EN EL MANANTIAL

EN EL MANANTIAL
ESTUDIO DEL PINTOR

miércoles, 22 de julio de 2015

¿SE ENCUENTRA LA FELICIDAD EN LA SENDA DEL MISTICISMO?



¿SE ENCUENTRA LA FELICIDAD EN LA SENDA DEL MISTICISMO?

He aquí una imagen que muchos han ofrecido antes que yo: no se coge una mariposa cazándola; no, sino que nos sentamos en silencio y la mariposa se posa entonces sobre nuestros hombros. No encontramos la felicidad buscándola directamente, pues eso nos deja demasiado autocentrados; en este caso todo sigue girando alrededor de nosotros, aunque no lo sepamos todavía. "Hoy voy a ser feliz", pensamos. Sin duda hemos tenido días así, en los que nos damos cuenta de que estamos esforzándonos demasiado en conseguir algo. Eso indica que somos demasiado conscientes de nosotros mismos, demasiado intencionales. La consciencia del ego sigue estando al timón de la nave.
Recordemos lo que dije antes sobre el viejo cerebro mamífero. El contento profundo es algo en lo que entramos, no algo hacia lo que tendamos conscientemente de manera porfiada. ¿No hemos notado lo rápido que pasa la felicidad producida por algo que hemos alcanzado demasiado deprisa? Lo que solemos hacer entonces es crear otra meta supuestamente más elevada. Existe una sensación de inquietud -ý de derrota- inherente a la búsqueda consciente de la felicidad. La felicidad se mueve más bien en el ámbito del regalo y de la sorpresa, como una paloma que se posa o como una lengua de fuego, y sin duda es por eso por lo que empleamos estas metáforas para referirnos al Espíritu Santo.
La felicidad se define muy a menudo de una manera egoísta, y de este modo nunca podrá funcionar mucho tiempo. Primero, como niños definimos la felicidad de una manera fundamentalmente sensorial, como una comida que gusta mucho, una habitación de hotel estupenda o una experiencia sexual maravillosa. Lo cual es perfectamente comprensible. Pero todas estas cosas, por sí mismas, no nos hacen felices. Si no introducimos la felicidad en la habitación del hotel no podremos ser felices. Solamente estaremos a gusto unos minutos. Pero si ya estamos contentos y felices, entonces, aunque estemos en una habitación mediocre, o incluso en una habitación cochambrosa, seremos capaces de decir: "Hoy me siento feliz y contento".
A veces, las cosas sencillas pueden brindarnos una mayor y más profunda felicidad precisamente por saber que estamos abrevándonos de un pozo y un río más profundos, a los que podemos tener acceso en todo momento sin necesidad de una comida en un restaurante de lujo o de una experiencia sexual fantástica.
La felicidad es siempre un don fruto de haber buscado primero la unión o el amor. «Si el amor es nuestra meta real y constante, nunca podremos fracasar realmente», y la felicidad vendrá de manera mucho más fácil y natural. Por favor, pensemos en esto, y veremos que es cierto.
La meta purificadora del misticismo es nada menos que la unión divina. La meta de la oración es la unión divina, la unión con lo que es, con el momento, con nosotros mismos, con lo divino, es decir, con todo. Cosas tales como estar sanos, crecer y vivir felices son sin duda maravillosos subproductos de la oración, pero no deben ser nuestra preocupación primordial, pues eso contaminaría el proceso. No nos empeñemos en que la meta del misticismo o de la oración sea nuestra felicidad personal. Esto constituiría el punto de referencia ("quiero ser feliz"). La purificación de la motivación es algo absolutamente fundamental. Pero sin duda por no haber insistido suficientemente en esto nos topamos con mucho esfuerzo eclesial que no es sino puro interés personal disfrazado (como una prima de seguros a todo riesgo), sin   nada que ver con el verdadero amor de Dios.
En mi calidad de sacerdote, soy consciente de que la mayor parte de las oraciones oficiales de la liturgia sacramental católica son más o menos de este tenor: "Ojalá vaya al cielo". ¿No me creéis? Comprobadlo. ¡Ah, como si no hubiera en el mundo preocupaciones más importantes o necesidades más acuciantes que mi eterna "cobertura" personal! No entiendo cómo los sacerdotes siguen recitando día tras día una oraciones tan autocentradas e individualistas. Si es verdadera la máxima lex orandi, lex credendi (el contenido de la oración es el  contenido de la fe), no hemos de extrañarnos de que el pueblo cristiano saque una nota tan baja en preocupación por el sufrimiento del mundo, y haya amparado tantas guerras e injusticias en esta tierra. ¡Es que no le enseñamos a orar!
Si buscamos la unión con Dios y con todas las cosas, a buen seguro que se posará la mariposa con suavidad y firmeza sobre nuestros hombros. Entonces la felicidad vendrá como un maravilloso corolario y conclusión, como un don, como un rico glasé sobre la tarta -ahora bien horneada- de la vida en toda su extensión. (RR)

No hay comentarios:

Publicar un comentario