EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

viernes, 9 de octubre de 2015

EL PERDÓN



EL PERDÓN
Maïtti Girtanner, una joven, miembro de la Resistencia bajo la ocupación nazi durante la II Guerra mundial, ayudaba a evadidos a pasar de la zona ocupada a la libre. Durante años engañó a la Gestapo, para quienes trabajaba como concertista de piano. Cuando la desenmascararon, la encarcelaron y la entregaron a un joven médico nazi que la utilizó para realizar sobre ella experimentos médicos que acabaron dañándole las funciones nerviosas vitales, de lo que Maïtti  ya no volvió a recuperarse.
La joven recobró la libertad, pero en un estado lamentable. Ya no pudo casarse no volver a dedicarse a la música; pudo sobrevivir, pero entre sufrimientos cotidianos. Su vida estaba arruinada. «Todo partió -explica Maïtti- de un deseo: poder perdonar. Pero yo no sabía si eso acabaría ocurriendo. Si, al final, no resultaba posible, le pedía a Dios que lo hiciese en mi lugar -"como pide san Francisco de Asís en su paráfrasis sobre el Padrenuestro-. Mi deseo estaba ahí, y yo no había dejado de rezar por mi torturador durante cuarenta años [...]. Muy pronto me sentí dominada por el deseo loco, verdaderamente irreprimible de poder perdonar a ese hombre».
Cuando estaba prisionera; Maïtti ya había entablado diálogo con el médico, quien, pasado el tiempo, se acordó de aquella joven que animaba a sus compañeros de infortunio y seguramente sería capaz de perdonarlo.
Al cabo de cuarenta años ella recibe una carta de su verdugo, de nombre Leo, a la sazón padre de familia, que sigue ejerciendo la medicina en Alemania; sufre de cáncer y se sabe condenado. No quiere morir sin volver a Maïtti y pedirle perdón. Ésta, ya anciana, acepta encontrarse con Leo, escucha sus palabras y, tras un doloroso diálogo, ambos se funden en un abrazo. «Cuando ya era hora de que se marchase, con él aún a la cabecera de mi cama, sentí un impulso irrefrenable que me alzó de mi almohada, lo que me hizo bastante daño, y le di un abrazo para confiarlo en las manos de Dios. Y él, en voz muy baja, me dijo: "¡Perdón!". Era el beso de paz que lo había traído a mí. En ese mismo instante supe que lo había perdonado».
Maïtti, pues, perdonó y permitió una suerte de renacimiento o de resurrección en el hombre que, a su regreso, reconoció ante su familia todo lo que hizo durante la guerra, y distribuyó sus bienes para reparar en la medida de lo posible las torturas que perpetró. La esposa de Leo comunicó finalmente a Maïtti en qué disposición murió el perdonado.

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