EN EL MANANTIAL

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ESTUDIO DEL PINTOR

martes, 21 de julio de 2015

LA SENDA MÍSTICA Y LA VIDA COTIDIANA...



LA SENDA MÍSTICA Y LA VIDA COTIDIANA

Tenemos que aprender a hablar del "misticismo de la vida cotidiana". Tenemos que abandonar la costumbre de hacer del misticismo algo que solamente se puede dar entre célibes, ascetas y monjes. El paso siguiente puede hacernos caer en la plenitud...
Es precisamente lo que Francisco procuró hacer: llevar de nuevo la vida religiosa a las calles, al laicado, a la parroquia normal, a los que siempre se ha intentado que parezcan ciudadanos de un reino de tercera clase.
Necesitamos que se nos ofrezca un nuevo sistema operativo. No importa lo que hagáis, no podéis acercaros a vuestro trabajo cotidiano, a vuestro quehacer cotidiano, a vuestra familia... con la que yo llamo una mente dualista, una mente enjuiciadora, comparativa, competitiva, en la que la mayoría de nosotros estamos tan bien entrenados, hasta tal punto que creemos que es la única mente que existe.
Jesús se refiere también a esta mente enjuiciadora. Por ejemplo cuando dice: "No juzguéis" (Mt 7,1). Tal vez deberíamos decir simplemente: "No encasilléis, no pongáis etiquetas". Es una manera de controlar, y a menudo una manera de jugar a ser superiores. La mente enjuiciadora trata de conocerlo todo comparándolo con cualquier otra cosa. Pero comenzar así es empezar dando un primer paso negativo. Dicha mente dista mucho de conocer las cosas en sí mismas y para sí mismas. Estos intentos de conocer -intentos de bajo nivel- nunca nos acercarán a la experiencia mística. Por eso los grandes maestros espirituales siempre tienen alguna forma de "no juzgar". La mente enjuiciadora es demasiado autorreferencial y cierra de golpe cualquier horizonte que esté abierto.
La primera palabra con la que se designó esta mente diferente, esta consciencia alternativa, pues verdaderamente no se trata de otra cosa que eso, fue simplemente la oración. Esta palabra ha sido tan mal empleada y tan trivializada que ha acabado significando solamente la oración rogativa, la oración leída, la oración social (litúrgica) o la oración recitada. Siento decir que a los católicos se nos conoce a menudo por esto, por aprender fórmulas y recitar fórmulas y más fórmulas. Muchos de nosotros tuvimos que dejar de usar la palabra oración y usar en su lugar la palabra contemplación para que los demás supieran que estábamos hablando de algo distinto.
No estoy diciendo que la oración con fórmulas sea una equivocación, sino que eso no es lo que enseñaron los Padres y Madres del Desierto durante los primeros trescientos o cuatrocientos años de cristianismo. No es el sentido original de la oración. Esto lo podemos ver en las numerosas y largas retiradas de Jesús a la soledad del desierto, y en el hecho de que los discípulos tienen que pedirle insistentemente que les enseñe lo que nosotros llamamos el Padrenuestro (Lc 11,2). No es por la oración en el templo o por la oración social por lo que se conoce a Jesús, aunque desde luego no se oponía a ella, a menos que se volviera demasiado ritualista, legalista o transaccional, cuando vemos que arroja a los mercadores del templo. El evangelio dice que Jesús y los discípulos "cantaban juntos los salmos" (Mc 14,26; Mt 26,30), es decir el hallel o los salmos 113-118, que abrían y cerraban la Cena de Pascua.
La oración es mirar desde o con una perspectiva diferente, no con ojos comparadores, competidores, juzgadores, etiquetadores o analizadores sino receptores del momento en su completitud e incompletitud presentes. Esto es lo que queremos decir por contemplación. Se necesitan muchos años de práctica para abandonar nuestro pensamiento normalmente dualista y permitir que una oración no dual, receptiva, se convierta en nuestro modo de consciencia primario.
Para muchos la oración sigue limitándose a recitar el Padrenuestro y el Avemaría: y no pretendemos menospreciar estas oraciones, especialmente cuando son el fruto hablado de una oración profunda. Pero conozco a muchos católicos que han recitado el Padrenuestro y el Avemaría toda su vida, a sacerdotes que han dicho (sin celebrar) misa toda su vida.., y no saben orar. Con esto no pretendo emitir un juicio contra ellos, pues nadie les enseñó otra cosa. Es más bien el fruto de una tristeza profunda porque sé que, sin acceso a la corriente más profunda, sus vidas, su celibato, su ministerio tendrán más que ver con la función que con la unción, por citar las palabras del papa Francisco pronunciadas recientemente ante un grupo de sacerdotes.
El objetivo de la oración, como convendrá cualquier buen cristiano, es darnos acceso a Dios y permitirnos escuchar realmente a Dios, si no es presuntuoso hablar en estos términos. Pero, sobre todo, oramos para poder experimentar por nosotros mismos la Presencia constante, interior. En realidad, nosotros no oramos, sino que es la oración la que viene a nosotros (Rom 8,27-27); nosotros nos limitamos a permitirla, y a disfrutarla.
La única manera de hacer esto es trabajar para mantener el campo abierto, sí, para permanecer abiertos a la gracia. ¡Qué paradoja tan grande! Sin embargo, esto no significa que la gracia no pueda irrumpir en cualquier momento y lugar. De hecho, esto es lo que más suele ocurrir. Pero queremos disfrutar de los frutos de la gracia las veinticuatro horas del día y no únicamente de vez en cuando.
Si procedemos con el hemisferio izquierdo del cerebro, ese que lo mide y lo racionaliza todo, si procedemos con la mente enjuiciadora, calculadora, dualista, no tendremos acceso al Espíritu Santo porque lo único que entrará entonces es lo que ya creemos, eso con lo que ya estamos de acuerdo, eso que no nos amenaza. Y Dios es por definición lo desconocido, lo siempre misterioso, lo que está más allá. Así, si no estamos preparados para más, para el misterio, ¡cómo vamos a estar preparados para Dios! Nuestra válvula de admisión estará completamente estancada e hiperprotegida.
La contemplación es un pensamiento no dual; se da cuando no dividimos el campo del momento entre lo que ya conocemos y lo que ya no conocemos, como si fuera algo totalmente equivocado, herético o pecaminoso. Mucho me temo que el pensamiento dualista es el modo corriente de pensar; por supuesto, las pruebas las podemos encontrar casi en todas partes, especialmente en la religión y en la política. Por eso no podemos hablar de manera significativa en estos campos divididos.

El silencio es un lugar de residencia que es a la vez horizontal, al permitir la conexión con la ecceidad (Escoto) y la singularidad de toda cosa, pero también, y al mismo tiempo, es vertical: nos permite encontrar, a través de esas cosas, puertas abiertas a lo eterno. El silencio despeja el ruido que proyectamos a todas las cosas y permite a cada cosa individual estar en, estar para, e incluso estar a parte, de manera que podemos ver la luz y la vida que revela. Esto es siempre la puerta a eso -y a más-. Lo uno es la ventana a través de la cual podemos ver lo múltiple. Si es verdad aquí, pronto será también verdad en todas partes.
El silencio atrae el significado. Si pasamos una hora entera en silencio, será difícil no escribir un poema.
En el silencio, todo se torna real. Todo merece un poema. El silencio revela la plenitud del ahora en vez de esperar y querer siempre más, en vez de esperar que ocurra lo siguiente, lo más interesante... que es: "AHORA".  (RR & Cía)

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