tenga como fin a Dios,

sino más bien la propia “perfección” -esa “cosmética espiritual”-.

El “corazón secreto de la Iglesia” es mucho más ancho,

hondo y magnánimo de lo que pueda parecer desde fuera, desde dentro…

Hay sitio incluso para aquellos cuyas seguridades están quebrantadas,

arrancadas de sus raíces, hundidas en la oscuridad.

¿No son esos precisamente los que están a un paso

de esa bienaventuranza de la pobreza espiritual, del “despojamiento”

que significa “no saber nada, no temer nada, no ser nada”.

La fe solamente puede vencer a la no fe abrazándola.

 

No hay rosas sin espinas -¡no es cierto!-. Murió sin fe.

¿Hay algo que pueda “sustituir la fe”, cuando esta muere

en la cruz de nuestros dolores, dudas y preguntas no respondidas?

Ya no hay tiempo sino para el amor…

¿Y por qué no iba a ser una muerte entre tinieblas una muerte santa?

¿Qué importa que el puente no alcance la otra orilla?

Todo desaparecerá, incluso cesarán la fe y la esperanza,

porque ya “cumplieron su misión” de acompañarnos

en el valle de las sombras de este mundo ambiguo…,  

pero permanecerá para siempre el amor…,

y al él se abrirán las puertas.


 La fe cristiana es una “fe resucitada”,

una fe que tiene que morir en la cruz, ser sepultada

y alzarse de nuevo, y “en una forma nueva”.

Esta fe es un proceso, y el ser humano

puede encontrarse en diferentes momentos de su vida

en fases distintas de ese proceso.


Y que no nos espanten los agujeros en el techo de la Iglesia

después de estas o aquellas tormentas.

Somos muchos los que precisamente por esos grandes huecos

divisamos por vez primera el rostro de Dios.

 


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